Bonitas mentiras parte uno

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Después de haberle contando una parte de mi pasado a la señora Angélica, ella empezó desde cero enseñándome todo lo que desconocía sobre el mundo fuera del RCUM.

Los días después de conocernos, la mayor parte la pasábamos ella y yo solos en su habitación hablando, aunque también aveces Antonella se nos unía y los tres terminábamos hablando horas.

Me sentía estúpido al no poder hacer algo tan simple como poder darme un baño solo, y esa sensación aumentaba más al no poder dormir sin tomar patillas, y no poder caminar sin una silla de ruedas. Así fui yo durante demasiado tiempo, siguiendo un horario estricto por cuenta propia.

El olor de mi propia incompetencia apesta realmente asqueroso. No es un trance, es una realidad.

Unos días pasaron y sentí que gran parte de los empleados de la mansión me rondaban como buitres, mirando cada acción mía como si vieran a un loco en acción. La razón de eso empezó cierto día, cuando ya empezaba a sufrir más los efectos de estar fuera sin mucho tratamiento. Entré al baño, dejando la silla de ruedas en el pasillo frente al baño de la planta baja. Apenas y con mucho esfuerzo pude ponerme de pie, avanzar uno poco mientras respiraba demasiado agitado, por fin encontrándome frente al lavabo, y sin mucha idea de lo que hacia, empecé a ahogárme en el lavado por cuenta propia; pensé que ya había dejado de retener mis sentimientos , y sin embargo solo estaba teniendo un mal dia. Solo un poco más y hubiera muerto. Los empleados irrumpieron seguramente por el ruido, terminando por salvarme en el acto. Durante ese tiempo atroces miradas iban dirigidas a mí, con la compañía de palabras casi silenciosas entre ellos, reprochando mi accionar, y todo llegó a oídos de la señora Angélica y Antonella, quienes aún peor, soltaron miradas de compasión. Desde ese día las puertas de la mansión no tienen seguro alguno.

Quizá quise llevar más de lo que podia cargar. Mi cuerpo se deshacía lentamente, tanto que las medicinas no podían controlar más de lo que mi mente podía soportar. Sin poder dormir, sin poder dejar de votar sangre por la boca, sin poder ponerme de pie en ciertas ocasiones, sin poder ganar peso y todo tratando de actuar genial ante dos mujeres.

Aún cuando ya me había desmayado un par de veces, seguía negando ante ellas lo débil que estaba. Obviamente no era creíble, pero lo seguía haciendo en medio de largos berrinches, como los de los niños en las películas que se tapan los odios para no oír.

¿Quizá debería huir lejos de mi estado? Porque eso sucedió apenas una semana y media después.

Somos dos los que estamos en ese estado.

Tanto Antonella como yo al cabo de una semana empezamos a presentar demasiadas molestias. Ambos decidimos callarlo, pero no dejar de pelear, o eso al menos de su parte; sus reproches siempre eran parte de nuestras charlas, y entre las discusiones a alta voz y la furibunda relación nuestra, pronto comenzamos a caer juntos.

Fue tanta información la que recibí, que me sentí un poco escéptico ante todo lo que me sucedía. No lo mencioné, pero a cada dato nuevo me sentía más incómodo, sometiéndome a incontables horas de sueño.

Quizá la mayor parte de quien era en el nuevo mundo se sentía confusa. No había registro alguno de mí en el mundo; ni un certificado de nacido, no carnet, ni libretas de estudio; ni siquiera un rastro, y era lo mismo para Antonella.

No pararía nada si desapareciera un día al no poder aguantar.

¿Como podía desde cero crear tanto?¿No es más fácil su contrario?

Nadie aparte de la señora Angélica, Antonella y algunos empleados conocían que yo existía, y para mí eso no tenía mucha importancia, más bien era un beneficio.

Extraño Mi CorduraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora