𝐃𝐢́𝐚 𝟔𝟒 𝐝𝐞𝐬𝐩𝐢𝐞𝐫𝐭𝐚

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POV LISA

El último domingo de las vacaciones de primavera vuelve a nevar y, durante una hora, todo se queda blanco. Paso la mañana con mi madre. Luego ayudo a Winter a construir en el jardín una cosa intermedia entre muñeco de nieve y hombre de barro, y después caminamos las seis manzanas que nos separan de la colina que se alza detrás de la escuela de secundaria para tirarnos en trineo. Hacemos carreras y Winter gana siempre porque así es feliz.

De camino de vuelta a casa, dice:
-Espero que no me hayas dejado ganar.

-Eso nunca.
La rodeo por los hombros con el brazo y no se aparta.

-No quiero ir a casa de papá.

-Yo tampoco. Pero ya sabes que, en el fondo, para él es muy importante, por mucho que no lo
demuestre.

Es una frase que me ha dicho mi madre en más de una ocasión. No sé si me la creo, pero siempre existe la posibilidad de que Winter sí lo haga. Por muy dura que sea, desea creer en algo.

Por la tarde vamos a casa de mi padre. Nos sentamos repartidos por el salón mientras en la
pantalla plana gigante que ha colgado en la pared dan un partido de hockey.
Mi padre alterna entre gritarle a la pantalla y escuchar lo que Rosé cuenta sobre Colorado. Josh
Raymond está sentado en las rodillas de mi padre, mirando el partido y masticando cada bocado cuarenta y cinco veces. Lo sé porque estoy tan aburrida que me he puesto a contar.

Cansada, me levanto y voy al baño con el objetivo de despejarme un poco la cabeza y enviarle un mensaje de texto a Jennie, que hoy vuelve a casa. Me siento a la espera de que me responda y me entretengo abriendo y cerrando los grifos. Luego me levanto y me lavo las manos, la cara, husmeo el interior de los armarios. Tengo la mirada fija en el estante de la ducha cuando suena el teléfono.

«¡En casa! ¿Me escapo y voy?».

Escribo: «Todavía no. Estoy en el infierno, pero saldré de aquí en cuanto pueda». Intercambiamos mensajes un rato y luego salgo al pasillo. Me encamino hacia el ruido y la gente y paso por delante de la habitación de Josh Raymond. Tiene la puerta entornada y está dentro. Lo llamo y gira la cabeza como una lechuza. Sus gigantescas gafas destellan en mi dirección y grazna:
-Pasa.

Entro en la que debe de ser la habitación más grande del planeta para un niño de siete años. Es tan cavernosa que me pregunto si necesitará un mapa para orientarse en ella, y está repleta de todos los juguetes imaginables, la mayoría de ellos a pilas.

-Vaya habitación tienes, Josh Raymond -digo.
Intento que no me moleste, puesto que los celos son una sensación malvada y desagradable que no hace más que corroerte por dentro y yo no tengo ninguna necesidad de estar aquí, siendo como soy una chica de dieciocho años con una novia de lo más sexy -por mucho que no la dejen verme más-, preocupándome porque mi hermanastro sea propietario de todos los Lego del mercado. -Está bien.
Se pone a remover el contenido de un baúl que almacena -por mucho que cueste de creer- aún más juguetes, y entonces los veo: dos anticuados caballitos de juguete, de esos con un palo, uno negro y el otro gris, olvidados en un rincón. Son mis caballos de palo, los que yo cabalgaba durante horas interminables cuando era más pequeña que Josh Raymond imaginándome ser Clint Eastwood en una de esas películas antiguas que veía mi padre en el televisor pequeño y sin pantalla plana que teníamos en casa. El mismo que, casualmente, seguimos teniendo y viendo.
-Son chulos esos caballos -digo.
Se llaman Medianoche y Explorador.
Gira la cabeza, parpadea dos veces y dice:
-Están bien.

-¿Cómo se llaman?

-No tienen nombre.
De pronto me entran ganas de coger los caballos, entrar en el salón y aporrear a mi padre en la
cabeza con ellos. Luego deseo llevármelos a casa. Les prestaré atención a diario. Cabalgaré con ellos por toda la ciudad.

𝐢'𝐦 𝐣𝐮𝐬𝐭 𝐥𝐞𝐚𝐯𝐢𝐧𝐠 (jenlisa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora