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ALEX
Mi barco no está tan a la deriva
El señor Mitchell murió. Es verdad que no le conocía mucho y que lo único que hice las veces que nos vimos fue mentir de forma descarada, pero la noticia de su muerte me afligió. No es que importe demasiado lo que yo sienta, porque está claro que no se compara ni de cerca con el dolor que atraviesa Shelley.
Joy, que está medio recostada sobre mí con la mejilla apoyada en mi pecho, suelta un suspiro que me indica que todavía no se ha dormido. Le froto la espalda con suavidad y estiro el cuello para dejar un beso en su coronilla.
—¿No puedes dormir? —susurro.
—No —vuelve a suspirar, desganada.
—¿Quieres hablar de ello?
Se remueve y apoya el mentón sobre mi tórax para poder verme a la cara.
—Estoy triste por Shelley.
—Lo sé. Yo también lo estoy.
—Y me siento culpable por haber salido a divertirnos después.
Hundo las cejas.
Sé a qué se refiere. Es que, luego de irnos de Caffeine, pasamos el resto de la tarde con Blake y su familia. Les llevamos las Smulders que Leo trajo desde Cornerstone, los coklatkopis y algunos bocadillos típicos de Belaterra. Fuimos a ver el partido de baloncesto y, cuando terminó, cenamos juntos en un restaurante de comida venezolana.
—Joy, te ofreciste a hacerle compañía, pero ella dijo que no —le recuerdo—. Te explicó que necesita un poco más de tiempo a solas.
—Sí, lo sé. Pero quizás cuando alguien dice algo como eso, es el momento exacto en el que sus amigos no deberían dejarle desamparado.
—Creo que puedes darle a alguien el espacio que pide sin que eso signifique abandonarlo a su suerte —reflexiono—. Sé que no son situaciones ni remotamente similares, pero cuando descubrí lo de mi madre, yo también quería estar a solas. Y tanto Thad como mi padre me dejaron estarlo. Aun así, siempre supe que podía contar con ellos.
Mastica su regordete labio inferior, pensativa.
—¿Crees que ella lo sabe también? —me mira con inquietud—. ¿Que puede contar conmigo... con nosotros?
Llevo ambas manos a los lados de su rostro y le acaricio los pómulos con mis pulgares.
—Pienso que fue a Caffeine esta tarde porque tenía la esperanza de que fuera así. Y, cuando se marchó, lo hizo con la certeza de no haberse equivocado. —Le retiro un mechón de cabello de la cara y se lo acomodo detrás de la oreja—. De todos modos, siempre se pueden encontrar maneras de recordárselo.
Joy asiente despacio.
—Sabes, cuando mi abuelita murió el año pasado, sentí como si arrancaran un gran trozo de mi corazón —confiesa con los ojos repentinamente húmedos—. Los primeros días me refugié en la pista de atletismo... correr y llorar funcionaba bien para mí.