Capítulo 2. "-¿Puedo saber por qué tienes tan mal genio?"

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· Zack Price en multimedia ·

Un único pensamiento ronda por mi cabeza mientras espero en los pasillos de los vestuarios masculinos: odio a mi mejor amiga por dejar que haga esto sola. Llevo esperando media hora a que los chicos terminen de disfrutar de su interminable y refrescante ducha. He optado por pasar el tiempo mirando cómo se mueven las agujas de mi reloj, pero eso solo está consiguiendo ponerme más nerviosa.

El rechinar de la puerta de los vestuarios hace que me gire instantáneamente para ver si, de una vez por todas, han decidido salir. En vez de eso, me encuentro al castaño que le ha arrebatado la capitanía a mi hermano. No se ha molestado en secarse el pelo: lo lleva revoltoso y goteante. Tampoco parece que haya puesto mucho empeño en escoger la ropa de después del entrenamiento: un chándal gris de lo más usual y unas deportivas bastante desgastadas. Lo único que reluce en él ahora mismo es la bolsa con los colores del equipo donde guardan todas sus cosas.

Va distraído mirando el suelo, pero eso no le impide darse cuenta de mi presencia. Al quedarme aquí esperando no he pensado que esta situación podría ocurrir. No tengo nada personal en contra de él, pero ha fastidiado a mi hermano mayor y, quieras o no, eso hace que quiera estamparle el balón en la cara. Nos separan algunos metros de distancia que, a medida que camina, van desapareciendo. Siento que pasa una eternidad mientras se acerca a mí.

No sé en qué momento se me ha ocurrido dirigirle la palabra —y encima de un modo tan vulgar—, pero antes de darme cuenta, las palabras están saliendo por mi boca.

—Perdona —llamo su atención, consiguiendo que me mire a los ojos—. ¿Eres el imbécil que le ha arrebatado la capitanía a mi hermano?

—Perdona —imita mis palabras y mi tono de voz—. Sí, creo que he sido yo. ¿Tienes algún problema con ello?

—Él ha sido el capitán del equipo durante muchos años. No puedes llegar tú y quitárselo sin más.

—Si mi memoria no falla, estabas presente cuando el entrenador ha dicho que las cosas pueden cambiar cada año —sonríe con suficiencia—. ¿Acaso tengo que jugar mal para que tu hermanito esté a la altura?

—Daniel se lo merece mucho más que tú.

—Te lo explicaré mejor: no es culpa mía que juegue mejor que tu hermano. Recrimínaselo a él y, de paso, aconséjale que entrene más el año que viene.

—Cierra el pico, no tienes ni idea del potencial que tiene mi hermano —doy un par de pasos, acercándome a él—. Puede darte mil vueltas si se lo propone.

—¿De verdad? —alza una ceja—. No lo ha demostrado en el campo. No soy el único que lo piensa.

—Eres un...

—Tienes un mal genio particular —me corta antes de soltar una carcajada—. ¿Te lo suelen decir a menudo?

—¿A ti te suelen decir a menudo la cantidad de neuronas que te faltan?

—Amargada.

—Zoquete.

El chico me lanza una última sonrisa satisfactoria y, sin despeinarse, camina hasta salir de los vestuarios. Una vez vuelvo a estar sola me doy cuenta de la actitud que he tenido y de lo poco que me he controlado. Es cierto que suelo tener mal genio, pero él ha conseguido multiplicarlo por cien. No suelo enfrentarme a las personas de este modo, prefiero utilizar argumentos sólidos y dejar de lado los insultos y las sandeces, pero en esta ocasión me ha resultado imposible.

Apoyo la espalda contra la pared, tratando de relajarme. Mi pulso cardíaco está acelerado y me está costando que mi respiración vuelva a ser la de siempre. Vuelvo a mirar el reloj para comprobar que Daniel y Brad llevan cuarenta y cinco minutos dentro de los vestuarios. Yo no tardo ni la mitad en darme una ducha, ¿qué problema tienen?

Stay AwayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora