· Brad White en multimedia ·
El lugar al que me lleva James no se asemeja para nada a lo que imaginaba. Sabía perfectamente que no iba a llevarme al restaurante más lujoso de este sitio —si es que realmente existe algo similar—, pero tampoco esperaba el lado opuesto. De hecho, si hubiese sabido que acabaría aquí, le habría propuesto ir a la playa o a dar un paseo por la montaña. Cualquier cosa es mejor que esto porque, sinceramente, da bastante asco.
—Sé que no es un sitio de ensueño... —James suelta una risa mientras se rasca la nuca disimuladamente. Sonrío para intentar demostrarle que me siento cómoda, pero sin acercarme demasiado a él—. Es un pueblo pequeño y, aunque cueste creerlo, es de lo mejor que hay. Estoy seguro de que vamos a pasarlo bien. ¿Entramos?
—Claro, vamos.
He intentado pensar una palabra para describir el edificio y, finalmente, me he dado cuenta de que lo mejor que se me ocurre es «cuchitril». La puerta de madera rechina al abrirse, provocando que mi piel se erice. Sin ni siquiera pararme a observar su interior, siento la necesidad de salir corriendo. Una mezcla entre cerveza, humo de cigarrillos y suciedad consiguen marearme en tiempo record. Por desgracia, eso no es lo peor que me encuentro una vez me detengo a observarlo todo con más detenimiento. Mi boca cae al suelo al ver a un grupo de chicas, semidesnudas y en tacones, bailando encima de una tarima improvisada.
—Ven, sentémonos aquí —las palabras de James hacen que deje de mirar a esas chicas como si fuesen lo único que existiese.
La mesa donde pretende que nos sentemos no debería considerarse un mueble. Consta de un enorme barreño como mesa y, a ambos lados, un par de taburetes viejos. La carta está roñosa y desgastada, dándome la impresión de que no la han renovado desde que decidieron inaugurar el local. En cualquier otra situación me habría lanzado a por ella para ver que puedo tomarme pero, dadas las circunstancias, mantengo las manos quietas.
—¿Sueles venir mucho por aquí?
—Cuando me aburro —se encoje de hombros y coge la carta—. En este pueblo no hay nada entretenido que hacer, además de ir a la playa o a la montaña.
Cualquier cosa sería mejor que venir aquí, pienso.
No puedo evitar fijarme en él mientras lee la carta. No me centro en sus facciones, sino en lo diferente que se ha vuelto en el transcurso de unas pocas horas. En la playa, guiándome para enseñarme a surfear, parecía un chico de lo más normal. Ahora me parece todo lo contrario. Me da la sensación de que encaja perfectamente en un ambiente así, como si fuese su propia casa.
—¿Te apetece tomar algo?
No quiero ingerir nada que provenga de ese bar, lo tengo muy claro.
—Estoy bien así, gracias.
—Vale —se encoge de hombros y, aprovechando que un camarero pasa cerca, le pide una cerveza cargada—. ¿Qué me cuentas sobre ti?
—No hay mucho que contar. Soy una chica normal. ¿Y tú?
—Me gustas —su mirada se clava en la mía—. Eres el prototipo perfecto. Castaña, ojos azules y tu culo... mejor no comentarlo.
No ha dicho eso. No ha sido capaz. Esas palabras no han salido de su boca.
Mis piernas se han endurecido, provocándome una sensación de inestabilidad prácticamente instantánea. Espero que diga que era una broma para romper el hielo y la tensión, pero en ningún momento lo hace. Sus palabras van totalmente en serio. Debería haberlo imaginado.
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Stay Away
Teen FictionConocer a Zack Price no entraba en los planes de Brooke. Conocer sus secretos, todavía menos.