Fuego.

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Leo se encontraba ya en el centro de la ciudad, lo que había motivado el pánico esa noche fue el incendio de una bodega, si bien el fuego se esparció rápidamente pudieron controlarlo, por lo que el incidente terminó únicamente en perdidas materiales.

El castaño se lamentó internamente el hecho de haber dejado solo a su amigo, si bien le trajo paz el haber podido ayudar a controlar el incendio, su nobleza le dolía, no se consideraba el tipo de persona que abandonaba a sus seres queridos en momentos difíciles, pero no podía saber el motivo del alboroto, si había bandidos o había una revuelta, las cosas se podían poner pesadas, confiaba en que Eduardo sabría manejar una situación peligrosa, pero su abuela era mayor, necesitaba a sus 2 nietos y a Dionisia, no se arrepentía de las decisiones que tomó, aunque eso no lo hacía sentir menos culpable.

Decidió que lo mejor era esperar y ver que Eduardo llegara bien, una vez todo regresó a la calma se dirigió a la casona de los Villavicencio. Entró buscando a Teodora, pero no la encontró por ningún lado, supuso que seguía en una de esas tediosas reuniones, así que mejor optó por seguir hasta la habitación de su amigo, total, no es como que Teodora se fuera a molestar porque entró sin permiso.

Al abrir la puerta, se encontró con la habitación completamente vacía, pensó que mientras esperaba podría recostarse en la cama, que a decir verdad no se veía muy cómoda,  pero era lo único que tenía, además, estaba acostumbrado a dormir en lugares incómodos debido a sus viajes. 

Se sentó sobre la cama, de hecho, no era tan incómoda, era extrañamente esponjosa, eso terminó por convencerlo para que se recostara,  se dejó caer sobre la almohada, entonces fue recibido por un duro golpe, se levantó sobándose la nuca. ¿En serio? ¿las almohadas eran las difíciles? ¿Qué tenían adentro? ¿piedras? metió la mano en la almohada solo para encontrarse con un montón de cosas extrañas, sacó su mano casi por reflejo, y varias de eras cosas salieron rodando, era una manzana y unas pocas monedas. Okey, Eduardo y su extraño método de protección de bienes, extraño pero eficaz, supuso.

Se levantó para recoger las monedas, y mientras estaba sobre el piso, buscó con el tacto una de las monedas que había rodado debajo de la cama, pero en lugar de eso, se encontró con un objeto más grande, trató de asomarse debajo pero no encontró forma a aquello, así que vencido por su curiosidad, lo tomó y sacó de su escondite, era una guitarra.

De alguna forma eso le sacó un suspiro de alivio a Leo, al menos ahora sabía que su amigo no tenía un cadáver bajo su cama. Estuvo a punto de regresarla al lugar en el que la había encontrado, pero algo llamó su atención. A un costado de la guitarra, había grabada una inscripción.

"Santiago G." 

Leyó en un susurro. Y tal como si de una especie de magia fuese, ese nombre hizo eco en sus recuerdos, hasta encontrar a aquel chico junto a Valentina. Aquella vez había pasado a verla de regreso de su viaje tras derrotar al Charro Negro. Aquel joven que había conocido en la carreta, Eduardo, era completamente diferente de Santiago, y ahora le parecía obvio.

El solo pensar en él como pareja de Valentina le regaló una sensación extraña, ¿Por qué había ocultado su identidad? Algo bueno no podía ser. Recordó aquella vez que hablando, le dijo que las cosas su novia no estaban bien, ¿Y si había ido a buscar venganza por el beso de Guanajuato? Tal vez eso le había ocasionado problemas... Pero en dado caso, no podía conocer a Xóchitl, sería demasiada coincidencia ¿verdad?

...

Santiago y Xóchitl regresaban juntos, Santiago iba tomando a su corcel de las riendas, guiando el camino, mientras la pelinegra disfrutaba del paseo que le regalaban. Ella había insistido para que ambos usaran el caballo, pero Santiago sabía que su compañero estaba cansado,  mejor llevarla a ella, a pesar de que la morena se negó al principio, conoció más tarde la terquedad de Santiago, que podía ser peor que la de ella. 

Hilo de Sangre. [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora