10. Revelación (Parte 1)

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Palabras: 2,100.

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Gustabo manejó la situación como solo un experto de la persuasión puede hacerlo. Y sí, estaba presumiendo totalmente su habilidad. En su vida en el cuerpo no tenía conocimientos de si, en alguna ocasión especial, se realizó una persecución en alta mar con lanchas en lugar de coches. Pero como la idea además de divertida, era justa, logró que Horacio y Ford aceptaran el intercambio de rehenes pidiendo a cambio de ellos: nada de helicópteros, tres segundos de ventaja, Clave Robert y dos lanchas.

En la primera, que es la que contenía la droga que le habían cargado, iban Conway, Volkov, Michelle y Gustabo. En la segunda, que estaba vacía de cosas importantes, se montaron Ivanov, Gonetti y Freddy.

—¿Quién navega mejor? —preguntó Gustabo, dando un saltito para hacerse con en el asiento de copiloto—. Yo safo, me pongo nervioso. Soy un chico muy sensible.

Conway de inmediato cogió el volante, adueñándose con rapidez del puesto al lado de Gustabo. El ruso y la mujer aterradora, según palabras del rubio, se sentaron atrás.

—Vale. Haz la cuenta ya.

El rubio contó hasta tres en voz alta (pues no tenían nada con qué simular el sonido de una bocina, y él no haría tal ridiculez) y las cosas comenzaron. En el mar no era posible deshacerse de los maderos como se hacía en la ciudad concurrida, con coches, personas imprudentes, farolas y, en general, obstáculos. Ahí donde navegaban con el motor a todo lo que daba, el camino era inmenso, pero esa misma inmensidad hacía imposible cubrirse o camuflarse. Por todas las coordenadas había agua, agua y más agua.

Tenían que hacer algo o al llegar a tierra firme en el siguiente muelle, los atraparían. 

—En la parte delante de tu asiento hay un compartimento —habló Michelle, llamando la atención de Gustabo— ahí hay una baliza, sácala.

—¿Y esto qué coño es? —el objeto era bastante pesado, como una linterna gigante, aunque más delgada y redonda.

—Se usa para dar señales de luz en días de niebla. Las lanchas que ellos cogieron no tienen, pero las nuestras sí. Encarámalo en el respaldo y préndelo cuando yo te avise.

Haciendo caso del mandato recibido, Gustabo se desabrochó el cinturón de seguridad y, arrodillándose en el asiento, alzó con dificultad la baliza. El choque de las olas sobre la base del vehículo acuático lo desestabilizó un poco, no alcanzando a caer por la borda gracias a una mano firme que lo afianzó de la tela de su sudadera.

—¡Pero ten cuidado, anormal! —Riñó Conway, con una mano en el rubio y otra en el volante—. ¡Te vas a caer!

—Ya, pero no me caí y eso es lo importante —respondió y descubrió el Switch que encendía el objeto—. ¿Ya lo prendo?

〈INTENABO +18〉 Entrégate a míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora