Capítulo 3 (3/3).

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Mientras esperamos fuera, el señor Smith por fin se mueve del lugar donde ha estado pegado al suelo junto al ascensor, y se acerca hasta la ventana que da a la habitación de Nai. Al mirar por entre la persiana, los rayos del sol de mediodía le dibujan franjas de sombra en la cara. Aún no he sido capaz de mirar al interior, así que lo contemplo a él. Su semblante me resulta familiar, como una especie de refugio.

— ¿Tiene mal aspecto? —le pregunto.

—Sabes que nunca miento a mis alumnos, ¿verdad, Red?

Vuelvo a asentir.

—No tiene buena pinta. —Señala a Naomi con la cabeza—. Creo... Creo que Rose te necesita.

Cuando por fin consigo obligarme a mirar por la ventana, veo que Rose tiene los puños apretados sobre la cara, los ojos muy abiertos, y su cuerpo tiembla mientras observa la figura que reposa en la cama. Sin apenas darme cuenta, me meto en la habitación, la agarro de la muñeca y la arrastro hasta la puerta.

Ella se retuerce y aparta la mano.

—No, no, no. No podemos dejarla aquí sola. No voy a dejarla sola. Mírala, Red. No puede quedarse sola.

—Venga, Rose. No le hacemos ningún favor perdiendo los nervios. Leo se planta delante de la puerta.

— ¡Mírala! —me ordena Rose.

La miro. Veo su cara hinchada, amoratada y grisácea. Y ahora no puedo apartar la vista, porque su rostro no se parece en nada a ese que conocía tan bien. Cuesta creer que sea la misma persona. Un vendaje le envuelve la cabeza, y no hay ni rastro de su largo cabello oscuro. Otro le atraviesa la cara en diagonal, entre el que asoman manchas rojas. La piel visible está ennegrecida o pálida a causa de las magulladuras, tiene un ojo cerrado por la hinchazón, y otro oculto bajo la venda, como si hubieran borrado su radiante iris oscuro para siempre. Miro las máquinas, el tubo grueso e incómodo que le sale de la boca, que retuerce la sonrisa cálida que recuerdo hasta convertirla en un grito congelado. Los cables parecen surgir de su cuerpo como si fuera mitad máquina, y entonces lo entiendo. Sé por qué Rose quiere gritar hasta desgañitarse. Es terrorífico.

—Vamos —le digo, e intento sacarla de la habitación—. Tenemos que calmarnos. Hay que ser fuertes.

Tiro de Rose, cierro la puerta y la abrazo con fuerza.

— ¿Está muy mal? —pregunta Leo, pero no hace falta responder.

—Cuando descubra quién ha sido el que le ha hecho esto... —Aprieta los puños.

— ¿Y si se lo ha hecho ella misma? Ashira aparece de pronto.

— ¡Ash!

Rose me suelta y se lanza a los brazos de la hermanastra de Nai, que permanece quieta mientras Rose solloza sobre su hombro unos instantes. Observo a Ash, tan calmada, tan entera. Por lo menos, de cara a la galería.

—No creerás que... Ella no se habría hecho daño a propósito —digo—. Nai era feliz, muy feliz. Estaba como unas castañuelas antes de desaparecer. No es como antes, cuando se escondía de los que se metían con ella. Eso cambió con la banda y cuando nos tuvo a nosotros. Ya no la acosaba nadie. No tiene sentido.

—No.

Ash aparta su rostro de Rose, y me sorprendo al ver lo mucho que se parece a Nai, más de lo que pensaba: tiene la misma nariz larga y recta, los mismos pómulos, el pelo negro azabache con reflejos rojo rubí que brillan como un espejo. A diferencia de Nai, Ash no se maquilla ni se alisa el pelo: es así. Aunque Naomi iba encontrando atuendos cada vez más estrafalarios que ponerse, Ash siempre llevaba más o menos el mismo uniforme de batalla: vaqueros, camiseta y gorra, hiciera frío o calor. Siempre me gustó que no le importara una mierda lo que pensara el mundo que quedaba fuera de su cabeza. Pero su hermana está en cuidados intensivos, y se ha visto obligada a salir, a transitar por este mundo con los demás. Y da la impresión de que le duele.

—No, creo que no tiene sentido. Ni eso ni nada. Tengo que encontrar a mi padre y a Jackie, ¿sabéis dónde están?

—Han ido a hacer unas llamadas —le contesto acercándome a ella—. ¿Estás bien, Ash?

Ella da un paso atrás.

—Estoy... —Se encoge de hombros—. Nos vemos luego.

—Esto es una mierda —dice Leo en voz baja—. Lo que le ha pasado es una mierda. No debería haber sucedido, joder. Si solo hubiera sido un numerito de los de Nai, la cosa no habría acabado así. Algo le ha ocurrido, estoy seguro. Ella no habría intentado quitarse de en medio.

— ¿Es eso lo que dice la gente? —Miro al señor Smith para dejar las cosas claras, para separar la verdad de las mentiras, pero parece tan perdido como nosotros—. ¿Dicen que quería suicidarse?

—No lo sé. —Se encoge de hombros—. Ojalá lo supiera. Nadie, salvo los padres de Nai, ha hablado con la policía, pero supongo que una de las posibilidades que barajan es que tratara de...

—No. —Niego con la cabeza—. Eso es mentira.

—A Nai le daba miedo el agua —dice Rose—. Cada vez que había clase de natación, decía que le había bajado la regla para saltársela. Era superior a sus fuerzas. Si hubiera estado tan mal, lo habríamos sabido. Habríamos podido salvarla.

Le falla la voz, y se lanza a los brazos de Leo.

—Pensaba que las cosas iban a mejorar cuando la encontraran —digo—. Pero... no sé qué hacer

El señor Smith me pone una mano sobre el hombro, y yo apoyo la cabeza en ella.

— No sé qué hacer —repito, mientras busco su mirada y la mantengo. Quiero que me diga que todo va a salir bien, porque así lo creeré.

—Todo esto ha sido muy duro para vosotros. Me parece que debería llevaros a casa. Vamos a darle un poco de tiempo a la familia de Naomi para asimilar lo que ha pasado, les dejamos su espacio, y que vuestros padres se encarguen de vosotros.

—Yo voy andando —dice Leo de pronto. Miro a Rose, quien inclina la cabeza al volverse hacia el señor Smith.

—Yo también.

— ¿Estará usted bien, señor?

— ¿Yo? Claro que sí. —Su sonrisa cansada me tranquiliza—. Mirad, como ha dicho la doctora, Naomi es una luchadora. Todo va a salir bien, ya lo veréis.

Él se queda ahí cuando comenzamos a marcharnos. Mirando su habitación a través de las persianas. Lo bueno del señor Smith es que es más que un buen profesor, es el único adulto que conozco que nunca nos decepciona, y lo mismo pueden decir muchos de los alumnos del instituto Thames. Nunca nos miente, no nos viene con cuentos chinos, y nos trata como a personas, no como a ganado.

Es la clase de profesor con el que puedes hablar de todo y te escucha de verdad e intenta ayudarte. A mí me apoyó cuando las cosas empezaron a ir mal en casa. Me hizo ver que no tenía nada de malo ser quien soy, que no tengo por qué ser como mis padres. Es un buen hombre, tiene buen corazón.

—Sus padres aún no han vuelto

—observo—. No podemos irnos hasta que lleguen.

—Marchaos. Yo me quedaré a esperarlos.

Rose asiente y me ofrece su mano. Agarra a Leo con el otro brazo y nos conduce hasta el ascensor.

—Esto va de puto culo —dice Rose mientras se cierran las puertas del ascensor—. Por eso vamos a ponernos hasta el culo.

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