Nueve horas atrás

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Estábamos en el salón de actos, sentados en fila al borde del escenario, sintiéndonos como unos gilipollas. Bueno, es posible que Leckraj no, pero la verdad es que nunca dice gran cosa. Se limitó a aposentarse en un extremo y colocó su almuerzo con esmero sobre el escenario polvoriento.

Allí estaba el señor Smith con la señorita Greenstreet, nuestra profesora de teatro, lo bastante juntos para tocarse los codos, con las cabezas inclinadas, en medio de una animada conversación. Me dediqué a observarlos en busca de señales de tensión sexual no resuelta, o sí resuelta, más interesante si cabe.

Sabemos que el señor Smith está soltero porque cuando le preguntamos siempre nos dice que nos invitará a la boda cuando conozca a la mujer adecuada. La señorita Greenstreet, por el contrario, es más sutil; no se deja llevar al terreno del cotilleo. Me cae muy bien y me mola que su pelo rubio sea más largo por delante que por detrás, además, si te acercas mucho, verás que tiene un agujero en la nariz de un pirsin. Me gusta pensar que se lo vuelve a poner los fines de semana. ¿Sería posible que ella y el señor Smith estuvieran liados?

—No, aunque creo que a ella no le importaría —me susurró Rose—. Pero ella no es su tipo, no es lo bastante femenina.

Me volví para mirarla, flipando con su clarividencia recién adquirida.

—Venga, si lo llevabas escrito en la cara —sonrió ella—. Pero no te preocupes, tu cuelgue por la señorita G. está a salvo, por ahora.

—¡No me mola! —protesté.

—Tranquilos, chicos —nos reprendió el señor Smith.

Rose me tocó la mejilla con el dorso de la mano, pero la apartó al instante como si se hubiera quemado con el calor de mi rojez.

—Ah, no, claro que no. Para nada.

—¿No qué? —preguntó Leo con una sonrisa.

—No le gusta la señorita Greenstreet —respondió Rose, lo bastante alto para que todo el mundo lo oyera.

—No me digas que te pone la señorita G. —Leo se echó a reír y negó con la cabeza.

—Tierra, trágame. —Escondí la cara entre las manos mientras trataba de ignorar el hecho de que la señorita G. hubiera fingido no oírlo.

—No pasa nada. —Leckraj me ofreció un gajo de su mandarina—. A mí también me mola.

—Vale. —Lily, la de la radio, dio una palmada para llamar nuestra atención—. Estoy lista, los cables están preparados, así que lo grabaremos en directo. Sed naturales y divertidos y no digáis tacos, ¿vale?

Dijimos que sí en voz baja, y Lily nos hizo la cuenta atrás en silencio.

—Estoy aquí con Mirror, Mirror, un grupo de música del instituto Thames que tiene ya todo un ejército de seguidores. ¡Hola, chicos!

Asintió levantando las cejas con insistencia para que dijéramos algo.

—Hola... —soltamos al unísono.

—Bueno, Red. —Me escogió a mí primero, y me pegó el micro a la cara. Me quedé mirándolo fijamente, y todas esas fantasías que tenía sobre ser fascinante, ocurrente y adorable durante las entrevistas se agolparon en mi cabeza para atormentarme—. Cuéntanos por qué vais a hacer un concierto benéfico por vuestra compañera de grupo y de clase Naomi Demir. Desvié los ojos del micro a Lily, que asentía animándome a hablar.

—Pues... —Nada. Pasaban los segundos y no se me ocurría nada. Rose cogió el micro y se lo acercó a la vez que me miraba de reojo con mala cara.

—Es algo muy importante para nosotros —dijo—. Cuando empezamos a planearlo, aún no se sabía dónde estaba Naomi. Queríamos gritar su nombre lo más alto que pudiéramos, con la esperanza de que nos oyera y regresara a casa. No es solo nuestra amiga, es como si fuera de la familia, y su ausencia fue muy dura para nosotros. Ahora ha vuelto, y sea lo que sea lo que le sucedió, va a necesitar mucho apoyo para ponerse mejor. Este concierto es para todos los jóvenes como ella, como nosotros, que a veces sienten que no tienen a nadie con quien hablar. Si no te escuchan, grita hasta que lo hagan. Ese es el mensaje de este concierto. Todo el mundo merece tener una voz.

—Muy bien, Rose, gracias —sonrió Lily claramente impresionada—. ¿Tú qué crees, Leo? ¿Estás de acuerdo con Rose?

—Joder, pues claro —respondió, tras lo que Lily apagó la grabadora—. Mierda, lo siento —se disculpó mientras Rose se desternillaba de la risa.

—Nada de tacos —le recordó Leckraj, servicial, antes de darle un mordisco a su sándwich.

—Chicos. —El señor Smith intentó no reírse—. Tranquilos, ¿vale? Esto es muy importante, para vosotros y para el concierto. Es algo serio. Y no se pueden decir tacos por la radio.

—Hostia, lo siento —dijo Leo, y Rose se partió otra vez.

—Lo siento. —Rose respiró hondo—. Es que... Perdón.

—No pasa nada. —Lily también respiró hondo y levantó el micrófono—. Podemos cortar la palabrota; haremos como si te hubiera hecho la pregunta otra vez y tú me respondes. Leo asintió y ella pulsó el botón para grabar.

—Sí —dijo—, hay mucha gente que se preocupa por Naomi. Seguramente más de la que ella creía. Y ahora que ha vuelto, nos necesita más que nunca. Creo que queríamos hacer algo grande por ella, y por los demás... No sé, algo así. Pero eso es lo que creo.

Después bajó la cabeza, avergonzado, y Rose le acarició el hombro.

—¿Y Leckraj? —Lily le acercó el micro.

Leckraj se quedó quieto —con el sándwich de camino a la boca— y parpadeó.

—¿Qué sientes al sustituir a una integrante del grupo tan querida?

Leckraj guardó el sándwich en la fiambrera y cerró la tapa.

—No la estoy sustituyendo —respondió pensativo—. Le rindo tributo. Es la mejor bajista a la que he conocido en mi vida, y cuando se despierte del coma, voy a pedirle que salga conmigo. Seguro que me dirá que no, porque no estoy a su altura, pero no merece la pena vivir con miedo, ¿no?

Leo, Rose y yo nos volvimos para mirar a Leckraj, y por fin supe lo que tenía que decir.

—Tío —le dije—, tú eres uno de los nuestros.

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