Huida.

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Habían pasado ya 4 días desde que Leo comenzó su camino desde Puebla.

Dado a que salió corriendo y a escondidas de su hogar, no pudo llevar tantos suministros como hubiese deseado, de ser otras las circunstancias habría abierto una colecta de suministros para el pueblo, pero en lugar de ello, solo tenía algunos pocos barriles de agua y veruduras.

Se alivió a si mimo pensando en que aquello les serviría de algo.

No sabía cuanta gente había en aquel pueblo, pero si eran más de 30, los suministros apenas les durarían una semana.

Cuando Leo se iba en una misión, nunca corría contra tiempo, podia darse el lujo de tardarse un par de años para llegar a su destino final y resolver las cosas a su ritmo, pero esta vez no podia darse ese lujo, esas personas necesitaban ayuda y cada segundo perdido era vital para que no se perdieran más vidas.

Todo ese trabajo y responsabilidad para una sola persona era muy agobiante, en otros tiempos al menos tenía a sus amigos fantasmagoricos que lo acompañaban a todas partes, claro, agradecía la ayuda de los mininos multicolor y del tlacomixtle, pero ocasionalmente una mano humana no estaba de más, así que lo mejor que se le ocurrió, fue pedir ayuda.

- Tlacomixtle no entiende por que desviarnos hasta acá, perdemos tiempo importante.

Se quejó el de cola anillada, quien iba en la proa del barco cómodamente recostado sobre la madera oscura.

- Venimos a buscar a alguien que nos ayudará, créeme, este tiempo perdido valdrá la pena.

El cobrizo comenzó a apagar la llama que mantenía al globo en el cielo y poco a poco a poco, este comenzó a descender.

Una vez que hubieron tocado piso, el cobrizo se encargó de atar fuertemente las sogas del globo a los árboles cercanos, para evitar algún incidente, lo último que quería era andar corriendo atrás del globo por toda Nueva España.

Una vez todo estuvo seguro, era hora de actuar.

- Vuelvo en un rato, esperen aquí.

Pidió él, mientras caminaba tranquilamente por las calles estrechas y empedradas de Guanajuato. Su caminó fue bastante tranquilo. Habían pasado ya 6 meses desde la última vez que pisó esa mágica tierra, desde que se vio envuelto en ese torrente de odio y rencor hacia quien solía llamar su mejor amigo.

La última vez que pisó esas piedras decidió huir del problema, y prefirió distraer su apenado corazón atormentado ante la pérdida del amor de su vida, en la difícil y aburrida vida de un panadero.

Mientras iba caminando por el lugar, y para evitar pensar en Xóchitl, prefirió recordar los escenarios que vivió junto a Luis en aquellas calles. Soltó una ligera risa al ver el callejón que habían recorrido alguna vez sobre una carreta fuera de control, no todo eran malos recuerdos.

Sin embargo y aún con que intentaba evitar el pensamiento, a cada oportunidad la joven morena se colaba entre ellos.

Él moreno imploraba con el alma que el músico o la india no se aparecieran en su camino, no sabía si seguían saliendo o no, pero de ser así, tenía que aceptar que eso le dolería.

Al llegar a la iglesia, se encontró con un hombre mayor de barba forrada de escarcha, quien sermoneaba ligeramente a un par de niñas cubiertas de lodo, ellas se mantenían muy serenas y distraídas a pesar de la situación.

Les echaría una mano.

-Buenas tardes padre.

Dijo él en un tono suave.

Hilo de Sangre. [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora