Dos meses y medio atrás

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Hacía calor, y ya estábamos hartos de ir a clase.

Habíamos terminado los exámenes, y las últimas semanas no parecían servir de mucho. Nos sentíamos lentos y cansados, y nos limitábamos a esperar a que sonara esa última sirena que nos haría libres durante el resto del verano.

Íbamos a ensayar canciones nuevas en la sala de la que nos habíamos adueñado de modo que nadie pudiera usarla, o esa era la idea. Rose, Leo y yo ya habíamos llegado, pero Nai se retrasaba, así que me puse a enseñarle los temas a Rose, mientras Leo practicaba los acordes que le había escrito en una partitura.

Nada más entrar por la puerta, Nai se despojó de la peluca manga de tono rojo fuego que llevaba puesta todo el día y sacudió su larga cabellera castaña, que cayó en una cascada de color miel.

—¿Qué, hace demasiado calor para lucir, eh? —le dijo Rose.

Naomi se encogió de hombros y se sentó en el suelo. Sonreía, pero recuerdo que no era para nosotros, sino para sí misma. Como si no se encontrara en la sala de ensayos, sino en otro momento y en otro lugar que solo existían para ella. Pensé en preguntarle más tarde, pero al final no lo hice.

Mientras repasábamos el repertorio para el próximo concierto, que sería en el baile de graduación, se sacó un paquete gigante de toallitas y empezó a desmaquillarse. Miré a Rose, que enarcó una ceja; Leo, por su parte, estaba tan concentrado en la música que, al principio, ni se dio cuenta.

Lo cierto es que ya me había acostumbrado a la base pálida y mortecina que ocultaba sus rasgos hasta convertir su rostro en un lienzo en blanco. Los ojos enormes de dibujo animado, trazados a lápiz y acentuados con pestañas postizas larguísimas. Las cejas oblicuas que no se parecían en nada a las naturales. La boquita de piñón pintada sobre sus verdaderos labios. Todo aquello era tan propio de Naomi que había dejado de buscar su cara de verdad. Supongo que esa chica se había vuelto invisible.

Seguimos hablando del repertorio, de qué canciones incluir y en qué orden, mientras ella continuaba desmaquillándose hasta que gastó todas las toallitas. Cuando llegó la hora de tocar, tenía la tez limpia y lisa, con la piel color café, fresca y radiante, las mejillas un poco sonrosadas, los labios un poco más oscuros. Y sí, estaba preciosa. Durante un momento, incluso me dio vergüenza estar junto a ella.

—Tía, qué guapa estás —la piropeó Leo.

—¡Es verdad! —dijo Rose—. ¡Deja que te maquille un poco!

—¡Vete a la mierda! —Nai se echó a reír—. Ya me lo he quitado todo. Ahora paso de esas movidas, ¿sabes? Creo que me va más el rollo natural.

—¿Desde cuándo? —le preguntó Rose.

—Desde ahora mismo —respondió Nai con una sonrisita.

Entonces sacó unas tijeras de su estuche y cortó los lazos que ataban la especie de corsé que siempre llevaba puesto, se desabrochó la faldita de volantes y se quedó solo con una camiseta y unas mallas negras, de manera que podía verse su figura, suave y redondeada, tierna y vulnerable.

—Guay —dije.

Me había costado un rato recordar que aquella chica era mi mejor amiga, con la que había pasado tanto tiempo y en la que nunca había pensado de otra manera. Entonces, me recriminé lo idiota y superficial que podía llegar a ser. Me apresuré a quitarme la idea de la cabeza. Nai era Nai, no una chica, sino mi amiga.

Cuando empezamos a tocar, lo hicimos bien, pero ella estuvo mejor que nunca. En lugar de quedarse atrás, cabizbaja, se dedicó a establecer contacto visual con nosotros, a reírse y dar vueltas. Como si acabara de salir el sol sobre su cabeza o algo así.

—Esta tarde no voy a ir a clase —nos dijo luego, mientras recogíamos.

—¿Cómo? ¿Te la vas a fumar? —le preguntó Rose en un jadeo—. Pero ¡si no lo haces nunca! ¿Por qué?

—Porque es una pérdida de tiempo —replicó Naomi—. Tengo algo de pasta y voy a buscar cosas acordes a mi nuevo estilo.

—Espera, que te acompaño...

Pero Naomi se marchó antes de que Rose pudiera decirle que se iba con ella.

—Está muy guapa así —señaló Leo después de que se fuera—. Se van a fijar mucho en ella.

—¿Más guapa que yo?

En ocasiones, a Rose le sale ese punto de niña mimada y hace preguntas impropias de una persona mayor de cinco años. En este caso, aún era peor, Rose no debería haberle dicho eso a Leo, aunque es típico de ella: jugar con su atención, doblegarlo y volver a apartarlo. Y él pica siempre, pero no me extraña, porque yo hacía lo mismo.

—Tú no eres guapa —le dijo Leo, cosa que hizo que Rose resoplara con cara de asombro—. Eres preciosa. —Ella se pavoneó un momento mientras Leo se colgaba la guitarra a la espalda, justo antes de añadir—: Para estar como una cabra.

—¡Gilipollas! —le gritó ella mientras él se alejaba—. Menudo gilipollas, ¿no? —Ladeó la cabeza para mirarme—. ¿Quieres fumarte las clases y venir a tomar el sol conmigo?

Y la idea de pasar el rato junto a Rose entre la hierba alta, con el pelo lleno de margaritas y los ojos chispeantes, hizo que me olvidase de todo lo que Nai había dicho y hecho antes de poder contestar que sí. 

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