Capítulo nueve

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Este tipo está realmente loco.

De todas las coincidencias en mi vida, esta es la peor. De todos los pacientes hospedados aquí tiene que ser él. Imposible no creer que este lugar es el mismísimo infierno.

Marco entra al baño de hombres riéndose cuando Emma sale secando sus manos mojadas en su ambo.

―¿Dónde está Samira?

―¿Quién?

―Nuestra cuidadora. La que estaba antes de ti.

―No lo sé. Ayer me dieron este puesto.

―Pues me alegra que ya no esté. Tú pareces mas buena.

Sonrío al oír eso. Creía que Emma no me aceptaría como su cuidadora al estar acostumbrada a otra persona.

Todos terminan y nos dirigimos al comedor de los pacientes. Trato de copiar los movimientos de los demás cuidadores. Veo que les entregan su grupo bandejas con comida y eso hago también con el mío. Los tres se acomodan y comienzan a desayunar.

Me pregunto si estaré haciendo bien mi trabajo, tengo tantas preguntas en la cabeza que ya no le encuentro respuesta a ninguna. Y menos aún cuando noto la mirada de Marco sobre mí. Está recostado en la silla con una taza de café en su mano como si estuviera en una cafetería. Me pregunto por qué siempre está mirándome. Comienzo a pensar que me odia por alguna razón que desconozco, tal vez porque el primer día arrojé todas sus cosas al suelo.

La próxima actividad es recreación y no tengo idea de donde queda esa sala así que vuelvo a ver a los demás. Mis chicos van directo a ella y se encuentran con un hombre vestido de blanco que probablemente sea su psiquiatra. Al final de todo ellos me acompañan a mí y no al revés como debería ser.

―Hola, chicos. ¿Cómo están?―dice.

Marco no dice nada, solo se sienta en una parte de la sala recreativa. Austin mira hacia todos lados como buscando algo y Emma es la única valiente en responder.

―Bien, tenemos cuidadora nueva. Se llama Cinthia―termina y se aleja a comenzar con su actividad.

Me quedo sola con el doctor que enseguida me estrecha su mano y nos sentamos en un sofá.

―Cinthia, soy Abel, el psiquiatra de los muchachos.

― Un placer. Estoy un poco perdida pero es cuestión de tiempo para adaptarme.

Abel es un joven psiquiatra que jamás he visto en la Posada. Su cabello es de un rubio ceniza, su apariencia es cuidada. Tendrá sus treinta años encima.

―Tranquila, te explicaré lo que hacemos aquí. Resumidamente los dejamos hacer lo que quieran. Algunos tejen, otros hacen manualidades y hay unos cuantos que dibujan, como Emma.

―Es un gran patio de juegos―dice Marco irónicamente a lo lejos escuchando nuestra conversación. Abel ríe.

De lejos veo a Emma dibujar mientras mira a Marco frente a ella. Lo está retratando, o al menos eso parece. Austin, por su parte, escribe letras de canciones a un costado. Y Marco tiene puestos auriculares sin poder moverse porque Emma lo regaña.

―¿Qué actividad realiza Marco?

―Ninguna, solo viene a ponerse sus auriculares y estar sentando viendo por la ventana.

―¿Y puede no hacer nada?

―Claro. No lo vamos a obligar a hacer crochet, ¿verdad?

Río en mi interior imaginando a Marco haciendo crochet. Me pregunto tantas cosas sobre ese lunático que pierdo la cabeza. Y finalmente hago la gran pregunta.

―¿Por qué usa esa ropa?

―Marco es... Marco, simplemente. Me propuso usar su ropa como parte de la terapia. Me convenció al decir que vistiendo así se sentía como en casa. Se siente más él mismo. Se lo comuniqué a los dueños y no tuvieron problema.

―¿Los demás no quisieron copiarlo?

―Para nada. Creen que Marco está más loco que ellos.

Al terminar la hora recreativa, Emma nos muestra el dibujo que ha hecho. Se trata del ojo de Marco. Y es ahí cuando lo veo más de cerca. Se ve reflejado, incluso en una ilustración, algo que no puedo descifrar, un secreto que lleva dentro de su alma que quiere salir. Es una mirada tan pura que dan ganas de llorar, una mirada tan triste que me hace odiar al mundo por dañarlo.

―Cinthia, Marco tiene cita conmigo. ¿Puedes llevarlo hasta mi consultorio?

Asiento ante su petición.

Acompaño a los demás a sus cuartos mientras Marco me espera en la escalera listo para bajar al siguiente nivel.

―Que generosos son aquí. Provocas un motín y te ascienden a cuidadora. Me sorprendes cada día más, Cindy.

Cierro los ojos y cuento hasta diez para no darle un golpe en la cara. Bastantes comentarios recibo de parte de Lucía para recibir uno más. Intento no decir nada, intento que no se me note lo cansada que estaba.

Marco sonríe bajando las escaleras como un niño al que debes decirle "no corras."

―Parece que vas directo a confesarte.

―No es necesario porque de nada me arrepiento.

Me gusta su respuesta. Que agradable debe ser no arrepentirse de nada.

Marco ingresa al consultorio y me quedo junto a la puerta descansando de ir de acá hacia allá. Comienzo a escuchar, me da cierta curiosidad que diría ese chico en sesión. Solo oigo susurros gasta que el viento hace abrir apenas la puerta.

―Sé que pasó tiempo pero aún siento ese maldito vacío.

No conozco la historia de Marco pero sé que algo terrible le sucedió, algo dentro de mí me lo dice. O tal vez en su mirada. Me quedo pensando en eso que ha dicho pero aparece de golpe detrás de la puerta.

―¿Estabas espiando?

Niego con la cabeza. La voz no me sale del espanto.

―Cinthia, ven―llama Abel―Asegúrate de que este muchacho tome sus nuevas pastillas.

Asiento y comenzamos a subir nuevamente las escaleras hasta llegar al cuarto. Coloca el frasco de píldoras junto a otro, con etiquetas al frente. Cuando levanta la cabeza hacia mí me mira como si se hubiese olvidado de mi presencia. Aún así, le da la menor importancia. Se quita su saco y lo cuelga.

―¿Por qué no puedes usar ambo como los demás?

―No quiero parecerme a los otros, porque para nada lo soy. Ni siquiera debería estar aquí.

―Yo tampoco―digo en un susurro.

―Que bueno, tenemos algo en común.

La hora del parque llegó más rápido de lo que esperaba. Pasé por las habitaciones de los chicos y junto a Abel salimos.

Austin enseguida se aleja de todos para practicar sus notas musicales con una flauta. Emma baila con otros pacientes y algunos acompañantes de unen a ellos. Nosotros nos acomodamos en una banca y Marco fuma apoyado en una columna.

A lo lejos notamos como Emma lo toma del brazo para que baile con ella. Abel ríe esperando que Marco acepte y lo alienta a gritos como si estuviera viendo un partido de fútbol. El chico niega hasta que Emma con su insistencia lo consigue.

―Oh, quiero ver esto―dice alegre el psiquiatra a mi lado.

―¿Alguna vez bailó?

―Emma ha intentado hacerlo bailar per es la primera vez que se anima.

Ambos reímos mientras vemos a los chicos bailar. Todos creímos que Marco tendría complicaciones para danzar junto a Emma pero no es así, de hecho baila muy bien y me sorprende cuando se acerca a mí y pide mi mano para salir a la pista.

Hilos de sangre © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora