Capítulo 2.

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Por fin de vuelta a casa. El lunes ya había terminado, el peor día de todos.

Mi madre abrió la puerta y subí rápidamente a mi habitación. 

Lo primero que hice fue quitarme ese maldito uniforme del colegio. Me cambié y me puse unos jeans negros rotos y mi camiseta de AC/DC, algo del tipo de ropa que mis padres odiarían y que me costará una discusión en la cena, pero esta vez no me importaba.

La ventana estaba abierta, como siempre, y la de mi vecino también. No le dí mucha importancia y me puse a hacer los deberes mientras escuchaba Green Day. 

Por supuesto, la primera canción del disco, "American Idiot", no iba ni por la mitad y mi padre entró en mi habitación.

-Quita esa música. Sabes que no me gusta que escuches eso.

-Papá, me gusta esta música.- dije intentando sonar amable y educada.

-No te lo voy a repetir. Si quieres conservar ese disco, quítalo del reproductor ahora mismo.

Mi interior ardía de rabia, pero sabía que se atrevía a romper el disco porque ya lo hizo con mi CD de Blink-182. Además, no quería que me pegara como la última vez.

-Sí, papá.- me levanté y quité el disco, guardándolo en su funda.

Saqué un CD de Mozart y lo puse en el reproductor. Me gustaba la música clásica, pero ahora la odioba, solo porque era lo único que podía escuchar.

-Mucho mejor.- dijo mi padre con una sonrisa para besarme en la cabeza.

¿Cómo cojones se atrevía a besarme? Me está hundiendo, está arruinando mi vida por no dejar que sea quien quiero ser y todavía actúa como si todo estuviera bien.

Cuando salió de mi habitación cerrando la puerta, solté un grito por la ventana. Pasaba mis manos por el pelo nerviosamente, estaba muy enfadada.

Ellos querían que sacara 10 y lo hacía, iba a los eventos que ellos querían, no tenía amigos (o al menos unos que de verdad apreciara) por ellos, y fingían que éramos una familia feliz, como si hacerme todo esto nos convirtiera en eso.

Estaban tan equivocados. Solo espero que esto dure un par de años más, hasta cuando cumpla la 18, la mayoría de edad, para cuando yo ya me haya ido de casa y pueda ser quien quiero ser.

Entendí que no iba a conseguir nada si seguía así, pero me quedé mirando por la ventana por un rato más.

Me di cuenta de que mi vecino me miraba por la ventana, seguramente haya oído mi grito. No le dí más importancia y me puse a terminar mis deberes del colegio.

Cuando los acabé al rato después, me tumbé en la cama a escuchar Green Day con mis cascos en el móvil. Según mis cálculos, tenía 15 minutos antes de ir a cenar con mis padres y tener que dejar de escuchar la música que me hacía sentir viva.

"Boulevard of Broken Dreams", quizás una de mis canciones favoritas.

Poder tener 15 minutos en los que poder escuchar a escondidas mi música era algo casi placentero, algo que seguramente los adolescentes con padres normales aprecian mucho menos de lo que lo hago yo.

La música clásica estaba bien, incluso me relajaba. Pero eso no se comparaba con el rock. Yo vivía y vivo oprimida, y el rock me hacía soñar, me hacía sentir viva, como si por un momento fuera libre, libre de ir donde quiera, de hacer lo que quiera, de estar con quien quiera y de ser lo que quiero.

-¡Lauren, baja a cenar!- gritó mi madre por las escaleras, irrumpiendo en mis pensamientos.

Decidí cambiarme al menos de camiseta por una camisa. No quería más broncas por hoy, aunque sabía que aún así habría comentarios sobre mis pantalones.

Bajé corriendo al salón, mis padres odiaban esperar y la impuntualidad.

-Buenas noches mamá, buenas noches papá.- saludé como siempre a mis padres.

-Buenas noches hija.- dijeron los dos.

Me senté a comer, todo estaba en silencio, y siguió así durante buena parte de la cena.

-No me gustan esos pantalones.- dijo mi padre.

-Lo sé.- sólo contesté.

-Si lo sabes, ¿por qué te los sigues poniendo?- preguntó.

-Pensé que podía ponérmelos para estar en casa.- o porque son mis favoritos, no sé, piénsalo papá.

-Tu madre y yo estamos cansados de repetirte siempre lo mismo una y otra vez.

-Ah, ¿sí? Yo todavía no he escuchado a mamá.- contesté aunque debería haberme callado.

-Sabes que tu madre apoya lo que digo.- dijo alzando un poco la voz.

-Lo que sé es que siempre tengo que hacer lo que tú digas y mientras mamá sólo se calla y asiente al igual que lo hago yo.

-Lauren, no digas eso, yo apoyo a tu padre.- dijo mi madre con una mirada de temor hacia mi padre, aunque en realidad ella quería lo mismo, la hija perfecta, solo que no apoyaba los medios, aunque tampoco decía nada al respecto.

-¿¡Cómo te atreves a hablarme así!? ¡Soy tu padre, me debes respeto! ¡Si no fuera por tu madre y por mí, serías una puta!

-¡Cómo esperas que respete a un monstruo, eh papá! ¡Dime! ¡Me interesa saberlo!

Sé que debería haberme callado en cuanto sentí la mano de mi padre impactando en mi cara. Reprimí mis lágrimas, él no se merecía verlas.

-A tu cuarto, ya.- ordenó mi padre.

-Sí, no queréis estar con una puta, aún así a mi tampoco me apetece quedarme aquí.- dije y al terminar la frase mi padre volvió a pegarme.

Volví a morderme el labio inferior haciéndome sangre en este para no llorar de nuevo.

-¿¡No crees que ya es suficiente, Lauren!?- gritó mi padre.

-Totalmente.- dije y me fui a mi cuarto.

Esto era la gota que colma el vaso, no podía seguir manteniendo esto, sólo no podía, ya no. Es lo mismo todos los días, ser alguien que no soy y aguantar todo esto, mi padre pegándome todos los días, mi madre callada viéndolo todo.

Me encontré llorando apoyada en el marco de la ventana, con mi cabeza entre mis manos. En ese momento no me dí cuenta de que mi vecino estaba mirándome fijamente otra vez.

Lo ignoré, quizás le gustaba verme enfadada o llorando o sólo sufriendo en general. 

Poco a poco fui dejándome caer en el suelo, mi espalda tocando la pared. Las lágrimas no paraban, caían sobre mis mejillas, ardían, y aunque me limpiara estas constantemente, no dejaban de salir.

Oí un ruido proveniente de la ventana, me asomé confundida y extrañada. Me levanté y ví a mi vecino saltando como podía por su ventana y dirigiéndose a la mía. No tenía que ser nada fácil, si se hubiera caído se habría pasado una temporada en el hospital.

Miré cómo subía mi ventana para acabar dentro de mi cuarto.

-¿Qué-qué haces?- pregunté a mi vecino, que ni siquiera sabía su nombre.

Él sólo me acercó a sus brazos, abrazándome. Yo seguí ese abrazo por un momento hasta me separé cayendo en la cuenta de que ni siquiera sabía quien era.

-¿Quién eres?

-Soy tu vecino. El que te mira por la ventana cuando llegas a casa y lo primero que haces es quitarte la falda del colegio porque no aguantas más ser alguien que no eres en realidad.

-¿Cómo sabes tu eso?

-Porque soy yo, tu vecino.

 

The Neighbour // l.h #Wattys2015Donde viven las historias. Descúbrelo ahora