Al despertarme, lo primero que siento es el espantoso olor que entra por mi nariz, provocando que instantáneamente la arrugue. No necesito abrir los ojos para suponer dónde me encuentro, esa amarga fragancia me ha amargado la vida desde que soy pequeña.
El hospital.
Es al abrir los ojos cuando siento que la cabeza comienza a darme vueltas y más vueltas. No sé cómo describir mi estado físico, así que voy a utilizar la frase «me siento como si un tren hubiese pasado por encima de mí». A medida que voy despertándome, empiezo a ser más consciente de ello. Los músculos de mis piernas y de mis brazos se encuentran entumecidos, como si no los hubiese movido en años. Mi estómago podría estar siendo estrujado por cien personas a la vez, sintiendo este dolor. Pero, dejando todo eso de lado, lo que más me duele es la parte superior de la ceja izquierda.
Si intento recordar algo, solo veo imágenes borrosas en mi mente. Decido no forzar mi memoria en el momento en que me doy cuenta de que, al hacerlo, mi cabeza empieza a doler. Retumba, como si toda la presión del mundo se estuviese ejerciendo contra ella por haber hecho algo malo. Intento acomodarme en la camilla, pero soy incapaz de moverme, así que termino quedándome en la misma posición.
No puede ser. Debo estar soñando o, en otro caso, teniendo una ilusión óptica. Sí, estoy segura. Los medicamentos deben provocar esos efectos, supongo. De lo contrario, no encuentro explicación lógica a lo que ven mis ojos. No consigo hacerme a la idea de que el chico que ha conseguido volverme completamente loca esté tumbado en el sofá que hay a mi derecha. Está dormido en una postura bastante incómoda, con los labios entreabiertos y el pecho moviéndose con lentitud. Su pelo, cómo no, parece el de un chico que acaba de atravesar un torbellino. Me alegra verlo así, me resulta una imagen de lo más familiar.
Es entonces, al ver a Zack, cuando miles de preguntas acuden a mi mente como por arte de magia. La primera y más importante: ¿cómo he acabado en el hospital? Por mucho que lo intente, continúo sin poder recordar qué fue lo que pasó. Recuerdo lo más importante, o al menos aquello que mi mente considera más importante, pero nada más. A partir de un cierto momento, todo está en blanco. Soy capaz de recordar el modo en que aquellos hombres me metieron en el coche pero, después de eso, hay un completo vacío que no soy capaz de completar. Tampoco entiendo por qué Zack está aquí, a mi lado, tumbado en ese sofá. Aunque esa pregunta no tenga respuesta, no me preocupa, me encanta verle dormir.
No quiero despertarle, porque las ojeras de debajo de sus ojos me demuestran que no ha dormido demasiado en... ¿un día? ¿Dos? ¿Cuánto tiempo llevo aquí? Ojala saber la respuesta. Suelto un suspiro antes de apoyar la cabeza contra la almohada. Ya me he dado cuenta de que forzar la mente no me ayuda en absoluto, ¿por qué sigo haciéndolo? Lo único que puede transmitirme un poco de paz ahora es la silueta de Zack dormida, así que me fijo en él y dejo las preocupaciones a un lado. Adams no ha tocado un solo pelo de su cuerpo, cosa que me alivia. Me alegro de que al menos uno de los dos haya salido ileso.
Intento acomodarme de nuevo en la camilla, pero esta vez hago demasiado ruido y lo único que consigo es despertar a Zack. Lo ha hecho de golpe, sobresaltándose por el ruido. Zack desvía su mirada directamente hacia mí, sin fijarse en ninguna otra cosa de la habitación. Entonces, cuando se da cuenta de que estoy despierta, es cuando sus ojos me transmiten más paz. Me mira durante unos segundos, y no puedo evitar pensar que, en el fondo, está viviendo lo mismo que yo. Debe creer que está soñando. Por suerte, termina reaccionando.
—¿Brooke? —su voz suena aliviada y confusa a la vez. Me duele en el alma verlo así por mi culpa.
—Zack, yo... —no consigo terminar la frase, ya que en cuestión de segundos lo tengo abrazándome.
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Stay Away
Roman pour AdolescentsConocer a Zack Price no entraba en los planes de Brooke. Conocer sus secretos, todavía menos.