Capítulo veintiocho

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Marisa.

No estoy preparada para lo que se aproxima. Aunque me encuentro dispuesta a conocer la verdad de este sitio, no me siento lista para ver con mis propios ojos lo que Marco ha contado que encontraré en ese lugar. Sin embargo, es la única forma que tengo para afrontar la realidad. Aunque duela, no puedo creer en la palabra del chico que me vuelve loca. Necesito comprobarlo por mi cuenta, de otro modo, jamás abriré mis ojos.

La hora del parque llega más pronto de lo que deseo. Los chicos charlan en el centro del jardín mientras Abel me invita a sentarme en el mismo banco de todos los días.

―Me ha contado que está aquí injustamente―suelta y me obligo a verlo―Supongo te lo ha confesado a ti antes que a mí.

―Me lo ha contado todo.

―Ese chico tiene tantos secretos y los secretos pueden convertirse fácilmente en traumas.―suspira―Están violando sus derechos, Cinthia, es por eso que decidí firmar su alta. Aunque no lo dejen salir de aquí, si logra escapar, con ese papel no podrán molestarlo.

―¿Habló del escape?

―Te está esperando a ti―responde sonriendo―Este es mi trabajo pero para mí, el infierno es esto. Aquí, detrás de cada pared y el dolor de Marco podrá desaparecer un tiempo con medicamentos pero no se eliminarán hasta que él lo decida. Hasta que haga algo, como bien dice.

Nuestras miradas vuelven al grupo. Marco ha invitado a Austin, Emma y otros chicos a jugar un partido de futbol. Al parecer ninguno de todos los participantes sabe cómo hacerlo pero igualmente se divierten.

Cuando la pelota se acerca a Marco patea tan fuerte que el balón vuela hasta detrás de los pinos donde me indicó que fuera. Al verlo, me echa una mirada. Es la mirada. Es el momento.

―¡Yo la traigo!―me ofrezco.

La ha lanzado tan lejos que tardaré en buscarla y eso es bueno, me dará tiempo de investigar bien el lugar. Paso los grandes pinos siempre mirando al suelo buscando esa maldita tapa de la que me habló, pero escuchar su voz a lo lejos me desconcierta.

―¡Conseguí otra!

Eso los mantendrá despistados. Pienso. Cuando casi tropiezo con una manija en el suelo cubierta de hierbajos. Quito todas esas hojas con la mano y la veo. Es la tapa. Medito unos segundos si realmente tengo la fuerza mental para hacer esto y la abro de un tirón dejándome ver la escalera que baja por el pozo.

Mi corazón parece estar a nada de salirse por mi boca o reventar en el pecho. Temo encontrar algo tan perturbador que luego deba vivir con el trauma, pero trato de observar lo más rápido posible, no sé cuánto tiempo tenga para hacer eso.

¿Es aquí donde supuestamente encontraré a Marisa?

Bajo la escalera mientras mi cuerpo tiembla como gelatina y rezo porque nadie esté allí dentro. Al llegar al final de la escalera, las luces del pasillo se encienden automáticamente para mí. El corredor es largo pero aún así puedo visualizar una puerta al final de este. El lugar huele horrible a medida que voy adentrándome pero no dudo en correr hasta ahí aprovechando que no se siente la presencia de nadie. Cuando llego, lo que veo en el suelo me deja helada.
Por debajo de esa puerta negra corren hilos de sangre como si la habitación estuviera inundada de este líquido rojo. Mi estómago se revuelve en un segundo y quiero correr por donde entré, pero no puedo acobardarme. Ya estoy aquí y debo saber la verdad. Debo encontrar a Marisa.

Mis manos sudan pero aún así abro la puerta y el frío de la muerte recorre cada parte de mi cuerpo, me congela las extremidades y mi corazón se detiene en ese mismo momento.

Hilos de sangre © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora