Capítulo 25.

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Maratón 1/2

-Me temo que tengo malas noticias.

Quizás las palabras más escalofriantes que yo haya oído nunca.

El ambiente en la habitación se tornó en un frío silencio, pero era comprensible: yo no quería oírlo y el doctor prefería no decirlo.

-Doctor...- comencé a decir lo que sería un comentario estúpido provocado por el miedo que recorría mi cuerpo -En una escala del uno al diez, siendo uno sangrar por la nariz y diez tener un cáncer terminal, ¿cómo calificarías las malas noticias?

Luke me miró como si estuviera loca, pero estoy segura de lo que pensaba: "¿qué haces? Están apunto de darte malas noticias y dices eso". Al menos es lo que pensé yo.

-Mire, señorita Jackman, lo mejor será decirlo sin rodeos- tragué saliva, esperando por la noticia que cambiaría mi vida -Sabemos porque has sangrado tanto y tan de repente. En los análisis que te hicimos el otro día está muy claro. Siento decirte que tienes hemofilia.

-¿Qué es eso?- preguntó confundido Luke, pero yo ya lo sabía.

-Es una enfermedad genética que impide una correcta coagulación de la sangre- comenzó a explicar el doctor -Los síntomas son la hemartrosis y el sangrado prolongado espontáneo. La hemartrosis es un fuerte dolor en las articulaciones debido a la acumulación de sangre, lo que puede llegar a causar hasta una deformidad y atrofia en dicha articulación.

-Pero...tiene cura, ¿no?- preguntó un muy preocupado Luke.

-Me temo que no hay ningún tratamiento curativo. Lo único que podemos hacer es administrarle el factor de coagulación que le falta, en este caso el factor VIII, y así corregir la tendencia hemorrágica.

-¿Y eso la curará?- volvió a insistir y debo decir que resultaba muy doloroso verle agarrándose a la última pizca de esperanza, pero la hemofilia simplemente no tenía cura. La tuvo mi abuelo y ahora la tengo yo, no hay más.

-Como ya les he explicado, lamentablemente eso no la curará. Aunque sea una enfermedad grave, las personas con hemofilia tienen vidas normales, sólo debe cuidarse más- nos tranquilizó el doctor.

Yo ya sabía que no era para tanto, al menos no era un cáncer terminal, pero recuerdo a mi abuelo a la perfección, como casi no podía levantarse del dolor y como estaba lleno de moretones y sangre. Y siempre va a peor, y es de por vida, y ni siquiera tengo dieciocho años.

-Bueno, eso es bueno ¿no?- dijo Luke dando un apretón a mi mano y yo intenté sonreír, como si todo estuviera bien.

-Es muy importante que no tome ningún tipo de antiinflamatorio o anticoagulante tipo aspirina o ibuprofeno. De momento el tratamiento será leve, te daremos unas inyecciones que tendrás que pincharte únicamente cuando sufras una hemorragia.

-Pero yo no sé ponerme una inyección- contesté confundida. ¿Cómo se supone que voy a poder ponerme una inyección cuando estoy sangrando?

-Me lo imaginaba, por eso vamos a enseñarles a ambos como poner una inyección por vía intravenosa y la semana que viene nos volveremos a ver -concluyó el médico.

A continuación, vino una enfermera que nos enseñó a dar con la vena para futuras ocasiones. Porque las habría, eso seguro.

Cuando de pequeña me enteré de la enfermedad de mi abuelo, quise saberlo todo acerca de ella. Busqué en enciclopedias y hasta hablé con distintos médicos, por eso me enteré de que la hemofilia tiene un propio sistema hereditario que hacía que yo fuera la siguiente. En realidad ya estaba preparada para cuando llegara este momento, pero es muy distinto a vivirlo. Descubrí que nunca estás preparada para ello, da igual lo mucho que lo pienses y visualices.

The Neighbour // l.h #Wattys2015Donde viven las historias. Descúbrelo ahora