Capítulo 32. "-¿La chica que me gusta?"

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Llevamos cerca de dos horas bailando sin parar. Will me ha obligado a hacerlo en mitad del salón cuando se ha dado cuenta de que quería refugiarme. Eso ha conllevado que muchos invitados tuviesen los ojos puestos encima de nosotros, incluida una persona en concreto: Zack. Sí, no me ha quitado el ojo de encima. En cierto modo, ha sido intimidatorio pero, por otro lado, me ha sentado bien que lo hiciese. Eso quiere decir que, de alguna manera, necesita prestarme atención. Por la primera mirada que me ha lanzado, me da la sensación de que pensaba que no iba a venir a la fiesta.

Sin valorar que tengo a Zack a escasos metros de mí, sentado en uno de los sillones, con las piernas de Giselle encima de él, la cosa no está yendo tan mal. A medida que avanzan los minutos tengo más ganas de irme, pese a no estar siendo tan horrible como imaginaba. Me parece que la música está mucho más alta que cuando hemos llegado, por no hablar de que ahora la casa está llena de vasos y botellas vacías, con los propietarios dando tumbos por todas las salas.

No puedo dejar de prestar atención al modo en que Zack hace leves cosquillas encima de los muslos de Giselle, provocando que ella se ría de vez en cuando. Cuando eso ocurre, ella le acaricia el pelo como si fuese un gato que le pide cariño. Él me dedica alguna que otra mirada rápida, pero en cuanto se da cuenta de que también le estoy mirando, vuelve a desviarla hacia Giselle.

¿De verdad no se da cuenta de que eso es como clavarme un puñal en el corazón?

Cuando esa escena vuelve a repetirse una vez más ante mis ojos, no me queda más remedio que resoplar. Con la de salas que hay en la casa, no puedo creer que tengamos que estar en la misma que ellos dos. Según Leah es algo así como una terapia de superación: tener el problema en las narices termina cesando el dolor. Después de más de dos horas, empiezo a dudar de la efectividad de ese método tan extraño que se ha sacado de la manga.

Leah besa a Will, por lo que termino desplazándome en el sofá, para no molestarles demasiado. Los que más rato hemos pasado bailando, terminamos agrupados en los sofás y sillones del salón para descansar. Espero que nadie inmortalice este momento, porque debemos tener un aspecto terrible. Unos por los efectos del alcohol, otros —en los que me incluyo— por el cansancio. El mío es tanto físico como mental, de hecho. Me lo he pasado bien, pero ahora lo único que me apetece es tumbarme en una cama y quedarme dormida durante dos días seguidos.

Siento la boca completamente seca. A diferencia de Will y Leah, no he bebido nada desde que he llegado. Ahora que están entretenidos mostrándose el amor que sienten el uno por el otro, es el momento idóneo para ir a buscar algo de beber y, de paso, para salir del angustioso salón durante unos minutos.

Me levanto sigilosamente del sofá, intentando llamar poco la atención, pero enseguida me doy cuenta de que no ha servido para nada. Leah me agarra de la mano, acercándome a ellos.

—¿Dónde crees que vas? —Leah arquea una ceja.

—Me apetece beber algo. ¿Acaso no puedo?

—Me da miedo que intentes fugarte de la fiesta.

—Es algo que haría con mucho gusto, pero lamentablemente no está entre mis planes.

—Vuelve rápido —me suelta la mano—. Ya sabes que algunas personas van demasiado...

—Lo entiendo, Leah. Volveré rápido.

Ella me asiente con la cabeza.

Me hago paso entre la multitud de personas que se agrupan en el salón hasta que consigo llegar al pasillo. No sé la ubicación de las salas, así que tardo un par de minutos en encontrar la cocina. Está bastante llena, pero no tanto como el salón. Eso sí, está muchísimo más sucia. Me da repelús tener que coger alguno de los vasos —en teoría limpios— que hay esparcidos por la encimera.

Stay AwayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora