Capítulo 22 (2/2)

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El ascensor hace ruido, es lento y huele a marihuana.

—¿O sea que estás dispuesto a convertirte en el secuaz de Aaron? —me atrevo a preguntar a Leo, por fin.

De camino, solo hablamos de las chorradas habituales: ensayos, fútbol, chicas, música, pero en cuanto nos acercábamos a su casa, se calló. No dijo ni una palabra más. —No es eso, y lo sabes —me responde.

—¿Pues qué es?

—La gente lo respeta, Red —dice—. Por quién es y por lo que ha hecho.

Aunque intento morderme la lengua, no lo consigo.

—¿Por vender drogas y casi matar a un tío?

—Ese tipo tenía muy claros los riesgos que corría. Aaron no fue a por un simple fulano. Se había declarado la guerra en las calles.

Siento el impulso de reírme, pero me contengo, porque no sé cómo reaccionaría Leo; y, además, tiene cierta razón. En este último año vamos a apuñalamiento por semana. Incluso celebramos una reunión sobre el tema en el instituto. Pretendían recaudar fondos para poner un detector de metales en la puerta, una soberana estupidez porque hay otras diez maneras de entrar y salir del edificio.

Pero tú eres un fulano cualquiera. Eres guitarrista, y muy bueno. ¿De verdad crees que merece la pena meterte en esa mierda?

Leo me mira con dureza, y el ascensor se detiene de golpe.

—Red, no tienes ni idea de cómo es mi vida. No creas que me conoces.

—¡Red! —A la madre de Leo se le ilumina la cara cuando me ve—. ¿Te quedas a cenar?

Soy la compañía que toda madre quiere para su hijo, porque les aseguro que no verán a sus retoños metidos en una guerra de bandas un miércoles por la tarde, a la salida de clase.

—Gracias, señora Crawford —digo—, pero no puedo.

No puede ocultar su decepción, e incluso me parece atisbar cierta angustia en su rostro. Leo no sabe la suerte que tiene por que su madre se preocupe tanto por él.

—¿Cómo está Naomi? He llamado a Jackie, pero no coge el teléfono. Es lógico, no puedo ni imaginar por lo que está pasando.

—Por ahora no hay cambios —la informo.

De repente, me abraza y me susurra al oído:

—Me alegro de verte. Cuida de mi chico, ¿vale? Me tiene preocupada. —Se separa de mí y me dice—: Ya sabes que puedes volver cuando quieras.

Asiento, y le prometo en silencio que haré lo que pueda. Pero, ¿y si Leo tiene razón? Es posible que no lo conozca en absoluto.

Aaron está jugando con la consola, espatarrado en un sillón, con una pierna sobre el reposabrazos. En la pantalla, varios pandilleros generados por ordenador caen bajo los disparos de su pistola.

—¡Ahí! ¡Cabrones! —Se vuelve para gritarle a Leo—. Ven aquí, tío, y verás cómo me cargo a estos hijos de...

—Hola —saludo.

Aaron me mira de medio lado.

—¿Qué cojones es eso? —me dice contemplándome—. Vaya, joder, ya me han matado.

—Soy Red —le digo—. Soy colega de Leo.

—Red está en la banda —añade Leo, como si se avergonzara de que lo vieran conmigo.

—Ah, sí —dice Aaron, mientras me repasa de arriba abajo—. Tienes un aspecto único..., Red.

—Gracias —respondo, y él me sonríe de medio lado.

Está claro que no pretendía lanzarme un cumplido.

—Bueno, y ¿qué tal te va la vida? —digo para intentar entablar una conversación.

—Pues me iría mucho mejor si dejaras de hablarme —dice, y deja caer el mando de la consola tras perder otra vida—. ¿Puedes llevarte a esa cosa de aquí, tío, por favor?

No me doy cuenta hasta pasados unos segundos de que al decir «esa cosa» se refiere a mí.

—¿Te podría preguntar algo sobre cuando ibas al Thames? —Ojalá mi tono de voz no sonara tan pijo, pero es lo que hay. La cuestión es que si probara a hablar en plan macarra, sería peor. —Bueno, procuraba no pasar mucho tiempo allí, ¿sabes lo que te digo? —Aaron suelta una carcajada, y Leo se mira los pies.

—¿Te acuerdas de Carly Shields?

Aaron me observa extrañado, con la cabeza ladeada.

—Sí, era buena pava. Muy dulce. Estuvimos juntos. Fue una putada lo que le pasó.

Me sorprende la suavidad de su voz, su sonrisa.

—¡Aaron! —grita la madre de Leo desde la cocina.

—¿Qué cojones quieres? —responde Aaron—. Siempre dando por saco.

—Mira, da igual —digo, y me levanto—. Leo, ¿te vienes a casa de Rose?

—Sí, puede... —Leo hace ademán de seguirme.

—Me quedé destrozado cuando se suicidó. Fue muy triste. Era buena, incluso consiguió que sintiese que yo también podía mejorar. Después me dejó, sin más, y se volvió muy rara.

—Rara... ¿cómo? —pregunto, procurando que no se note mi interés.

—Se le piró la pinza, no sé, unos días antes de suicidarse. Me acuerdo como si hubiese sido ayer. Cambió por completo.

—¿En serio? ¿Qué pasó? —le interrogo.

—Vino a verme y me preguntó si conocía a alguien que pudiera matar a una persona. Incluso me aseguró que tenía dinero para pagarlo.

—¿Qué dices? —pregunta Leo

—¿Me estás llamando mentiroso? —salta Aaron, desafiante—. Yo le dije a la tía que pasaba de rollos, pero, ahora que lo pienso, debería haberme quedado con su dinero, al fin y al cabo, no iba a necesitarlo.

Carly cambió. Tenía miedo. Y quería ver muerto a alguien...

—Parece que se le fue el tarro —concluyo—. ¿Te vienes, Leo?

Leo se levanta, pero Aaron lo detiene con una mano.

—No, Leo. Tú no vas a ninguna parte, tío. Tenemos planes.

—Pero si no me necesitas hoy, ¿no? —Leo cambia el peso de un pie al otro.

—Que te necesite o no es lo de menos. Eres mi hermano, así que vienes conmigo.

—Vale. —Leo se sienta, resignado.

—Mándame un mensaje después —le pido.

—Claro. —Durante un momento me pregunto si debería quedarme, tal vez si estuviese por allí podría ser de alguna ayuda. No me apetece ni un poco dejar que Leo llegue al punto de no retorno si puedo evitarlo—. Si quieres, puedo...

—Tú, engendro, no pintas nada aquí —me dice Aaron—. Me das mal rollo.

—¿Leo? —Mi amigo no me mira a los ojos—. ¿Y si llamo a Rose y le digo que venga? Podríamos hacer algo los tres juntos.

—Red —Leo me lanza una mirada de advertencia, con la que me dice que no es buena idea—, tienes que irte.

Sigo sin moverme, porque no puedo. Aaron salta de su asiento y se planta delante de mí, muy cerca de mi cara.

Mi hermano te ha dicho que te pierdas, así que pírate si no quieres que te enseñe a bajar la escalera de la manera más rápida posible.

Veo que se le acumula saliva en la comisura de los labios y las venitas rojas de sus ojos. Sabe cómo hacer que alguien se cague en los pantalones. Conmigo lo ha conseguido.

—Nos vemos, Leo.

Me mira, pero no responde. No tiene por qué, lo dice todo con la mirada.

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