Inmoral

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La señora Angélica se había dado cuenta de mi estado y quiso traer un doctor, siendo así, me negué y le dije que primero deberíamos hablar, que debía decirle algo.

—Después del beso quedé inconsciente. Mi nombre es Sourire Rain, mi prometida se llama Emma y no se donde está. Esas son las palabras que le dije a los de seguridad del RCUM.— recostado sobre su cama le empecé a contar lo sucedido, pero sin contexto.

—¿Por qué le dijiste todo eso, si él no te lo preguntó? —me interrumpió.

—No lo sé, talvez solo quería entender la razón de mi estado; las emociones que nunca había sentido.

—Por favor continúa. ¿Después de eso qué pasó? —me preguntó la señora Angélica, dejando de fumar.

—Después paso lo peor. Desperté y me encontraba en una cama esposado.

—¿Y luego? —me preguntó la señora Angélica; sosteniendo un cigarro y llevándolo a su boca.

—Todo mi esfuerzo se fue.

—Y qué significa...

—Quería decir la verdad hace rato; la primera vez que me preguntó, pero me dio vergüenza, tanta vergüenza de admitir que sucedió.

—Te aseguro que jamás te juzgaría de ninguna manera si me dijeras la verdad—soltó la señora Angélica, sosteniendo mis manos, acompañando su acción con una mirada serena.

—Quizás es mejor de esta forma... —dije —Yo no tengo una aureola en la cabeza... pero me corono con unos cuernos,  de los cuales no estoy totalmente orgulloso.

"Extraño mi Cordura"

—¿Qué quieres decir?

—Acabo de decir todo con esas palabras... ¿por qué aún no comprendes?

—¿No eres santo, eso quieres dar a entender?

—Sé que no eres una tonta, así que lo otro lo dejo a tu imaginación. Quizá nunca pueda decirte de manera directa todo, por lo cual no te estoy engañado con mentiras; solo me niego a dar detalles.

La señora Angélica odiaba la luz adentro de su habitación, y por eso usaba velas para la iluminación de su habitación. Cuatro esquinas de apasionante fuego. No más silencio blanco.

—Parece que le agarraste el gusto a fumar —señaló mi acción con un gesto no muy de acuerdo.

—Es algo magnífico; difícil de explicar —hablé fumando sin experiencia.

—Eso es algo que compartimos, tú, yo y muchas personas en el mundo. Hay personas a las que les fascina fumar, son capaces de acabar una o dos cajas de cigarrillos al día, ¿sabes cómo se les llama?

—Ni idea, ¿cómo? —dije votando humo plácidamente.

—Adictos —dijo riendo, y al mismo tiempo que se reía sacó un estuche de su bolsillo.

—Ya soy adicto a otras cosas —expuse muy sereno — ¿debería dejar de hacerlo?

—Para mí no tiene nada de malo, pero solo pienso eso cuando la persona no tiene un futuro. El cigarro te acorta la vida, eso es comprobado. —dijo poniendo una caja en mi mano.

—¿Que es esto?

—Mi primer regalo para ti. Es una caja de plata para guardar cigarrillos, ¿te gusta?

—¿Me lo das porque piensas que no tengo tiempo de vida, o quizá para conocer mi respuestas a ese hecho comprobado sobre el cigarro?

—¡Haz lo que quieras! jamás te prohibiría fumar si te gusta. Hacer lo que uno quiera es mi lema, y vivo con ese lema desde hace mucho, y siento que tú y yo compartimos ese sentimiento hacia ello—declaró poniendo un sonrisa en su rostro —todo lo que puedo hacer es preguntarme ¡que he hecho yo, para merecer a alguien tan genial como tú en este momento de mi vida!  —me respondió, y al rato se acercó tomando mis dos mejillas con sus ancianas manos. Parecía no estar consciente de su repentina acción.

Extraño Mi CorduraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora