Capítulo cinco

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Despierto del trance que ese chico provocó cuando un guardia se acerca y nos anuncia que ya puede pasar al comedor. Le doy paso al paciente para salir.

―Si vas a seguir aquí, trata de no hurgar mis cosas, ni tirarlas.

Se va sonriendo orgulloso de molestarme. Hago rodar mis ojos y entro al cuarto.

Todo ahí dentro está impecable, todo se ve ordenado y huele a perfume. Mi vista se dirige a las paredes y lo que hay sobre ellas me desconcierta. Líneas, círculos, cuadrados y triángulos. Hay todo tipo de figuras geométricas. ¿Qué clase de desquiciado es?

Luego paso al escritorio. Hay hojas enrolladas y viene a mí el impulso de ver que dice o que son todos esos papeles, pero al mismo tiempo me da terror descubrir que hace ese chiflado cuando se encierra por la noches aquí.

Saco de mi mente todas las preguntas que me rodean sobre este chico y termino de limpiar cuando un guardia aparece detrás de mí.

―Sígueme.

Lo miro desconcertada.

―¿A dónde?

El silencio de ese hombre es aterrador. Su llamado me parece un secreto que no debía ser escuchado por nadie, quizá por eso no decía hacia donde nos dirigíamos con tanta cautela, con tanto misterio.

No me queda más remedio que seguirlo. Si un personal de seguridad me pide que lo siguiera debía hacerlo. Pensar que tal vez los directivos lo mandaron me hace temblar. Pero mi cuerpo se tambalea aún peor cuando comenzamos a subir esas malditas escaleras que te llevan al piso siguiente; ese piso al que nadie quiere ir, ese que si pisas, probablemente te encuentras con seres de otro planeta. Ese mismo que Julieta prometió yo jamás iría. ¿Por qué me llevan hasta ahí? No tengo nada que hacer en ese sitio.

—¿Puedes decirme a dónde vamos?—insisto.

Para mi sorpresa se detiene en seco provocando que parara mi caminata de golpe.

—Mira, mientras menos hables, mejor.—realiza una pausa mirando a los costados. ¿Qué busca? ¿Quién no debe oír?—Solo responde todo lo que te pregunten y no hagas preguntas.

Seguimos el camino en silencio. ¿A quién debo responder? ¿Y por qué no puedo hacer preguntas si tengo tantas en la cabeza?

Aquel piso es extraño. Los pacientes, a pesar de no ser de los más peligrosos como Julieta contó, se encuentran aislados unos de otros como si juntos fueran capaces de ocasionar un gran desastre, o incluso, como si estuviesen castigados en masa.

Seguimos subiendo por esas caleras de concreto interminables. Y de solo pensar a dónde nos dirigíamos se me revuelve el estómago. Tengo miedo, más que el primer día. Y es que mentalmente no me encuentro preparada para ver a esas persona, y aunque no quería juzgarlos, lo hago.

Al llegar a lo que creí era el último piso lo ví todo, y no es muy diferente a los demás pabellones; no estéticamente, sin embargo, la energía es otra. Se siente un malestar constante y el dolor de cabeza me invade al segundo. Dicen que las energías se sienten.

Algunos pacientes se encuentran paseando por el comedor acompañados de sus respectivos enfermeros, otros llevan chalecos de fuerza sentados en una silla cutre. Y unos cuantos otros, no me quitan los ojos de encima.

Y creo que aquellas miradas amarillentas repletas de odio, rencor, y distantes no las olvidaré jamás.

Me ven como si fuese un rico caramelo que se les apareció frente a ellos, como si nunca hubieran visto a una mujer en sus vidas.

¿Sentirán el miedo? ¿Podrán ellos notar como tiemblo por dentro? Creo que sí, y el paciente que se acerca corriendo como un coyote a nosotros lo confirma. Tiene la vista ida, el cabello graso, y le faltan algunos dientes.

Me congelo cuando agarra un mechón de mi cabello y juega con el entre sus dedos sucios, para luego olerlo, olfatearlo cuál animal. Nunca temí tanto a otro ser humano como en este momento, y todo fue por lo que se decía de ese lugar;

Es un sitio peligroso, allí se alojan los más retorcidos, nunca pises ese lugar. Blah.

Los guardias allí presentes se abalanzan sobre él para alejarlo de mí lo más pronto posible, luego lo llevan en silencio a una habitación.

—Tranquila, ya llegamos—intenta calmarme el guardia a mi lado.

Saca de la oscuridad de su bolsillo una llave dorada con una forma extraña para abrir una puerta que parece oculta. Rechina un poco al abrirla y lo que vemos me sorprende; más y más escaleras. ¿Acaso hay más pisos? Parecen llegar al cielo.

A medida que vamos avanzando, a paso lento, las luces a los costados se encienden para dejarnos ver dónde pisamos hasta que llegamos a una puerta completamente roja. El oficial golpea despacio y un hombre del otro lado abre.

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Hilos de sangre © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora