—Maldición —murmuro por lo bajo—. Despierta, Leah. No puedes quedarte en la cama todo el día.
—Cinco minutitos más, por favor.
Tengo que hacer un gran esfuerzo por entender qué dice al tener la cara aplastada contra la almohada. Leah Anderson es la reina de los cotilleos, de la moda y de la típica frase de los «cinco minutos más».
—Hoy no puede ser —retiro las sábanas de encima de su cuerpo, consiguiendo que suelte algún que otro comentario despectivo—. Tu madre nos ha abierto la puerta hace más de media hora.
—No es que tú seas la persona más madrugadora del mundo —me recrimina.
—Son las doce del mediodía, no estás madrugando.
—Déjame, Brooke —Leah coge las sábanas que acabo de retirarle y vuelve a taparse con ellas.
—Si no quieres despertarte por ti misma, me veo en la obligación de hacer algo que no me apetece.
—¿Es una amenaza? —la voz de Leah suena por debajo de las sábanas—. ¿Vas a tirarme agua helada como en las películas?
—Voy a llamar a tu querido novio para que te vea —Leah retira las sábanas a la velocidad de la luz, incorporándose en la cama—. Estás increíblemente sexy con ese pijama de ositos. Por no hablar del hilo de baba que te llega hasta la mejilla.
Me giro con la intención de salir de su habitación, pero escucho los pies de Leah contra la madera del suelo. Cuando llego al marco de la puerta, vuelvo a girarme para mirarla. Está enfrente de su armario para decidir qué ropa debe ponerse hoy. Su fiesta de cumpleaños es por la mañana, pero Will va a llevarla a comer a un restaurante a modo de regalo. Su cumpleaños, de todos modos, es mañana, pero a Leah siempre le ha gustado celebrarlo antes. Dice que ir en contra de las tradiciones te convierte en alguien especial.
—No sé qué ponerme —murmura mientras remueve las perchas.
—Tienes diez minutos para prepararte. Si no eres puntual, me obligarás a subir de nuevo y no seré tan simpática.
—Eres una mala amiga.
Cierro la puerta a mis espaldas. La soporto porque, después de tantos años, no me queda otro remedio. Cuando éramos unas crías que jugaban con los muñecos viejos de la guardería ya sabía a qué me enfrentaba. Leah no ha cambiado ni un poquito, simplemente se ha ido adaptando a las diferentes etapas de nuestras vidas, sin perder ni una pizca de su esencia.
La madre de Leah está dándole un baño a Jadie, así que Will se ha quedado solo en el comedor. Sé que todavía no tiene mucha confianza con los padres de mi mejor amiga, así que supongo que ha sido todo un alivio no tener que mantener una conversación con ellos mientras su hija se arregla. He venido hasta aquí porque, cuando Will me dijo que quería invitarla a comer, enseguida supe que iba a costar despertarla. Comprendo que él no pueda entrar en su habitación con la madre en casa, así que me he ofrecido a ayudarle para evitar que pase ese mal trago.
Al llegar al comedor, me doy cuenta de que Will está jugando con una de las muñecas de Jadie. La mueve con destreza, como si llevase toda la vida haciéndolo, mientras tararea una canción que desconozco.
—¿Qué se supone que estás haciendo?
Will se sorprende tanto al escuchar mi voz que lanza la muñeca al aire, haciendo que recorra todo el salón hasta impactar contra uno de los objetos decorativos que hay encima de un mueble.
—¡El jarrón! —grita Will. Genial, como si de ese modo consiguiese que levite en el aire.
Doy un par de pasos a la derecha con rapidez y, reuniendo toda la suerte del mundo en mis manos, consigo que el dichoso objeto no aterrice en el suelo, haciéndose añicos. Lo coloco de nuevo en su sitio antes de lanzarle una mirada asesina a Will.
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Stay Away
Roman pour AdolescentsConocer a Zack Price no entraba en los planes de Brooke. Conocer sus secretos, todavía menos.