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ALEX
Domingo 4 de diciembre
Ricardo Federico Alexandre Montenegro de La Vega
Si hay que darle a alguien el premio por ser la persona más hinchapelotas de la vida, propongo a mi madre como candidata. ¡Joder! Ella cada vez se pone más insufrible, tanto que después de la visita que me hizo el pasado viernes, tuve que pedirle al portero del edificio de Thad que no le permitiera entrar de nuevo. Está desesperada por volver a manipularme, como hizo por tanto tiempo, y ya no sabe qué decir para conseguirlo.
—Vaya, primito, cuánta elegancia —silba Thad al salir de su habitación y encontrarme frente al espejo de medio cuerpo ubicado en el amplio pasillo que lleva hacia la sala de estar.
Llevo puesto un elegante traje de los que tomé del armario de mi antigua habitación y esos lentes de montura que me dan un aire intelectual según la opinión de Joy.
—A mi madre le encantaría verme así todo el tiempo, ¿a que sí?
—Se pondría loca de contenta.
—Pues loca ya está, solo le quedaría la otra parte.
Thad ríe y niega con la cabeza.
—¿Por qué será que nuestras queridas madres se han ido deschavetando con el paso de los años? Te juro que no las recordaba tan...
—¿Insoportables? —sugiero.
Thad chasquea los dedos y suspira al tiempo que pasa una mano por su oscura cabellera.
—¿A dónde crees que me dirijo?
—Me decepcionaría que dijeras que vas a la oficina. ¿No estamos tratando de cambiar tu obsesión con el trabajo?
—Sí. La buena noticia es que no te vas a decepcionar.
—¿Y la mala?
—Que voy a almorzar con Marigold Maynard porque mi madre orquestó la cita de modo que negarme hubiera sido grosero. Y no quiero ser grosero, ¿vale? Marigold es una chica buena y dulce. Me agrada, el problema es que no me siento atraído hacia ella.
—La tía Esther jugando a la casamentera es de temer —reconozco mientras peleo con la corbata porque la verdad es que nunca se me ha dado bien atarlas.
—Lo peor del caso es que solo acabará por lastimar el corazón de la chica y detesto sentirme parte del problema.
—¿Has intentado dejarle claro que no te interesa?
—He sido claro, pero no sé qué ideas le mete mi madre en la cabeza para que no se dé por vencida de todos modos.
—Qué lío.
—Igual que el que te haces siempre con la corbata. No tolero verlo más. A ver, déjame ayudarte.
Thad se acerca y con la agilidad de un experto, anuda mi corbata como si fuera la cosa más fácil del mundo.