9 El regalo

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Hola a todos, aquí Coco, disfrutando de una fresquita tarde de lluvia, y feliz de poder traerles un capítulo más de esta bonita historia, fufufu ^u^ La primera vez que la publiqué, muchos fueron lo suficientemente pacientes como para no mostrarse ansiosos con el lemon y las escenas hot. Pues bueno, a partir de este cap y el otro, muchos pensarán que la espera ha valido la pena >u< Ya saben qué hacer <3 

***

—¿Disculpa?

—Lo que oíste, linda. Deja en paz a Meliodas, es la única vez que te lo pediré amablemente.

La chica de coletas había puesto una mano en la cadera y miraba a Elizabeth con una mueca feroz. Tal vez en cualquier otra circunstancia la albina se habría hecho para atrás, habría salido del camino de la otra y prometido hacer lo que ella le estaba pidiendo. Pero esta vez no se iba a dejar intimidar. Después de todo, era Meliodas de quien estaban hablando, y si se trataba de él, la peliplateada estaba dispuesta a ser lo valiente que fuera necesario.

—No sé quién eres, o por qué me pides eso, pero no tienes derecho a ordenarme nada, y él es lo bastante grande como para elegir quién tiene de amigos. Ahora, con permiso. —Justo cuando se estaba dando la vuelta para irse, la ojimorada la tomó por el hombro y la hizo encararla de nuevo.

—No me provoques, pequeña bruja. Meliodas ha sufrido lo suficiente como para que una insignificante ratita blanca como tú venga a hurgar en sus heridas. Te lo advierto, ¡déjalo en paz! Aléjate de él, o enfrentarás las consecuencias. —Luego le dio un empujón con el hombro y siguió su camino, dejando un montonal de estudiantes impactados con su belleza y mueca iracunda.

—¿Qué rayos le pasa? ¡Ni que él fuera de su propiedad! —Luego Elizabeth por fin recordó donde la había visto: era la chica que lo había abrazado el día que volvió a la escuela después del ataque de los lobos.

*

—Es tarde linda. Creo que lo mejor será aceptar que no va a venir.

—Vive aquí, tía Merlín, claro que va a volver.

—¿A tiempo para evitar que tu pastel y tu vela se vuelvan uno? ―—Al notar que el postre estaba a punto de incendiarse, Elizabeth lo apagó y se levantó de su asiento con una expresión apesadumbrada—. Tranquila cariño. Sabes que hace eso muy seguido, prometo llamar a su padre si no aparece en la mañana.

—De acuerdo, gracias tía. Mejor guardo el pastel. —A pesar de estar bastante enojada y triste, la emoción que más imperaba en la dulce peliplateada era la preocupación.

Sabía que Meliodas debía estar bien, ¡era un hombre lobo! Solo que... desde que la famosa Diane se había presentado para intimidarla en la escuela, un extraño presentimiento se instaló en su pecho. Tomó un baño, se puso un pijama abrigado, y se metió a la cama con el corazón en la mano. De inmediato comenzaron los sueños.

Estaba otra vez en los campos de lavanda, pero ahora la chica pelirroja no se mostraba. Tampoco la dama de negro. Se encontraba sola con la luna sobre ella y el viento aullando entre los árboles. Entonces empezó a correr. A correr a una velocidad a la que ningún humano podría, y lo estaba haciendo a cuatro patas. Ella se había convertido en un lobo que corría colina abajo adentrándose en el bosque. Cuando estaba llegando a su máxima velocidad, se sintió desgarrada por un dolor tan intenso que la derribó al suelo y la hizo gritar con todas sus fuerzas. Se giró para ver cuál era la causa, y vio su pie desgarrado por una trampa de cazador. Luego escuchó una voz.

—¡Elizabeth! ¡Elizabeeeeeth!

—¡Aaaaahhhhh! —La albina se despertó de golpe con el cuerpo cubierto de sudor y el pánico aún corriendo por su sangre. No estaba segura de cómo lo sabía, pero estaba completamente segura: algo muy malo le había pasado a su mejor amigo—. Tengo que encontrar a Meliodas.

OMEGADonde viven las historias. Descúbrelo ahora