𝐃𝐢́𝐚 𝟏𝟓 (𝐭𝐨𝐝𝐚𝐯𝐢́𝐚)

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POV LISA

De camino hacia casa de Jennie, pienso en voz alta en los epitafios de gente que conocemos: Nayeon («Era tan superficial como el lecho seco del riachuelo que se bifurca del río Whitewater»), Jackson («Mi plan consistió siempre en ser el cabrón más grande posible, y lo fui»), el señor Black («En mi próxima vida, quiero descansar, evitar los niños y tener un buen sueldo»).

Hasta el momento, ha permanecido en silencio, pero sé que está escuchando, básicamente porque en el coche solo estamos ella y yo.
-¿Qué diría el tuyo, Nini?

-No lo sé muy bien. -Ladea la cabeza y mira por encima del salpicadero algún punto lejano, como si allí estuviera la respuesta-. ¿Y el tuyo?
Su voz suena remota, como si proviniera de otra parte.
No tengo ni que pensarlo.

-«Lisa Manoban, en busca del Gran Manifiesto.»
Me mira con intención, y sé que está de nuevo completamente presente.
-No sé qué quiere decir.

-Quiere decir: «La necesidad de ser, de querer ser importante y, si de morir se trata, morir con valentía, con clamor... Perdurar, en suma».
Se queda en silencio, como si estuviera reflexionando sobre lo que acabo de decir.
-¿Dónde estabas el viernes? ¿Por qué no fuiste a clase?

-A veces me da dolor de cabeza. Nada grave.
No es del todo mentira, puesto que los dolores de cabeza tienen alguna cosa que ver. Es como si
mi cerebro se disparara a tanta velocidad que se le hace imposible mantener ese ritmo. Palabras. Colores. Sonidos. A veces todo se esfuma y lo único que queda es el sonido. Lo oigo todo, pero no solo lo oigo, sino que además lo percibo. Aunque también puede ser todo a la vez: los sonidos se transforman en luz, y la luz se vuelve demasiado intensa, y noto como si me partiera en dos, y entonces aparece el dolor de cabeza. Pero no se trata solo de que sienta dolor de cabeza, sino que además lo veo, como si estuviera compuesto por un millón de colores, todos ellos cegadores. Cuando en una ocasión intenté describírselo a Rosé, me dijo: «Eso puedes agradecérselo a papá. Tal vez no sería lo mismo si no hubiese utilizado tu cabeza a modo de saco de boxeo».
Pero no es eso. Me gusta pensar que los colores, los sonidos y las palabras no tienen nada que ver con él, que son solo míos y de mi cerebro parecido al de un dios, brillante, complicado, que zumba, tararea, se eleva, ruge, se zambulle y se hunde.

-¿Estás bien? -pregunta Jennie.
Tiene el pelo alborotado, despeinado por el viento, las mejillas ruborizadas. Le guste o no, se la ve feliz.

La miro prolongadamente. Conozco lo suficientemente bien la vida como para saber que no puedes contar con que las cosas permanezcan intactas e inmóviles, por mucho que te gustaría que así
fuera. No puedes evitar que la gente muera. No puedes evitar que se marche. Ni siquiera uno mismo puede evitar marcharse.

Me conozco lo suficientemente bien como para saber que nadie puede mantenerme despierta o impedirme dormir. Eso también lo llevo dentro. Pero tío, esta chica me gusta.

-Sí -digo-. Creo que sí.

En casa, miro el contestador del teléfono fijo, el que todos miramos cuando nos acordamos, y veo que hay un mensaje de Embrión. Mierda. Mierda. Mierda. Mierda. Llamó el viernes porque no me presenté a la sesión de tutoría y quería saber dónde demonios me había metido, sobre todo porque, por lo visto, ha leído el Bartlett Dirt y sabe -o cree saber- lo que hacía yo allá arriba en la cornisa. En el lado positivo, informaba de que había superado con éxito la prueba de drogas. Borro el mensaje y tomo mentalmente nota de llegar temprano el lunes, aunque sea a modo de compensación.

Y luego subo a mi habitación, me encaramo en una silla y estudio el mecanismo del ahorcamiento. El problema es que soy demasiado alta, y el techo, demasiado bajo. Siempre existe la posibilidad del sótano, pero nadie baja nunca y podrían pasar semanas, incluso meses, antes de que mi madre y mis hermanas me encontraran.

Hecho interesante: «El ahorcamiento es el método de suicidio más utilizado en el Reino Unido porque, según los investigadores, está considerado tanto rápido como fácil. La longitud de la soga debe calibrarse en proporción con el peso de la persona, puesto que, de lo contrario, no tiene nada de fácil ni de rápido.

Hecho también interesante: el método moderno de ahorcamiento por vía penal se conoce con el nombre de "caída larga"».
Y así es exactamente cómo me siento cuando voy a dormir. Es una larga caída desde el estado Despierta que puede producirse de repente. Todo... se detiene.
Pero a veces hay señales de alerta. Sonidos, por supuesto, y dolores de cabeza, pero he aprendido además a fijarme en cosas como los cambios espaciales, en cómo lo ves todo, en cómo lo percibes. Los pasillos del instituto suponen todo un reto: muchísima gente moviéndose en muchísimos sentidos distintos, como un cruce abarrotado. El gimnasio del instituto es peor, si cabe, porque estás apretujada y todo el mundo grita y puedes terminar atrapada.

Cometí el error de hablar del tema en una ocasión. Hace un par de años le pregunté al que por entonces era un buen amigo, Bambam, si también él percibía los sonidos y veía los dolores de cabeza, si el espacio en el que se movía se encogía o se agrandaba a veces, si se había preguntado qué pasaría si saltara delante de un coche, de un tren o de un autobús, si pensaba que eso sería suficiente para lograr que se parara.
Le pedí que lo probara conmigo, solo para ver, porque yo, en el fondo, tenía la sensación de no ser más que una fantasía, lo que significaría que era invencible, y entonces se marchó a su casa y se lo contó a sus padres, y ellos se lo contaron a mi profesor, quien a su vez se lo contó al director, quien se lo contó a mis padres, que me dijeron: «¿Es eso cierto, Lisa? ¿Estás contando esas historias a tus amigos?». Al día siguiente, toda la escuela lo sabía y me convertí oficialmente en Lisa la Friki. Un año más tarde, toda la ropa me iba pequeña porque, ya se sabe, crecer treinta y cinco centímetros en un verano es fácil.

Lo que es complicado es crecer y superar la etiqueta que te han puesto.
Razón por la cual merece la pena fingir que eres como los demás, aunque sepas en todo momento que eres distinta. «Es culpa tuya», me digo entonces: es mi culpa no ser normal, mi culpa no ser como Kai, Hyolyn, Chaeyoung o los demás. «Es culpa tuya», me digo ahora.

Encaramada a la silla, intento imaginarme que se acerca el Sueño.

Cuando eres famosa e
invencible, se hace difícil imaginarse otra cosa que no sea estar despierta, pero me obligo a concentrarme porque es importante, cuestión de vida o muerte.
Los espacios pequeños son mejores, y mi habitación es grande. Aunque tal vez podría reducirla a la mitad si cambio de sitio la librería y la cómoda. Retiro la alfombra y empiezo a reubicar las cosas.

No sube nadie a preguntar qué demonios estoy haciendo, aunque sé que mi madre, Winter y Rosé, si es que está en casa, deben de haber oído que estoy moviendo muebles.
Me pregunto qué tendría que pasar para que subieran a verme. ¿Una bomba? ¿Una explosión nuclear? Intento recordar la última vez que alguna de ellas ha estado en mi habitación, y lo único que se me ocurre es aquella vez, hace cuatro años, cuando tuve de verdad la gripe. Por lo que alcanzo a recordar, fue Rosé quien se encargó de cuidarme.

𝐢'𝐦 𝐣𝐮𝐬𝐭 𝐥𝐞𝐚𝐯𝐢𝐧𝐠 (jenlisa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora