Capítulo veintiséis

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Enamorarse siempre estuvo bien.

Me pregunto que hace Marco ahí parado como si estuviera a nada de tirarse. Se suponía que estaría con Abel. Al ver cómo su pecho sube y baja recuerdo haber escuchado al psiquiatra decir que anteriormente tenía pensamientos suicidas. ¿Habrán vuelto? ¿Tan pronto? ¿Incluso luego de nadar conmigo en la lago? Pienso que hubiera sido mejor dejarlo ir anoche. Desde donde estoy puedo escucharlo sollozar.

—¿Qué hace Marco?—pregunta Austin haciendo que Emma también voltee a verlo.

—Mierda—dice la chica.

—Esperen aquí —digo y salgo corriendo.

Subo las escaleras para llegar hasta donde está, pero una vez ahí encuentro a Abel sentado en una silla viendo a su paciente al borde de la muerte.

—¡Marco!—grito.

Voltea a verme como si estuviera esperando por mí todo este tiempo.

—Cinthia, quédate ahí—me ordena Abel.

—¿Qué mierda hacen? Se va a caer.

—Eso es lo que quiere.

—¿Qué?

—No debería contarte lo que hablo con mis pacientes pero acaba de decir que ya no quiere vivir. Estamos viendo si es cierto o no.

Frunzo el seño, confundida.

—Marco, habla conmigo—digo acercándome a él.

Finalmente baja de las alturas y corre a abrazarme como un niño pequeño que ha estado buscando a su madre por mucho tiempo. Llora en mi hombro desconsoladamente. Su pecho se agita y noto como se ahoga al llorar. Jamás lo había imaginado de esta forma. Así de frágil.

—Esto no es nada profesional—reprendo a Abel y nos deja solos.

No entiendo que sucedió si hace unos minutos atrás todo estaba tan bien.

—¿Qué fue lo que pasó?—pregunto y se separa de mí dejando a la vista sus ojos rojos e hinchados.

—Ha pasado tanto tiempo y aún siento ese vacío—dice entre lágrimas y se golpea el pecho, justo delante del corazón—Y me duele cada vez que pienso en ella, en ese horrible hombre. ¡La asesinó frente a mis ojos! ¿¡Cómo puedo sacar esa imágen de mi cabeza!?

Unas lágrimas caen de mis ojos cuando lo noto así de vulnerable y lo abrazo con más fuerza.  No puedo siquiera pensar qué hubiera pasado si estuviese en su lugar. No podría ser fuerte. Él, a pesar de romperse de a ratos, era fuerte la mayor parte del tiempo.

—Tienes los ojos tan llenos de dolor que me hacen odiar a todo el mundo que te dañó.

—Tú tan linda y yo tan roto—dice calmandose—Siento eres la única capaz de hacerme sentir bien.

Nos separamos y acomodamos en el piso en posición india. Se lo ve tan niño, tan inocente. Siento que no estoy con el Marco de veintidós años, sino con el Marquito pequeño al que le arrebataron su mamá.

—No sé si algún día pueda superar su muerte, tal vez sí, pero esa imágen de mi cabeza no saldrá jamás. De eso estoy seguro. Y... Siento que debo hacer algo. No puedo seguir encerrado, perdiendo tiempo mientras el infeliz que asesinó a mi madre está viviendo su vida como si nada.

—¿Y qué puedes hacer? ¿Hablaste con la policía?

—Están con él. Con su dinero compra y hace lo que quiere—mira al cielo—Debo hacer algo yo.

—¿Y qué piensas hacer?

—Matarlo por matar a mi madre. Es lo justo—suspira volando mis pelos—¿Recuerdas el día que llegaste?

—Te arrastraban a la sala de visitas—digo recordando.

—Sí, era él quién venía a verme. El desgraciado fue a visitarme y no quería verlo porque si lo veía, iba a matarlo ahí mismo—juega con la lengua en su boca, está furioso—El maldito fue a burlarse de mí y me obligaron a mirarlo a los ojos.

—No debieron obligarte a verlo si no querías.

—Ese hombre hace y desase lo que se le de la gana, pero te juro, a ti, que no quedará vivo ese demonio.

Veo a Marco mirar detrás de mí y secarse rápidamente las lágrimas. Es Austin que ha venido a verlo.

—Marco, ¿estás bien? No quiero que mueras.

—Yo tampoco, amigo—le responde sonriendo.

***

Luego de aquel susto los días pasan tranquilos. Vamos al lago, reímos, hacemos actividades individuales y en grupo y algunas sesiones. Hasta que llega la noche anterior al día de volver a la Posada. Ninguno de nosotros quiere irse, estando aquí aprendimos muchas cosas los uno de los otros. Estos días han cambiado las cosas entre todos.

Ya es de noche pero todos parecen estar en sus cuartos hasta que Abel aparece en mi cuarto.

—Cinthia, ¿Puedes acompañarme afuera? Debemos hablar.

—Sí, claro—digo extrañada.

Bajamos las escaleras pensando qué tendrá para decirme el psiquiatra a estas horas. Supongo que algo relacionado al viaje pero al llegar al frente de la casa, encuentro a Marco en una mesa con velas junto al lago. Está de espaldas a nosotros viendo el paisaje de noche sin percatarse de nuestras presencias.

Volteo a ver a mi compañero que me mira curioso.

—Lo sabe Emma, Austin, lo sabe él, lo sabes tú y lo sé yo. Acéptalo y vívelo.

Me sonrojo al escuchar eso pero al mismo tiempo me alegro. Saber que todos aceptaban mis sentimientos y no juzgaban esto, me permitía vivirlo de una vez.

—Trato, pero no está bien.

—Enamorarse siempre estuvo bien—termina y me deja sola.















Hilos de sangre © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora