𝐃𝐢́𝐚 𝟔𝟔 𝐲 𝟔𝟕

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POV LISA

Las casas nido no están. Ya es de noche cuando llego al centro de New Harmony, con sus edificios pintados en vivos colores, y pregunto a todo el mundo con quien me cruzo qué ha pasado con las casas. Un par de personas no han oído hablar en su vida de ellas, pero un anciano me dice:
-Es una lástima que hayas venido hasta aquí. Me temo que se las llevaron la climatología y los elementos.
«Como a todos nosotros», pienso. Las casas nido han alcanzado su esperanza de vida. Pienso en el nido de barro que le hicimos al cardenal, hace ya muchos años, y me pregunto si seguirá allí. Me imagino sus huesecillos en la tumba, y me parece el pensamiento más triste del mundo.

En casa, todo el mundo duerme. Subo y paso un montón de tiempo mirándome en el espejo del cuarto de baño hasta que mi imagen desaparece ante mis propios ojos.
«Estoy desapareciendo. A lo mejor ya no estoy.»
Pero en vez de caer presa del pánico, estoy fascinada, como un mono en un laboratorio. ¿Por qué se vuelve invisible el mono? Y si no puedes verlo, ¿puedes todavía tocarlo si hurgas con la mano en el lugar donde tendría que estar? Acerco la mano al pecho, al corazón, y noto la piel, los huesos y el brusco y errático latido del órgano que me mantiene con vida.

Entro en el vestidor y cierro la puerta. Intento no ocupar mucho espacio ni hacer ningún ruido, porque si lo hago despertaré a la oscuridad, y quiero que la oscuridad duerma. Respiro con cuidado para no emitir ningún sonido. Si respiro demasiado fuerte, vete a saber lo que la oscuridad podría hacerme, o hacerle a Jennie, o a cualquiera de mis seres queridos.

A la mañana siguiente verifico los mensajes en el contestador de casa, la línea de teléfono fijo que compartimos mi madre, mis hermanas y yo. Hay uno de Embrión para mi madre, dejado ayer por la tarde. «Señora Park, soy Robert Embry, de Bartlett High. Como sabe, soy el psicólogo escolar de su hija. Tengo que hablar con usted sobre Lisa. Me temo que es de suma importancia. Llámeme, por favor.» Y deja el número.
Escucho dos veces más el mensaje y lo borro a continuación.

En vez de ir al instituto, subo a mi habitación y me meto en el vestidor, porque si voy moriré. Y entonces recuerdo que me han expulsado y que, por lo tanto, no puedo ir al instituto.

Lo mejor del vestidor: que no es un espacio amplio ni abierto. Me siento, muy callada y muy quieta, y presto atención a la respiración.
Me pasa por la cabeza una sucesión de pensamientos, como una canción de la que no puedo librarme, una y otra vez en el mismo orden: «Estoy rota. Soy una farsante. Soy imposible de amar». Es solo cuestión de tiempo que Jennie se dé cuenta. «La avisaste. ¿Qué quiere de ti? Ya le dijiste cómo sería.»

«Trastorno bipolar -dice mi cerebro, etiquetándose-. Bipolar, bipolar, bipolar.» Y vuelta a empezar: «Estoy rota. Soy una farsante. Soy imposible de amar...».

Busco los somníferos en el botiquín de mi madre. Cojo el frasco entero, me lo llevo a la habitación y me meto en la boca la mitad de su contenido y luego, en el baño, me inclino sobre el lavabo para beber y lo trago. «Veamos qué sintió Cesare Pavese. Veamos si todo esto conlleva valentía y clamor.» Me tiendo en el suelo del vestidor, el frasco de pastillas en la mano. Intento imaginarme mi cuerpo apagándose, poco a poco, hasta quedar completamente entumecido. Ya casi siento la pesadez apoderándose de mí, aunque sé que es demasiado pronto.
Apenas puedo levantar la cabeza y es como si tuviera los pies a muchos kilómetros de mí. «Quédate aquí -dicen las pastillas-. No te muevas. Deja que hagamos nuestro trabajo.»
Se apodera de mí una bruma de negrura, una neblina, aunque más oscura. El negro y la niebla presionan mi cuerpo contra el suelo. No hay clamor alguno. Es como lo que se siente cuando estás Dormida.

Me obligo a incorporarme y me arrastro hasta el cuarto de baño, donde me meto los dedos en la boca hasta el fondo y vomito. No sale mucha cosa y no recuerdo cuánto hace que he comido. Lo intento una y otra vez y luego me calzo las zapatillas y corro. Noto las piernas pesadas, como si corriera por arenas movedizas, pero respiro y tengo energía.
Realizo el recorrido nocturno habitual, por la carretera nacional hasta el hospital, pero en vez de pasarlo de largo, entro en el aparcamiento. Empujo con fuerza la puerta de urgencias y digo a la primera persona que me cruzo:
-He tomado somníferos y no puedo expulsarlos. Sáquenmelos.
Me posa una mano en el brazo y le dice algo a un hombre que está detrás de mí. Su voz es fría y serena, como si estuviese acostumbrada a que la gente entre corriendo y pida que le vacíen el estómago, y luego el hombre y otra mujer me llevan a una habitación.
Todo se vuelve negro. Me despierto un rato después y me siento vacía pero Despierta, y entra una mujer que, como si me leyera los pensamientos, dice:
-Estás despierta, bien. Tendrás que cumplimentar el papeleo. Hemos buscado a ver si llevabas alguna identificación pero no hemos encontrado nada.

Me entrega un portapapeles y lo cojo con mano temblorosa.
El formulario está en blanco excepto mi nombre y la edad. «Lisa Manoban, diecisiete años.» Tiemblo con más fuerza y entonces me doy cuenta de que estoy riendo. Muy buena, Lisa. Aún no estás muerta.

«Hecho: la mayoría de suicidios se produce entre el mediodía y las seis de la tarde.
»Las chicas con tatuajes presentan más probabilidades de suicidarse con armas de fuego.
»La gente con ojos marrones presenta más probabilidades de elegir el ahorcamiento y el
envenenamiento.
»Las personas que beben café presentan menos probabilidades de suicidarse que los que no lo
beben.»

Espero a que la enfermera se haya marchado, me visto, y salgo corriendo de la habitación, bajo
la escalera y cruzo la puerta. No necesito quedarme más rato. Lo siguiente que habrían hecho habría sido enviar a alguien para que empezara a formularme preguntas. Localizarían a mis padres y, de no hacerlo, sacarían una pila de formularios y harían llamadas y, sin que me diese ni cuenta, no me dejarían marchar. Casi lo consiguen, pero he sido más rápida que ellos.

Estoy demasiado débil para correr, de modo que vuelvo a casa caminando.

𝐢'𝐦 𝐣𝐮𝐬𝐭 𝐥𝐞𝐚𝐯𝐢𝐧𝐠 (jenlisa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora