Capítulo treinta y seis

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JOY

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JOY

Viernes 13 de enero

Mejor de lo que esperaba

No entiendo cómo es que no logré hacer hablar a Alex. Es decir, me esmeré en la «charla» que sostuvimos durante la ducha de anoche. Y, sin embargo, él no soltó prenda. Aunque la curiosidad todavía me carcome, he optado por mejor seguir su consejo y esperar a que me lo diga cuando él crea que es el momento adecuado. Porque, si aquello no lo hizo hablar... uf, no creo que nada más lo haga, lo cual me parece molesto y admirable a la vez.

Tomo una profunda bocanada de aire y, mientras tamborileo con los dedos sobre la mesa, recorro los rostros de la gente que está sentada hoy en Caffeine. Identifico a un par que son clientes regulares y les sonrío con culpa cuando me atrapan mirándolos. Bajo la vista a la pantalla de mi laptop, pero el archivo de Excel con la lista de contratos pendientes del Hada Madrina me marea, así que apoyo mi mentón entre mis manos y me dedico a contar las placas del cielorraso.

Una, dos, tres... siete... once... dieciséis...

Dios, ¡las ganas que tengo de echar una carrera en la pista de atletismo! Lo bien que me caería en este momento sentir la quemazón en las piernas, el bombeo frenético del corazón y el aire, helado en esta época, contra la cara.

—¿Necesito traerte un calmante?

Hago una mueca tras la pregunta de Alex, que se acaba de sentar a mi mesa sin invitación —como es su costumbre, aunque ya no se lo reprocho— y me observa con la ceja enarcada y ojos entrecerrados.

—No estoy alterada.

Él se cruza de brazos.

—Cualquiera de los aquí presentes te podemos contradecir.

Resoplo.

—Bueno, entiéndeme. Es que Riley no tarda en llegar. Y, por mucho que sé que estoy haciendo lo correcto, me apena darle la noticia de que cortaré su entrada más importante de dinero. En el otro trabajo de medio tiempo le pagan una auténtica miseria y... —Vislumbro al mencionado en la entrada de Caffeine—. Ya llegó. Ay, ya me vio. Alex, ¿puedes...?

—Por favor tómalo con calma, ¿sí? —Me da un beso en la coronilla y se va rumbo al mostrador, con Della. Lo veo saludar a Riley con un asentimiento de cabeza cuando pasa a su lado.

Contengo la respiración hasta que él se detiene frente a mí con las manos dentro del bolsillo delantero de su sudadera.

Su cara de angustia me pone enferma.

—Hola —trato de sonreírle—. Siéntate, por favor. ¿Quieres pedir algo?

Hago el amago de ponerme en pie para ir a conseguirle una bebida, pero él no me lo permite.

—No, no. Por favor, Joy. Estoy bien.

Me hundo de nuevo en la silla, desanimada.

—Vale.

Sol de inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora