Capítulo 5

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—Eso es todo. Pueden retirarse.

Las palabras no habían terminado de salir de la boca del profesor, cuando yo ya estaba en la puerta. La última clase de la tarde se extendió más de lo esperado y el reloj en la pared ya marcaba las 4:20. Aún tenía que ir al dormitorio a dejar mi mochila y tardaba 15 minutos en llegar a la tienda. Es decir, ya iba tarde.

Mientras corría por el campus como alma que lleva el diablo, me arrepentí de haber rechazado el ofrecimiento de Mark de llevarme al trabajo. Pero me convencí de que estaba haciendo lo correcto, pues recordé que él tenía un ensayo que terminar. Y se supone que yo estaba mejor viviendo sola. Sin ayuda. Lo que menos necesitaba era empezar a depender de alguien, aunque fuera un poco.

Como la suerte nunca estaba de mi lado, me tropecé un par de veces en mi carrera. Para cuando llegué a la tienda, estaba empapada en sudor, jadeaba como un perro y me había doblado el tobillo dos veces. Lo peor es que no era la primera vez que pasaba.

—Llegas tarde —fue el saludo que me dio el chico del turno anterior.

Solo pude asentir. Él no estaba interesado en mis excusas y yo no tenía aire para dárselas.

—Que no se repita —dijo antes de tirar el chaleco verde a mi cara y salir.

—Ten una buena noche —mascullé sarcásticamente.

Vaya manera de empezar mi turno. Suspiré. Ni siquiera me sorprendía ya. Me vestí con el uniforme, el cual era obvio que no habían lavado en años, y me senté detrás del mostrador. Al final me había decidido por no ir al dormitorio, así que saqué uno de los libros que debía leer para mi clase. Y me zambullí en el aburrimiento.

Para cuando el reloj marcaba las 9 de la noche, estaba tan ansiosa por regresar a la Universidad, que tuve que empezar a caminar. Ya había terminado el libro y la tarde había estado tan lenta, que sentía como si llevara días encerrada ahí.

Cuando la campanilla que colgaba sobre la puerta sonó, casi me alegré de tener algo que hacer.

Un grupo de cuatro chicos entró a la tienda, todos vestidos como si se dedicaran a robar bancos.

—Bienvenidos —dije y por supuesto, no recibí respuesta.

Ellos se movieron en manada, arrasando con la tienda. Desde mi lugar pude escuchar como cambiaban cosas de lugar, dejaban caer latas y aplastaban los productos tostados. Suspiré. Debían ser chicos jóvenes, que de seguro no tenían trabajo, puesto que no apreciaban el tiempo de los demás.

Cuando por fin se detuvieron frente al mostrador, solo llevaban un par de cosas en las manos. Me apresuré a cobrarlo todo y giré la pantalla para que vieran el total.

—¿A qué hora terminas el turno, guapa? —preguntó uno de ellos.

Ah. Claro. Esto era lo que me faltaba. Con razón el día había estado tan tranquilo.

Lo ignoré y me dispuse a tomar el billete que me ofrecía, pero él lo quitó antes de que pudiera tomarlo. De mala gana, levanté la vista. Error.

—¿Qué pasa? ¿Eres tímida?

No eran jóvenes.

De hecho, parecían un poco mayores que yo. El chico que estaba hablándome era alto, muy alto y tenía una cicatriz que le atravesaba la mejilla izquierda. No el tipo de cicatriz bonita que llevaban los protagonistas en lo dramas, sino la clase de cicatriz que fue hecha con un palo o quizás un cuchillo.

Tragué grueso. Me sentí palidecer.

—Solo tienes que responder a la preguntar —su voz bajó un par de tonos. Mis rodillas estaban a punto de fallarme— Aunque las chicas tímidas también tienen su encanto.

Puzzle Piece || Mark Lee [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora