Capítulo 6 (3/3).

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—Por supuesto —respondo sin tenerlo muy claro, a la vez que miro a Leo y a Rose, que asienten.

—Sé que va a ser raro... y un puto horror —dice con un suspiro, a la vez que agacha la cabeza y sus oscuros ojos miran hacia el suelo—. Jackie os echa mucho de menos. Antes estabais por allí todo el tiempo, aunque la poníais de los nervios, y dice que ahora hay demasiado silencio en casa. Y yo nunca invito a mis amigos, en realidad, ni los tengo... Nadie sabe qué decirme.

—Joder, lo siento, Ash. —Rose se acerca a ella, pero retira la mano antes de tocarla. Da la impresión de que Ash no quiere que la toquen.

—No es culpa tuya. —La hermana de Nai se encoge de hombros y me mira, y durante un instante creo que quiere decir algo más, pero solo a mí—. La verdad es que nunca me ha gustado mucho la gente.

—Nos hemos portado fatal —se lamenta Leo negando con la cabeza—. Teníamos que haberos apoyado. Pero no sé, estábamos todos un poco idos.

—Bueno, pero habéis organizado un concierto. Eso mola, es una manera de centrarse en ella — contesta Ash con una sonrisa forzada—. Además, yo tengo mis maneras de afrontarlo. En fin, que a Jackie le encantaría veros y cebaros, si sois capaces de soportarlo.

—Pues claro —digo—. Echo de menos la comida de Jackie.

—Y ¿tú cómo estás? —Rose cruza por fin esa línea invisible que rodea a Ash y la coge de la mano, como es típico de ella, que rompe barreras a cada momento, sin miedo a lo que puedan depararle.

—Estoy bien. —Ash le aparta la mano con delicadeza—. Mi padre ha vuelto esta mañana después de pasar allí toda la noche, y Nai está estable, lo cual es bueno, así que... En fin, ya nos veremos en el hospital.

Observamos a Ash mientras se aleja, otra vez con la cabeza gacha y el pelo revoloteando a sus espaldas a causa de la intensidad de su deseo de llegar cuanto antes a algún sitio donde nadie pueda verla llorar.

—No se me había pasado por la cabeza pasar por allí —admite Rose mientras suena la campana de clase, y nos damos cuenta de que somos los únicos que quedan fuera—. Ni preguntarle a Ashira cómo estaba.

—Ni a nosotros.

Leo le pone el brazo sobre los hombros, y ella se vuelve y apoya la frente sobre su pecho durante un instante. Él le da un beso en la cabeza y la suelta como si no hubiera pasado nada, y de alguna manera así ha sido, pero yo tendría que crecer treinta centímetros para poder besar a Rose en la cabeza, y verlos tan juntos me provoca una opresión en el pecho.

— ¡Eh, chicos! —Dice el señor Smith mientras se acerca corriendo hasta nosotros sobre el suelo de hormigón—. Una pregunta: ¿vais a ir luego al hospital?

—Sí —dice Rose—. Por supuesto. ¿Y usted?

—No, me parece que no, pero no dejéis de informarme, ¿vale, Rose?

—Claro. —Rose sonríe.

—La cuestión es que, antes de que pasara todo esto, les pedí a las radios locales que vinieran a grabaros durante los ensayos para hacer publicidad al concierto. Pero ahora... Tengo que hablar con los padres de Naomi, tal vez habría que posponerlo.

—No. —Rose le toca el brazo, como si lo consolara—. No hace falta, acabamos de hablar con Ash y dice que les parece bien. No deberíamos posponerlo.

—Entonces, ¿haréis la entrevista? —nos pregunta.

—Supongo que sí —digo.

Leo asiente.

—Muy bien, pues entrad a clase. Echadme a mí la culpa por llegar tarde.

—De acuerdo. —Rose sonríe ladeando la cabeza—. Y usted écheme la culpa a mí, ¿vale?

—Por cierto, Rose, no olvides venir a verme luego por lo del coro —le responde él mientras se aleja por el patio.

Los coqueteos de Rose le resbalan como el agua por el lomo de los patos, pero ella está radiante de todos modos.

—¿Por qué haces eso? —le pregunta Leo mientras entramos—. ¿Y de qué va eso del coro?

—Por lo visto necesitan una solista cañera para no sé qué concurso. —Rose lanza una carcajada rutilante a la vez que se arrima a Leo con un batir de pestañas—. Y es que no puedo suprimir mis encantos naturales. Soy irresistible para los hombres.

—Más bien ellos para ti —le suelta él, apartándose y dejándola colgada, y se va corriendo a fichar.

Rose me mira cuando nos paramos en el pasillo.

—¿Qué mosca le ha picado a este? —me pregunta. El barullo y la cháchara de los chicos que entran a clase termina por desvanecerse poco a poco tras las puertas cerradas, hasta que se hace el silencio, señal inequívoca de que llegamos tarde. «La mosca eres tú», pienso, pero no lo digo.

—Van a soltar a Aaron.

—Mierda. —Rose frunce el ceño y se le cae el bolso del hombro con un estruendo que retumba en las paredes—. Aaron es gilipollas, y Leo se cree que es la hostia en verso.

—Lo sé. —Me paso la mano por la parte rapada de la nuca—. Y me preocupa, pero ¿qué podemos decirle? ¿Qué hacemos? Aaron es su ídolo.

—No va a pasar nada. —Rose recoge su bolso—. No vamos a perder a nadie más, coño. No si yo puedo evitarlo.

Le sonrío, y en mi mente parezco uno de esos personajes de dibujos a los que les salen corazoncitos de los ojos.

—¿Qué? —Rose me mira con la cabeza ladeada cuando echamos a andar para entrar a clase—. ¿Qué pasa?

—Nada.

Me encanta su forma de vivir cada momento con los cinco sentidos, poniendo a prueba a todo el mundo, buscando pelea cada cinco minutos.

—Como quieras, no voy a quedarme aquí esperando a que espabiles. Hasta luego, friki —me dice sacándome el dedo mientras avanza por el pasillo, y cuando llega casi al final, se vuelve y me grita con todas sus fuerzas—: ¡Te quiero, Red! 

—Ya lo sé —respondo. 

Cuando por fin entro a clase, lo hago con una sonrisa de oreja a oreja.

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