Capítulo 22 (1/2)

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Cuando me levanto, veo un mensaje de Ash.

Hoy piro, me he pasado la noche en vela. Ningún progreso por ahora. Necesito más tiempo. Luego iré al hospital.

Ok. A ver si nos vemos. Tengo que preguntarte algo.

Está demasiado ocupada para preguntarme qué ocurre. Los puntos suspensivos aparecen en la pantalla un par de veces, pero, al final, se van. He pasado muy mala noche, con sentimientos oscuros e inquietantes, pero hoy es un nuevo día, ha salido el sol, y nada de lo que vi me parece tan grave o peligroso. Es increíble lo mejor que me siento hoy con respecto a ayer, y solo hay una diferencia.

Rose.

No hay palabras para expresar lo mucho que significa ver sus mensajes y emojis de nuevo en mi pantalla, después de veinticuatro horas de silencio absoluto. Hasta que mi teléfono empezó a vibrar bajo mi almohada, no había conseguido dormir, solo había cerrado los ojos mientras daba vueltas a las mismas ideas en la oscuridad. Entonces, me escribió y todo fue a mejor.

El cielo está despejado y no amenaza lluvia, así que puedo disfrutar de la vista de Londres que se extiende a ambas orillas del río: del London Eye, de los edificios antiguos y nuevos, unos al lado de otros, como si hubieran surgido de la tierra al mismo tiempo en lugar de a lo largo de los siglos. Me encanta este lugar donde todo el mundo puede ser quien quiera y que a nadie le importe. Adoro Londres porque en esta ciudad nunca te sientes fuera de lugar.

Durante unos minutos, todo parece estar bien. Como antes de que se desmadrara.

Leo me espera en la esquina, junto a la parada de metro, y a su lado está Rose. Está apoyada en una farola, concentrada en su teléfono, y Leo mira en la dirección contraria. Están juntos, pero no del todo.

—Hola. —Al acercarme me invade una repentina timidez, la que sentía al principio, cuando formamos la banda.

—Hola. —Leo se separa de la pared, pero Rose sigue recostada hasta que llego. Entonces, tengo miedo de sonrojarme, y me cuesta mirarla a los ojos.

—El grupo se ha vuelto a reunir. —Rose sonríe cuando por fin levanta la vista del móvil—. Siento haber estado desaparecida estos días. Cosas de chicas, ya me entendéis. Pero ahora estoy aquí al cien por cien. Quiero que esto salga bien, por Nai y porque no me molaría decepcionaros, chicos.

Os quiero a los dos.

Leo y yo intercambiamos una mirada, pero él se apresura a quitar hierro al asunto:

—Todos nos hemos colgado un poquito —dice—. Yo también he tenido mis movidas.

Ya lo sé. —Rose le toca el brazo—. Siento haberos dejado tirados. Prometo que intentaré mejorar, ¿me perdonáis?

Entre ellos pasa algo, pero finjo no darme cuenta. Podrían haber tenido esa conversación antes de que yo llegara, ¿por qué han esperado hasta que estuviera presente?

—Red viene esta noche a casa —dice Rose—. Pelis, palomitas y comida basura. ¿Te apuntas?

Leo se vuelve para mirarme, y yo me encojo de hombros. En mi interior, cruzo los dedos para que diga que no puede. Quiero tenerla solo para mí unas cuantas horas. Si puedo estar a solas con ella un rato, todo se arreglará.

—No puedo ir —responde Leo—. Aaron me necesita.

—¿Para qué? —pregunta Rose, con una arruga de preocupación en el entrecejo.

—Es una cuestión de números. —Leo se encoge de hombros como si no fuera nada, pero es mucho.

—¿Números? —Rose me mira sin entender nada.

—Sí, hay un tipo con el que tiene ciertas cuentas pendientes, y quiere reunir al mayor número de gente posible. Según él, soy su mano derecha.

Levanta la barbilla al decirlo, es obvio que se siente orgulloso.

—Leo, en serio, no vayas con él. No dejes que te arrastre a sus chanchullos —digo—. Hace cinco minutos que ha salido de la cárcel, y ya está buscando problemas. Puede que esa sea la vida de Aaron, pero no es tu estilo.

—Tiene razón, Leo —dice Rose, con una delicadeza sorprendente—. Hazle caso, por favor.

—¿Y a ti qué más te da? —pregunta él. Su tono no llega a ser de enfado, más bien grave, como si buscara una respuesta.

Rose me mira y descubro incertidumbre en sus ojos. Leo no conseguirá la respuesta que espera, y lo peor es que una parte de mí está encantada.

—Porque eres mi amigo, tonto —responde Rose—. Además, si te pillan haciendo algo que no deberías antes del concierto, estamos jodidos, ¿o qué?

Leo pone los ojos en blanco, como si no le importara, pero sé que no es así. Sabe tan bien como yo que si Rose le dijera que lo quiere, haría lo que fuera por ella.

—¿Le has preguntado a Aaron por Carly? —cambio de tema.

—No, ni de coña. No ha estado de humor precisamente.

—¿Quién es Carly? —pregunta Rose.

—La chica que tiene un jardín dedicado a su memoria en el instituto —respondo.

—Ah, esa Carly. —Rose suspira—. Pensaba que hablabais de algún ligue. ¿Por qué estamos hablando de ella?

—Pues porque Red conoció a una chica en Camden —añade Leo, para intentar cambiar de tema.

Rose abre la boca sorprendida.

—¿Qué? ¡Cuéntame! Red, ¿de repente tienes vida sexual?

—No —digo con firmeza, a la vez que disfruto al ver que la noticia, por tonta que sea, parece molestarle un poquito. Necesito hablar con Aaron, a pesar de que no soporto la idea de verle la cara —. Oye, Leo, ¿puedo ir contigo a casa después de clase y hablar con tu hermano? Luego iré a casa de Rose, cuando tengas que marcharte a ser un número, o esas movidas tuyas.

Leo me mira de arriba abajo.

—No sé yo, Red, Aaron y tú no sois exactamente... compatibles, y el ambiente ya está bastante caldeado por el tema de los números.

—Joder, que solo quiero hablar con él, no pedirle matrimonio —protesto—. Y tal vez me puedas usar como excusa para no meterte en sus chanchullos.

—De acuerdo, si tantas ganas tienes de celebrar tu funeral... —Leo se encoge de hombros y sonríe al mismo tiempo. Resulta un poco amenazante.

—Planazo —susurra Rose, mientras Leo corre a cruzar la calle para alcanzar a un colega. Acabamos de llegar a Dolphin Square, y nos hemos unido a los centenares de chicos que van en la misma dirección—. No lo pierdas de vista y que no se meta en líos.

Mientras Rose se pone al día de los cotilleos con Kasha y las chicas, Leo se queda atrás y me espera.

—Está guay que quedes con ella —me dice—. Así podrás asegurarte de que no se mete en problemas. ¿Podrías intentar averiguar con quién se ve a escondidas?

—¿A escondidas de quién? —le pregunto. —De nosotros, idiota —replica.

El barrio de Leo siempre está lleno de vida, las veinticuatro horas. Por la tarde, los niños pequeños juegan después de clase en las zonas verdes que hay bajo los árboles, entre chillidos y risas. Algunos de los mayores van en bici y otros practican con sus monopatines utilizando arcenes y saltos, aun a riesgo de enfrentarse a la ira de los ancianos que disfrutan del buen tiempo de septiembre en los bancos. De las ventanas de la torre de edificios, que se eleva hasta donde alcanza la vista, sale música y ruidos de electrodomésticos.

Leo vive en el octavo piso de una manzana de edificios no demasiado altos, con terrazas desde las que se ven los jardines de la calle.

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