Silencio blanco parte cinco

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"Debería decirlo, o reflexionar un poco más".

Debería expresarlo, o tomarme un tiempo para meditar sobre lo acontecido.

Desde mi perspectiva, el tiempo parecía ralentizarse hasta el punto de detenerse por completo, como si yo fuera el único ser capaz de moverse en ese espacio inmóvil. Pero, por supuesto, sabía que tal pausa era inalcanzable; solo era mi deseo de huir de la realidad, de olvidar lo que había ocurrido.

¿Es posible que percibas el ajetreo de mi corazón frenético?

Mis manos, aún agitadas por los estragos del reciente acto, sujetaban con firmeza el cuchillo dorado que ahora portaba los vestigios carmesíes de un trágico desenlace. La imagen de Greg, yacía inerte, su cuerpo convertido en un sombrío testigo de aquel sombrío momento, se alzaba ante mis ojos como un espectro helado. En el silencio que sucedió al fatídico instante, me encontré en el suelo, a solas con mis pensamientos, como un filósofo solitario al umbral de una nueva comprensión. Los presentes, testigos impasibles de la fatalidad forjada por mis manos, permanecían inmutables, indiferentes a la tormenta que rugía en mi interior. Fue mi voz la que rompió ese silencio, desgarrando la pureza que envolvía la escena.

¿Quién, oh quién, podrá liberarme de este abismo que he cavado?

El cuchillo dorado, una joya siniestra de fulgor lúgubre, reposaba en mi mano, esperando para escribir el último capítulo de este drama funesto. Pero una mano enfundada en látex blanco, símbolo de deber y autoridad, detuvo mi impulso. Un médico, con gesto imperturbable, impidió que la cuchilla llegara a mi cuello, un acto que me dejó atrapado entre un sentimiento de alivio y confusión.

—¿Sigues sin poder dejar atrás todo el dolor? —me preguntó uno de los médicos, su mano manchada de sangre.

—¿Es que el llanto hace que mi dignidad desaparezca a tus ojos? —me atreví a preguntar, como un lamento melancólico en la sinfonía del destino inexorable.

—No es solo eso; estás ante la revelación de la verdad. ¿Qué esperabas, una aprobación susurrada desde los labios de un hombre?

—No es así... solo quería...

—Ya un hombre te besó una vez, y parece que te atraen los hombres, según lo ocurrido recientemente, e incluso peor, parece que estás dispuesto a amar a alguien que no deberías, ¡un hombre! —tomó el cuchillo que yo sostenía, acercándolo a mi cuello, de manera que vi gotas de sangre corriendo por mi abdomen desnudo, luego retiró el cuchillo y continuó—. Tú no tienes el derecho de amar a quien elijas, eso está en nuestras manos.

—Yo no buscaba ese beso, no es mi culpa... Yo soy el único... —afirmé con lágrimas en los ojos—. Estoy por encima de todos ustedes.

—Me temo que eso ya no es posible... —me dijo.

—Hice lo que tenía que hacer, era mi derecho. —grité mientras me ponía de pie.

—Alguien tan frágil no puede reclamar ese derecho. Tú no eres capaz de ser el único. Muchos de nosotros pensábamos así desde el principio. Todos sabíamos que de tu madre no podía surgir algo tan bueno y verdaderamente excepcional, pero, a pesar de eso, decidimos darte la oportunidad de demostrar tu valía, y desafortunadamente, has demostrado que estábamos en lo correcto. Sigues aferrado a cosas innecesarias. —me explicó—. Pero eso no significa que vamos a acabar con tu vida. Decidimos darte la oportunidad de volver a tu vida normal.

—Eso no es lo que quiero. —grité con desesperación—. No puedo aceptarlo... debo ir afuera, alguien me está esperando...

Mucho me temo que lo único que perdura en mí de mi paso por ese internado son las cicatrices. Sabes a lo que me refiero.

Extraño Mi CorduraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora