Mi primer dia afuera

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Mi primordial encuentro con el sol, desplegó su fulgor exquisito ante mis ojos, una luminosidad que rayaba en lo abrumador. Ansiaba desentrañar la esencia de esa percepción primigenia. En esa jornada, descorrí el umbral hacia un dominio inexplorado, un ámbito desconocido que aguardaba ser desvelado. Como néctar fresco para un espíritu sediento, me hallé preso en el asombro que este recién horizonte forjó.

MI PRIMER DÍA EN LA AMPLITUD

—¿Qué es este resplandor tan abrumador? —musité al viento, alzando la mirada hacia el pequeño óvalo azul que coronaba el horizonte exterior —¿Es este el firmamento? Estoy seguro de que el sol se erige en ese fulgor... —reflexioné en voz alta.

—Es una luminosidad deslumbrante y abrasadora —confesó Antonella, aferrando mi mano con firmeza.

¿Abrasadora?

En ese instante, el médico interrumpió nuestros pensamientos:

—Los he conducido hasta aquí, libera a Clarice.

—No hallaré razón para obstruirlo —respondí, manteniendo mis ojos fijos en el inmenso azul.

Un azul similar al de uno de mis ojos, me percaté al elevar mi mano hacia el cielo.

La viveza del exterior me inundó de euforia y singularidad, como si todos los padecimientos hubieran desembocado en este glorioso instante, en el cual el color prevaleció sobre el ensimismamiento blanco.

No obstante, las voces prosiguieron y aseveré: No encuentro motivo para retenerla... pero si persistes en interponerte, no puedo sino cuestionar tus intenciones.

—Es un acto excesivamente cruel —intervino Antonella, aprisionando mi brazo con determinación, su semblante arrojaba desaprobación.

—No es crueldad, es lo que un individuo digno del RCUM ejecutaría. Eliminar superfluidades.

—¡Asesinarás a mi hija solo porque el rechazo al puesto de ser perfecto te sumió en la cólera! Observa tu cuello, basta un vistazo para percibir la afrenta —profirió el doctor, sus palabras caían con repulsión en mi dirección, acompañadas por un reguero de saliva.

-Cada calumnia sobre usted resultó ser una falacia; me doy cuenta ahora, y en esta tesitura solo puedo esgrimir "reclama a tu hija con tus propias manos". Si tan vehementemente anhelas recuperarla, adelante y extraedla tú mismo. ¿No es un dictamen justo? —respondí girándome y avanzando hacia adelante, anclado a Antonella, quien me escrutaba con mirada abrasadora.

El doctor vociferaba con ímpetu: ¡restituye a mi hija, maldito monstruo! En ese momento, solo pensé: "Yo no tengo secuestrada a su hija".

—¡Nadie abandonaría el RCUM, aquel que sale de aquí enfrenta el peor destino; su regreso queda denegado eternamente! —clamó airado, resguardándose detrás de la portalada.

Sus palabras sonaron como una enigmática advertencia. Sin embargo, nadie nos detenía en aquel instante, ni siquiera el doctor Nicolás osó asomarse al exterior. Surgió entonces una incógnita en mi mente: ¿es tan lúgubre el mundo exterior? Quizá no solo debía cuestionármelo, sino abordar esa inquietante conjetura.

En ese mismo instante, liberamos a Clarice y nos lanzamos con brío hacia el desconocido.

—Sourire, ¿qué rumbo estamos tomando? —inquirió Antonella con una tonalidad notoriamente agitada mientras corríamos sin rumbo fijo por un sendero incierto.

La luminosidad exterior me deslumbraba y la escasa corriente de aire parecía agotarme con rapidez. A pesar de ello, el torrente de colores que abrazaba mis sentidos me brindaba una tranquilidad innegable.

Extraño Mi CorduraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora