Capítulo cuarenta y uno

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JOY

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JOY

Sábado 28 de enero

No importa mucho el cómo, sino el quién

Thad se ha marchado temprano a un desayuno de negocios, al menos es lo que Alex me ha contado cuando desperté. Él se encuentra en la cocina preparando sus increíbles muffins de huevo mientras yo doy vueltas por la sala de estar, husmeando en algunos retratos familiares de su primo. Hay una foto de ellos dos cuando eran adolescentes que es simplemente encantadora.

—Seguro que eran los rompecorazones del colegio, ¿eh?

Alex se asoma desde la cocina y, cuando ve la foto que tengo en la mano, se encoge de hombros.

—En lo absoluto, éramos dos estudiantes comunes.

Chasqueo la lengua.

—Sí, y yo canto igual a Céline Dion.

Se ríe con un resoplido gracioso y, negando con la cabeza, se va a continuar con lo que hacía.

Regreso la foto de los adolescentes a su sitio y me acerco a la ventana para apartar un poco la cortina y poder ver al exterior. La tormenta se ha calmado, pero Bellington amaneció medio sepultada por la nieve, que sigue cayendo, aunque de forma menos violenta que anoche.

Tengo la nariz pegada al frío cristal todavía cuando suena el timbre de la casa.

—Deben ser de la compañía de limpieza, Thad dijo que vendrían hoy. ¿Puedes abrirles, por favor? —me pide Alex desde la cocina.

—Voy —respondo antes de patinar, gracias a sus calcetines, hasta la puerta.

La verdad es que, antes de abrir, no me preocupó mucho el hecho de que estuviera vistiendo un pijama de Alex y tuviese la cara recién lavada e hinchada de dormir. Pero, cuando abro y un prolijo hombre de calzado italiano y gabardina de Armani me mira con notable sorpresa, me vuelvo muy consciente de lo poco presentable que voy.

El hombre, alto, con el cabello entrecano y algunas arrugas en el rostro, es una versión mayor de Alex con ojos marrones y una nariz diferente. La suya es más ancha, aunque se le ve muy bien en conjunto con el resto de su cara.

Parpadeo y él se aclara la garganta. Creo que va a decir algo, pero se detiene cuando escuchamos la voz de Alex.

—¿Todo bien, Joy?

—Sí, yo... eh... —miro al recién llegado sin saber muy bien qué decir.

Alex debe haberse asomado por el pasillo, porque lo siguiente que dice es:

—¿Papá?

Bueno, ahí está. Le ha dicho «papá». Que me parta un rayo. No fue Alex quien me traicionó esta vez, ha sido el destino.

—Hola, hijo. Yo... uh... lamento venir sin avisar. Estaba cerca y pensé en probar suerte para ver si te encontraba, solo quería saludar. Ayer recibí tu mensaje sobre el trabajo del que te llamaron y... —Me da una breve mirada y luego a Alex—. No quería interrumpir.

Sol de inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora