28. Transmisión radial

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Palabras: 3,700.

✎Palabras: 3,700

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Segismundo García se quitó el sombrero y la careta protectora y dejó ambas cosas en la barra del Tequi-la-lá. El bar estaba más lleno que nunca; más que en el Black Friday, el día previo a una veda electoral o la semana del Cristo Redentor. Había una multitud variopinta congregada ahí, mirando los televisores (cuatro, para escoger) y esperando. Habían pasado dos días desde que la alerta de máxima precaución se activó en Los Santos. Dos malditos días que se sintieron eternos. Las medidas precautorias eran claras y los picoletos de comisaría las hacían cumplir.

Para empezar, nada de conglomeraciones injustificadas. Sí, Segis, le había dicho Xavier Brown, eso incluye manifestaciones en el basurero. Ni tampoco querían presencia de armas de fuego en civiles, aunque tuvieran la licencia para portarlas. Había un toque de queda a las seis de la tarde y revisiones espontáneas en las casas. El régimen poseía un saborcillo a ley marcial que tenía a muchos descontentos, pero la amenaza de otro atentado era lo suficientemente espantoso como para que se siguieran las órdenes. No era cualquier cosita: la estación de tren había volado por los aires y creado un incendio que duró un par de horas.

El partido de fútbol de la zona fue suspendido hasta nuevo aviso, por eso mismo de las conglomeraciones. Aunque, mirando a las personas congregadas en el Tequi-la-lá (al menos treinta y ocho, entre hombres, mujeres y jóvenes) Segismundo pensó que estaban transgrediendo la norma. Se lo comentó a Rogelio, pero este resopló.

—Xavier Brown anda de alzado porque nuestro Intendente está herido. Y Greco se comporta como un verdadero imbécil. Pero pueden tomar los controles rutinarios en una de sus manos enclenques y empujárselas en el trasero.

—¡Así mismo! —Voceó una mujer, que tomaba un jugo de naranja. Ah, otro detalle. También había ley seca. ¿En qué mundo un bar abría pero tenía prohibido servir alcohol?—. ¡Que se jodan!

Hubo un coro que aprobó la maldición, un coro de guerra. Segismundo podía entender la postura, porque la incertidumbre busca culpables. Normalmente las autoridades son el chivo expiatorio, "si la policía hubiese hecho esto o aquello", "si fueran más competentes..." Pero nadie ahí se atrevería a atribuirle la culpa al Superintendente García. Era demasiado querido como para que eso sucediera, estaba herido y no había noticias recientes de su estado que calmaran el furor de los ciudadanos. El Inspector Brown y el Comisario Greco se estaban llevando lo peor.

Hablando de Gustabo García, hubo un comunicado de su situación, tanto en Twitter como en las noticias y algunos volantes pegados en los postes. Tenían el sello estatal, la auténtica palabra de las autoridades, en el que se especificaba que el Superintendente García estaba vivo y recuperándose favorablemente de heridas leves aunque delicadas. Mientras estuviese fuera había dos autoridades en funciones que se encargaban de hacer su trabajo (o al menos lo intentaban). Pero lo más importante yacía en la última línea: 

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⏰ Última actualización: Aug 23 ⏰

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