—¿No respondes? —insistió Antonella parándose frente mio.
—Tu comportamiento no es digno de una señorita, no tienes educación ni modales; parece que no supieras nada de nada.
Fue en ese momento que deslicé mis manos con suavidad hacia las contornadas mejillas suyas, testigos mudos de la palidez que compartíamos desde hacía un tiempo inmemorial. Aquel matiz mortecino era un reflejo de mi propio ser, como si en mi primera mirada al espejo hubiera capturado el eco lejano de esta misma imagen. En contraste, el joven que cruzó el umbral para rescatar a Emma era un ser disímil en medio de la uniformidad del RCUM. En su semblante, trazos carmesíes destilaban una calidez que parecía desafiar la fría monotonía que nos envolvía. Un recuerdo afloró entonces, como una perla rescatada de las profundidades del olvido. La vez en que Greg sostuvo mi semblante entre sus manos, encubriendo su tristeza detrás de una máscara que no pude percibir entonces, ensombrecido como estaba por mi propia altivez. Mi orgullo me mantuvo enjaulado en la negación de mis propias emociones, incapaz de agradecer con sinceridad.
—¡En absoluto! —respondió haciendo reverencia.
—La elocuencia de tu reverencia, aunque imperfecta, no puede ocultar la agudeza de tu observación. Ignoras, no obstante, que estás frente a un joven cuya educación es un estandarte que lleva con honor —pronuncié, luchando por contener un atisbo de risa que asomaba ante la cómica escena.
—¿Cómo puedes declararte educado sin que una risa se derrame de tus labios? Una pregunta que clama por una respuesta —musitó mientras avanzaba, sin volverse hacia mí, como si mi presencia no mereciera su atención.
Ella intentó alejarse, sin embargo, un instante me bastó para asegurar su retención mediante el fino collar de identificación que pendía de su cuello. Mi mirada, curiosa y penetrante, se encontró con el costado de su rostro.
—Arrogancia no es sinónimo de realismo, aunque la línea que divide ambos conceptos es a menudo difusa. Permíteme ilustrarte que, en el vasto mar del RCUM, pocos pueden rivalizar con mi elegancia y perspicacia —argüí, tratando de tejer palabras convincentes, incluso cuando mi propia convicción se tambaleaba en la balanza de mis dudas. ¿Podía alguien como yo, quien había desafiado su propia existencia y la de otros, ser merecedor de tales elogios?
—A mí no me pareces educado, eres arrogante y egocéntrico —dijo caminando hacia adelante sin voltear atrás para verme.
Mas, mi consciencia titubeaba en el abismo de la realidad, dependiendo de pautas químicas y dosis exactas para discernir lo tangible de lo ilusorio, como si una niebla densa amenazara con engullir mi juicio.
—¿Estas tratando de conquistar a una mujer que ya es tuya? —me preguntó rodeando mi cuerpo con sus delgados brazos.
Se me vino el pensamiento de la madre y el niño en las pruebas del internado. Tenían poco o menos de oportunidad de salvarse. Aveces rogar es simplemente inútil, no por rogar puedes obtener la respuesta que quieres, o por lo menos una salida. Al menos para mí los ruegos no han servido.
Aveces simulaba rogar aprecio de mi madre, pero al momento decisivo, decidí solo quedar pasmado ante ella con la mirada desgastada y con completa certidumbre de que no haría efecto.
No puedes intentar rogar.
Las palabras fluían de mis labios, colmadas de una mezcla de incredulidad y reproche. Mis dedos se aferraron a sus mejillas con una presión que desvelaba mi propio anhelo, mis propios tormentos internos. Su piel reaccionó al contacto, adquiriendo un matiz carmesí, como si cada caricia enmarcara una instantánea del fervor que ardía en mi interior.
Una realidad velada, tejida por su determinación, se cernía sobre nosotros, trascendiendo el ámbito de lo tangible. Ella se expresaba con la certeza de un destino entrelazado, uno que ni siquiera yo había logrado vislumbrar en mi confusa existencia. Era como si esa futura unión estuviera inscrita en las estrellas, y sus palabras resonaban con la convicción de quien se siente destinado a cumplir un papel predefinido.
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Extraño Mi Cordura
Teen FictionEn el abrazo enmarañado del destino, dos almas errantes se entrelazan en un vaivén de incertidumbres y anhelos. El hilo inquebrantable del tiempo teje sus vidas en el lienzo de la existencia, fusionando sus caminos en un intricado entramado de emoci...