Bonitas mentiras parte siete

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Cuando asistía a la universidad para tomar mis respectivas materias los profesores y mis compañeros siempre se aproximaban a insistir que tomara la clase extra con el doctor Carson Silverstone. Su insistencia fue tal que mientras me insistían me tentaba a pensar cuál es la razón para tanta insistencia. Resultó ser que el doctor Carson Silverstone había puesto una sola condición para dar clases, y esa era conocerme. Me negué aún  después de saberlo, pero la insistencia continuó hasta llegar a un punto beneficioso para mí. Si aceptaba ir a ver al doctor a su mansión donde se encontraba recluido de por vida, él me concedería un deseo; eso fue suficiente para que yo aceptara.

Fui el día del encuentro a la casa del doctor, la cual se ubicaba en la zona más exclusiva del estado uno. Una zona cuya exclusividad solo permitía el vivir en tal lugar si se formaba parte de los diez superiores o su familia.

Los diez superiores eran las máximas autoridades dentro del estado uno. Su poder no sólo entraba en la categoría de autoridad, sino que también entraban en la lista de las veinte personas más ricas del mundo.

Llegué al lugar y con una invitación entré a la zona. En la entrada de la zona estaba una limusina blanca acompañada de un chófer quien se dirigió a mí para escoltárme a la residencia del doctor. En el largo trayecto que recorrimos, por la ventana lo único que pude ver fueron imponentes mansiones en su mayoría al estilo victoriano, con grandes puertas rodeadas de abundantes árboles. Dentro de la zona los caminos brillaban por lo limpio que estaban, y no se podía ver ni rastro de basura. Justo ahí donde la élite de la élite reside es el lugar que deseo alcanzar, y la única carta que juego es el amor.

Después de casi cuarenta minutos de viaje en limusina, la limusina se detuvo frente a otra imponente mansión. Las puertas se abrieron y el auto que me traía entró.

Pasamos en medio de unos extensos jardines llenos de rosas blancas y estatuas de niños hechas en mármol. No me sentía nervioso todo el camino, pero al ver que dentro de la mansión todo era completamente blanco, me sentí incómodo. Nuevamente el silencio blanco se hizo presente. Finalmente después de un largo recorrido, llegamos a la puerta principal de la mansión. Bajé del auto y apenas di un paso, cien empleados se inclinaron en dos filas; una a cada lado mío; todos vestían de blanco. Caminé en medio de los empleados hasta el final de las filas; al final estaba el doctor, quien al verme dio un grito agudo de alegría. Tú... declaró con voz anormalmente temblorosa. Mantuve mi mirada en él. Él era de aspecto decrépito y de pies a cabeza estaba cubierto de blanco.

Desde la entrada a la propiedad todo era blanco, y dentro la mansión no era la excepción. Había varias estatuas de niños sosteniendo rosas blancas no artificiales.

—¿Podría acompañarme? —me sugirió uno de los empleados, un hombre de uno metro ochenta de alto y de contextura grande.

Asentí con la cabeza y seguí al hombre, seguidos del doctor, quien por detrás nos seguía a paso extremadamente lento y dudoso. Cada que daba un paso con sus zapatos con tacón sentía sus dudas. No entendía como un hombre así fue la persona más admirada y deseada del mundo y pasó a convertirse en uno de los peores monstruos.

Llegamos a una sala completamente blanca,solo iluminada por velas. En el centro se encontraba una mesa con dos tazas de té y dos pasteles con un tenedor a lado.

—Necesito escuchar el latido de tu corazón en calma para poder continuar con esto —empecé a decir tan pronto entramos a la sala.

Caminé hacia la mesa en el centro y me senté en uno de los sillones blancos.

—¡Incluso tu voz es bonita y perfecta! —exclamó el doctor juntando sus manos por la emoción.

—Eres patético —le dije mirando sus ojos, algo que él esquivo apenas lo hice —Apenas te conozco y ya me das asco. Me enferma ver todo lo que me rodea.

Extraño Mi CorduraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora