𝟐𝟔 𝐝𝐞 𝐚𝐛𝐫𝐢𝐥 (𝐬𝐞𝐠𝐮𝐧𝐝𝐚 𝐩𝐚𝐫𝐭𝐞)

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POV JENNIE

No voy por ella, ni por su padre, ni por Rosé, ni por Winter. Voy por mí. Tal vez porque de algún modo sé lo que voy a encontrarme. Y tal vez porque, sea lo que sea lo que encuentre, será por mi culpa.
Al fin y al cabo, fue por mí que se vio obligada a abandonar el vestidor.
Fui yo quien, hablando con mis padres y traicionando su confianza, la empujó a salir de allí.

Jamás lo habría hecho de no haber sido por mí. Además, me digo, Lisa habría querido que fuese yo quien lo encontrase.

Recuerdo el camino a Prairieton sin necesidad de mirar el mapa. Llamo a mis padres y les digo que volveré a casa un poco más tarde, que tengo algo que hacer, y le cuelgo el teléfono a mi padre, dejándolo con la palabra en la boca cuando empieza a preguntarme algo.

Subo al coche. Conduzco a más velocidad de la que es habitual en mí y estoy espeluznante y misteriosamente serena, como cualquier persona que pudiera estar dirigiéndose a Prairieton. No pongo música. Estoy concentrada en llegar a mi destino.

«Si este azul estuviera ahí siempre; si este vacío se conservara siempre.»
No había nada que pudiera haberla hecho durar más tiempo.

Lo primero que veo es el Pequeño Cabrón, aparcado junto a la carretera, las ruedas del lado derecho, delantera y trasera, en la cuneta. Aparco detrás y apago el motor. Permanezco sentada.
Podría irme ahora mismo. Si me fuera, Lisa Manoban seguiría en el mundo, viviéndolo y recorriéndolo, aunque fuera sin mí. Acerco la mano a la llave del contacto.
«Irme.»
Salgo del coche. El sol quema en exceso para estar en abril y en Indiana. El cielo está azul después de haber lucido absolutamente gris durante los últimos meses, con la excepción de aquel primer día de calor. Dejo la chaqueta.
Paso de largo los carteles de PROHIBIDO EL PASO y la casa que hay junto a la carretera y empiezo a subir un camino. Trepo por el terraplén y cruzo las vías del tren. Desciendo la colina en dirección al estanque circular de agua azul flanqueado por árboles. No sé cómo no me di cuenta la primera vez: el agua es tan azul.

El lugar está desierto y tranquilo. Tan desierto y tan tranquilo que casi doy media vuelta y regreso al coche.
Pero entonces la veo.
Su ropa, en la orilla, perfectamente doblada y apilada, una camisa encima del pantalón vaquero encima de la cazadora de cuero encima de las botas negras de cuero. Es algo así como los grandes éxitos de su armario. Solo que aquí. En la orilla.

No me muevo durante mucho rato. Porque si me quedo así, Lisa sigue en alguna parte.

Luego: me arrodillo junto al montón de ropa y poso la mano encima, como si con ello pudiera saber dónde está y cuánto hace que vino. La ropa está caliente por el sol. Encuentro el teléfono en el interior de una bota, muerto. En la otra, sus gafas de intelectual y las llaves del coche. En el interior
de la cazadora, el mapa, tan bien doblado como la ropa. Sin pensarlo, lo guardo en el bolso.
-Marco -susurro.
Luego: me levanto.
-Marco -digo más fuerte.

Me descalzo, dejo el jersey, las llaves y el teléfono al lado de la pila ordenada de la ropa de Lisa. Me encaramo a lo alto de la roca y me lanzo al agua, y el impacto me corta la respiración porque está fría, no caliente. Nado en círculos hasta que soy capaz de volver a respirar. Entonces cojo aire y me impulso hacia abajo, donde el agua está extrañamente transparente.
Me sumerjo todo lo que puedo, buscando el fondo. El agua es más oscura cuanto más me adentro, y no tardo mucho en verme obligada a emerger a la superficie para llenar los pulmones. Me sumerjo una y otra vez, intentando alcanzar la máxima profundidad posible antes de quedarme sin aire. Nado desde un extremo del agujero al otro, de un lado a otro. Salgo y vuelvo a sumergirme. Cada vez consigo permanecer más tiempo, pero no tanto como Lisa, que es capaz de contener la respiración durante minutos.

Que era capaz.
Porque llega un momento en que lo sé: se ha ido. No está en alguna parte. Está en ninguna parte. Pero incluso después de saberlo, me sumerjo y nado, me sumerjo y nado, arriba y abajo, y de un
lado a otro hasta que al final, cuando ya no puedo más, nado hasta la orilla, agotada, los pulmones pesados, las manos temblorosas.
Mientras marco el teléfono de emergencias, pienso. No está en ninguna parte. No está muerta.
Simplemente ha encontrado ese otro mundo.

El sheriff de Vigo County llega con los bomberos y una ambulancia. Permanezco sentada en la orilla envuelta en una manta que alguien debe de haberme dado y pienso en Lisa y en sir Patrick Moore, y en agujeros negros y agujeros azules, y en superficies de agua sin fondo, en estrellas que explotan, en horizontes de sucesos y en un lugar tan oscuro que ni siquiera la luz puede salir cuando logra entrar en él.

Aparecen unos desconocidos que empiezan a dar vueltas por aquí e imagino que deben de ser los propietarios del terreno y de la casa. Tienen niños, y la mujer les tapa los ojos y los ahuyenta, diciéndoles que vuelvan a entrar en casa y no salgan pase lo que pase, hasta que ella les dé permiso. «Malditos niños», dice el marido, y no se refiere a los suyos, sino a los niños en general, a niños como Lisa y como yo.

Hay hombres sumergiéndose continuamente, tres o cuatro, todos iguales. Me gustaría decirles que no se preocupen, que no encontrarán nada, que no está ahí. Que si alguien es capaz de llegar a otro mundo, esa es Lisa Manoban.

Incluso cuando sacan el cuerpo, hinchado, abotagado y azul, pienso: ese no es ella. Ese es otra. Esa cosa hinchada, abotagada y azul con la piel muerta y más que muerta no es una persona que conozca o reconozca. Y así se lo digo. Me preguntan si me siento con fuerzas para identificarla y digo:
-No es ella. Eso es una cosa hinchada, abotagada y azul, muerta y más que muerta y no puedo identificarla porque no la he visto nunca.

Vuelvo la cabeza.
El sheriff se pone en cuclillas a mi lado.

-Tendremos que llamar a sus padres.

Me pide el número, pero le digo:
-Lo haré yo. Fue su madre la que me pidió que viniera. Quería que fuese yo quien la encontrara. Llamaré yo.

«Pero esa no es ella. ¿No lo ven? La gente como Lisa Manoban no muere. Está de excursión, simplemente.»

Llamo al número fijo que su familia nunca utiliza. Su madre responde enseguida, como si estuviera sentada al lado del teléfono, esperando. No sé por qué, pero me da rabia y tengo ganas de coger el teléfono y arrojarlo al agua.

-¿Diga? -dice-. ¿Diga? -Su voz tiene un tono estridente, esperanzado y aterrado a la vez-. Dios mío, ¿diga?

-¿Señora Park? Soy Jennie. La he encontrado. Estaba donde pensaba que estaría. Lo siento mucho.

Mi voz suena como si estuviera bajo el agua o en el condado vecino. Estoy pellizcándome la parte interior del brazo, dejándome marcas rojas, porque de pronto soy incapaz de sentir nada.
Su madre emite un sonido que yo no había oído en mi vida, grave, gutural y horroroso. Una vez más, deseo arrojar el teléfono al agua para que pare, pero continúo diciendo «Lo siento». Y lo repito una y otra vez, como una grabación, hasta que el sheriff me arranca el teléfono de la mano.
Mientras habla, me tumbo en el suelo de espaldas, envuelta en la manta, y le digo al cielo:
-Que vaya al sol tu vista. Al viento tu soplo vital... Eres todos los colores en uno, con su máxima intensidad.

𝐢'𝐦 𝐣𝐮𝐬𝐭 𝐥𝐞𝐚𝐯𝐢𝐧𝐠 (jenlisa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora