Capítulo 16 (1/2)

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Leo está enfadado. Lo veo al final de la pista de cemento del patio, apoyado contra una pared, con los brazos cruzados y la cara arrugada como un puño. Y además está solo, cosa rara en él, ya que a estas horas suele estar rodeado de gente que ansía su compañía, porque con estar cerca de él ya te sientes importante. Si ha conseguido librarse de ellos, tiene que ser porque se habrán asustado por algo que haya dicho o hecho, como cuando nos daba miedo a todos.

Ya tendríamos que llevar cinco minutos ensayando, el concierto de Naomi es dentro de poco, pero solo hemos aparecido Leckraj y yo. El señor Smith ha llegado justo después, con un paquete de dónuts y una caja de Coca-Cola.

—¿Dónde están los demás? —me pregunta—. Os he traído algo para que repongáis fuerzas. El concierto está a la vuelta de la esquina.

—No lo sé... —Miro a Leckraj, que se encoge de hombros—. Iré a buscarlos y les diré que los está esperando.

—Déjalo. —Parece alterado—. Tengo una reunión y no puedo quedarme. Pero, Red, por favor..., dime que lo tenéis controlado. Me ha costado mucho organizaros este concierto, y dejo que os encarguéis de la parte musical porque confío en vosotros. No iréis a decepcionarme ahora, ¿verdad?

—No. Por supuesto que no.

Me pone el paquete de dónuts en la mano.

—Más os vale —dice—. Cuento con vosotros.

—Pero ¿Qué narices les pasa? —digo en cuanto sale de la sala de ensayo—. ¿Es que no se dan cuenta de que todo se va un poco más a la mierda cada vez nos separamos?

—Yo he venido. —Leckraj levanta la mano como si estuviera en clase.

—Ya, bueno, pues no te muevas. Voy a ver si los encuentro.

—¡Red! —me llama cuando me acerco a la puerta.

—¿Qué?

—¿Puedo comerme un dónut?

—¿Qué pasa? —le pregunto a Leo cuando llego hasta él. Agacha un poco la cabeza al verme, como un niño al que han pillado haciendo algo malo—. Leo, tenemos media hora como mucho para ensayar, ya ha pasado casi entera, el concierto será muy pronto, Smith está de los nervios y Leckraj no está preparado. ¿Qué te ha ocurrido?

—Nada.

Leo se encoge de hombros, y la manera que tiene de escupir la palabra me recuerda a aquellos tiempos remotos en los que me parecía un matón a quien nunca me habría atrevido a dirigirle la palabra, y mucho menos como acabo de hacerlo ahora.

—No me vengas con eso —le digo—. Que soy yo. Dime qué narices está pasando. ¿Por qué no fuiste ayer al hospital?

—Fui, pero era demasiado tarde y no me dejaron entrar, así que me quedé fuera un rato. Era mejor que volver a casa.

—Espera. —No está enfadado, sino triste. Leo se esconde de su séquito porque está triste—. ¿Qué pasó, tío?

—Aaron volvió a casa anoche, antes de lo que pensábamos, y fue un puto infierno. Mi madre se disgustó, y él se cabreó. —Tiene el rostro muy tenso—. Horrible, pero, como te he dicho, no me dejaron entrar al hospital. Y tampoco quería irme a casa. Una mierda.

—Ya.

Busco algo que decir, una manera de empatizar con él, pero no se me ocurre nada, porque que un hermano violento salga de la cárcel es algo que no he experimentado nunca. Los dos tenemos dieciséis años, nos gusta la misma música y las mismas películas, podemos tirarnos el día entero hablando de chorradas y quedarnos callados cuando vemos a una chica que nos mola, pero nunca he pasado por lo mismo que él con Aaron.

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