Capítulo 6 (1/3)

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Ya no merece la pena que intente dormirme otra vez, así que me quedaré esperando a que llegue la hora de levantarse mientras me pierdo en la pantalla de mi Chromebook. 

Este mes hemos tenido 874 visitas en Tumblr, una pasada. Unas 400 habrán sido de Rose para leer los comentarios de su vídeo, pero, aun así, no está nada mal para ser cuatro chavales de dieciséis años. También tenemos 1.385 seguidores en Twitter, y he pedido que nos verifiquen. Estoy deseando que aparezca la insignia azul junto a nuestro nombre. Eso significará que somos auténticos. 

Grabamos nuestro último vídeo de YouTube en el parque, y fue la caña. Lo hicimos para Tiovivo, escrita por Nai y por mí, que va de dos chicos que se gustan pero que no llegan a estar juntos. Pero bueno, volviendo a lo del parque, me llevé un altavoz para el móvil y fuimos haciendo playback, cantando y tocando. Parecíamos gilipollas. Había un montón de niños mirándonos, la mitad pensaba que éramos unos capullos, pero yo ya sabía que al final iba a quedar bien. Al que más le costó fue a Leo, porque odia todos esos rollos y solo le interesa tocar, pero Rose logró camelárselo. Lo achispó un poco y le dio algo de maría, hasta que dejó de importarle tanto parecer un tipo duro y empezó a darlo todo sobre el tobogán con su guitarra. Rose se tumbó en el balancín y gesticuló como la Madonna de los años ochenta, tan sexi que parecía mentira. Y Naomi estuvo dando vueltas y más vueltas en el tiovivo sin que se le escapara una sonrisa. Lo grabé casi todo con el móvil de Naomi, con su carcasa de Legend of Zelda: Tri Force, la canción entera con cada uno del grupo para montarlo después, hasta que llegó mi turno de darle a la batería en el banco y fue Rose quien se encargó de filmarme, con gafas de sol y mitones de cuero. Ya llevamos 924 visualizaciones, me encanta; 2.300 me gusta en la página de Facebook; 760 seguidores en Instagram. Y tengo pensado meternos en Toonify en cualquier momento. 

Y es que me encanta mi yo de ese mundo, el que se ve en las redes sociales. Ese yo parece saber lo que hace, lo que quiere y adónde va. Es un yo ideal. Ese yo siempre tiene buen aspecto, siempre mantiene la calma y lleva las baquetas en la mano, y todo mi cuerpo funciona como es debido: cada músculo, cada reflejo, cada latido, cada neurona. Mi reflejo, ese que vive detrás de la pantalla brillante, es quien consigue los me gusta, los corazones y los mensajes privados. Las sonrisas de medio lado de chicas que, aunque nunca hubieran pensado en mí de esa manera, podrían plantearse de pronto tener algo conmigo, porque, por muy poquita cosa que fuera, toco la batería de puta madre, hostia, y tengo algo de morbo. 

Sin embargo, tardé mucho tiempo en pensar así sobre el yo de la vida real, sin filtros. Este yo, el yo hecho de sangre, huesos, nervios y sinapsis, es el que nunca me gustó. Antes del grupo, mucho antes, cuando me escondía entre las lorzas, mi cuerpo era una celda inexpugnable en la que latía mi corazón: una cárcel de carne y sangre que odiaba tanto como necesitaba. 

Y , entonces, ocurrió algo que hizo que dejara de comer.

Un día me vi en el espejo del vestuario del instituto. Como si desde un ángulo extraño divisara mi propio reflejo; yo era incapaz de reconocerlo como mío, y de repente me parecía estar viendo a alguien extraño. Una persona a la que odiaba, despreciaba y compadecía. 


Durante el año siguiente hice todo lo posible por volverme invisible y eliminar a esa persona, sin vómitos, pero comiendo muy poco. Los atracones eran para los críos, para los niñatos desmedidos. El ayuno era para el nuevo yo, que lo controlaba todo. Y sabía que se darían cuenta, como así fue, pero solo para decirme que se me veía mucho mejor. Incluso cuando los huesos de las caderas parecían a punto de atravesarme la piel y sentía frío en un día de calor abrasador. Me hinché como un globo por ellos, me convertí en un esqueleto por ellos, y nada cambió. Excepto yo. 

Leo, Nai y Rose fueron quienes me salvaron, porque no me vieron como era, sino como podía ser. Y cuando descubrieron esa versión de mí, también la vi yo. Fui consciente de que si no empezaba a vivir mi vida, muy pronto estaría en un lugar del que no podría salir nunca, y no quería ser el siguiente que fracasara de mi familia; yo no iba a acabar como ellos. 

Y así, muy poco a poco, a lo largo de ese año tras la batería, mientras tocaba y pasaba el rato con esa gente que fui viendo que eran mis amigos, me desmelené lo suficiente para que dejara de preocuparme lo que comía. Era terrorífico, daba miedo, pero también resultaba emocionante, porque tenía amigos, música, baile y risas, y salía toda la noche, de una discoteca a otra, de un bar a otro, aullándole a la luna. 

La verdad es que no parece un buen método, pero lo fue. Cuanto más tocaba, más en forma estaba y más fuerza tenía. Dejé de pensar en comida, me alimentaba cuando me apetecía, y parecía ser todo lo que necesitaba. Cuanto más me permitía ser yo en mi interior, más se parecía al yo del exterior. Más que por una cuestión de salud, fui más feliz cuando por fin descubrí que, por mucho que lo deseara, no me hacía falta que mis padres me cuidasen. Yo cuido de mí y de Gracie, y se me da mucho mejor que a ellos. Uf, a veces el egocentrismo me domina. Antes pesaba demasiado; después, demasiado poco. Ahora estoy fuerte y saludable, como debe ser. Así que supéralo, Red, hay cosas más importantes de las que ocuparse en este momento. 

Lo único que quiero es volver a ver a Nai.

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