19 La Bestia

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Hola a todos, aquí Coco, disfrutando del sereno de esta noche fresquita, y lista para por fin darles el tan sagrado y anhelado lemon que todos estábamos deseando para esta historia, fufufu ♥️ La edición salió muy bien, siento que el sentimiento quedó potenciado y refinado, le puse mucho esfuerzo. En resumen, pues que está noche será mágica y súper sexy >u< Ya saben qué hacer. Posdata: también hay una nueva actualización de La Princesa y la Mendiga, dense una vuelta por allá también.

***

No tuvo que decirlo dos veces. Al oírla proclamar aquello, Meliodas se arrojó sobre ella, abrazándola fuerte por la cintura mientras fundía sus labios nuevamente. Elizabeth acarició su cabello húmedo mientras sentía como sus manos la exploraban centímetro a centímetro, aventurándose en los secretos de su cuerpo, y dejándose llevar por la llamada de la luna, a la cuál ninguno podía resistirse más. Se vio tomada en brazos y cargada de vuelta al interior de la cueva, donde él la depositó suavemente en un piso lleno de hojas y hierbas de olor.

—Elizabeth... —jadeó él mientras le besaba el cuello y se iba deslizando hacia abajo. El pecho, el vientre, el pubis, y ella no pudo evitar retorcerse por la sobrecarga de sensaciones; luego ascendió de nuevo para llevarse su pezón a la boca, y ahí es cuando ambos supieron que no había marcha atrás.

—¡Meliodas! —El rubio respondió con un gruñido mientras jugaba con el otro pezón y giraba la lengua sobre aquel sensible punto de su cuerpo. Amasaba sus pechos con fuerza, friccionaba sus caderas contra la suya, y la albina soltó un respingo al sentir su firme erección contra el vientre. Arqueó la pelvis buscándolo, pero él la detuvo justo a tiempo para evitar penetrarla.

—No, aún no. Quiero saborearte toda, ¡quiero poseer cada centímetro de tí! —Su boca recorrió cada una de sus curvas besando, chupando, mordiendo, arañando con suavidad. Luego siguió su camino hacia abajo. Colocó su nariz en el vértice de sus piernas, lamió la suave piel, y entonces inhaló profundamente.

—¡Aaahhh! Meliodas, ¿qué estás haciendo?

—No sabes cómo me enloquece... saber que estás así de excitada por mí. ¡Tu olor me encanta! —Cuando por fin se detuvo el estremecimiento de placer que ella sintió al oír a su mate decir aquellas palabras, él continuó con su sus intensas caricias. Sus respiraciones estaban cada vez más agitadas, sus corazones se aceleraron como si corrieran por el bosque, y cuando Elizabeth sintió que no podía estar más a punto, tomó de los hombros a Meliodas para separarlo de su cuerpo y mirarlo a los ojos mientras le pedía corresponderle.

—Yo también...

—¿Cómo? —Se sentó frente a él, casi mareada de placer, y tomó su cara entre sus manos para mirarlo a los ojos.

—Yo también quiero tocarte así. —El lobo asintió, asombrado de lo que pedía, y el resultado fueron las caricias más suaves y dulces que hubiera recibido nunca.

Jamás en su vida pensó sentir tal ternura. Elizabeth se restregaba contra su cuerpo, deslizando los dedos por su espalda y depositando pequeños besos en su cuello que lo dejaron como en trance. Entonces fue más atrevida. Llevó la mano hasta ese punto palpitante entre sus piernas, lo apretó ligeramente, y luego se adueñó de él con un vaivén que poco a poco iba acelerando. Cómo un espejo, Meliodas llevó la mano hacia su húmeda hendidura, y los gemidos de ambos se volvieron tan altos que en el fondo agradecieron estar en una cueva. Tocaron hasta que la piel de todo el cuerpo les ardío de deseo y, cuando ambos finalmente llegaron al límite de su resistencia, el ojiverde la besó de nuevo mientras la acostaba y se posicionaba entre sus piernas.

—Elizabeth...

—Hazlo.

—Puede que duela un poco.

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