𝐕𝐮𝐞𝐥𝐯𝐨 𝐚 𝐞𝐬𝐭𝐚𝐫 𝐝𝐞𝐬𝐩𝐢𝐞𝐫𝐭𝐚

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POV LISA

«¿Es hoy un buen día para morir?»

Es lo que me pregunto por la mañana al despertarme. En clase, a tercera hora, cuando intento mantener los ojos abiertos mientras el señor Schroeder sigue soltando su rollo. En la mesa, a la hora de la cena, mientras engullo las judías verdes. De noche, mientras permanezco en vela en la cama porque mi cerebro no se desconecta por culpa de todo lo que tiene que pensar.

«¿Es hoy el día?»

«Y si no es hoy, ¿cuándo?»

Me lo pregunto también ahora que me encuentro en una estrecha cornisa a seis pisos de altura.
Estoy tan arriba que prácticamente formo parte del cielo. Miro la acera y el mundo bascula. Cierro los ojos, disfruto de la sensación de las cosas girando. Quizá esta vez sí lo haga y deje que el aire se me lleve. Será como flotar en una piscina, dejarse arrastrar hasta que no haya nada.

No recuerdo cómo he subido hasta aquí. De hecho, no recuerdo prácticamente nada anterior al sábado, y nada que sea anterior a este invierno. Sucede siempre: la mente en blanco, el despertar. Soy como ese viejo con barba, Rip Van Winkle. Ahora me ves, ahora ya no. Cualquiera pensaría que ya me he acostumbrado a eso, pero esta última vez ha sido peor si cabe, puesto que no he permanecido dormida un par de días, o una semana o dos, sino que he permanecido dormida durante todas las fiestas, es decir, Acción de Gracias, Navidad y Año Nuevo.

No sabría decir qué es lo que ha sido distinto esta vez, solo que cuando me desperté me sentí más muerta de lo habitual.
Despierta, sí, pero completamente vacía, como si alguien se hubiese estado alimentando de mi sangre.

Ahora estoy en mi sexto día desde que volví a despertar y en mi primera semana de clase desde el 14 de noviembre.

Abro los ojos y el suelo sigue allá abajo, duro y permanente. Estoy en la torre que alberga la campana del instituto, en una cornisa de unos diez centímetros de ancho. La torre es pequeña, con unos pocos metros de hormigón rodeando lo que es la campana en sí, y luego este murete que actúa a modo de barandilla y al que me he encaramado para llegar donde estoy.
De vez en cuando golpeo una pierna contra él para recordarme que está ahí.
Tengo los brazos extendidos como si estuviera dando un sermón y toda la ciudad, no muy grande y aburrida, aburridísima, fuera mi congregación.

-¡Damas y caballeros! -grito-. ¡Les doy la bienvenida a mi muerte!

Cabría esperar que dijese «vida», ya que acabo de despertar, pero es justo cuando estoy despierta que pienso en morirme.

Grito al estilo de una predicadora de la vieja escuela, sacudiendo espasmódicamente la cabeza y pronunciando las palabras de tal modo que vibren al final, y a punto estoy de perder el equilibrio. Me sujeto por detrás, pensando que es una suerte que nadie se dé cuenta de ello, ya que, afrontémoslo, aparentar que no tienes miedo cuando estás aferrada a la barandilla como un pollo al palo del gallinero resulta complicado.

-Yo, Lalisa Manoban, sin estar en pleno poder de mis facultades mentales, lego la totalidad de
mis pertenencias terrenales a Chaeyoung, a Hyolyn y a mis hermanas. Todos los demás, que se jodan...

En casa, mi madre nos enseñó desde muy pequeñas a decir esa palabra deletreándola o, mejor aún, ni deletrearla (si debemos utilizarla) y, por desgracia, es una costumbre que tengo arraigada.

A pesar de que ya ha sonado la campana, algunos de mis compañeros de clase siguen pululando por el patio. Es la primera semana del segundo semestre del último curso de bachillerato y ya se comportan como si hubieran acabado y no estudiaran aquí.

Uno de ellos levanta la vista en mi dirección, como si me hubiese oído, pero los demás no, bien porque no se han percatado de mi presencia, bien porque saben que estoy aquí y piensan: «Oh, bueno, no es más que Manoban la Friki».

𝐢'𝐦 𝐣𝐮𝐬𝐭 𝐥𝐞𝐚𝐯𝐢𝐧𝐠 (jenlisa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora