Capítulo treinta y uno

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Los faroles del auto parado frente a nosotros me deja con una ceguera momentánea, nada puedo visualizar más que una nube blanca que se coloca justo donde apunto la mirada, solo sé que Marco tiene mi mano agarrada y quizás él si puede ver.

—¡Vamos!—se escucha la voz proveniente del coche, Marco me toma con más fuerza y corremos hasta él.

—Es mi primo—informa Marco agitado antes de que yo hiciera la pregunta. El otro arranca a toda velocidad alejándonos de ese maldito infierno.

—¡No puedo creer que estés afuera!—brama eufórico el chico levantando polvo de la calle con sus cuatro ruedas.

—¡Gracias por estar aquí!

—Te he esperado aquí cada noche desde que nos vimos, sabía que en algún momento lo lograrías.

Todos estamos eufóricos, el plan salió perfecto aunque en el medio aparecieron obstáculos, estábamos fuera, éramos libres, Marco era realmente libre. Agarra mi cabeza y me plata un beso, no deja de abrazarme. Por supuesto que salir de aquel manicomio es lo único que teníamos en mente pero mis padres también rondaban por ella.

—¿Qué pasa, Cindy?—pregunta al notarme callada con la mirada en el suelo—Tienes que contarme que pasó ahí dentro.

Solo recordar las palabras en la carta de Dominick hacía doler mi pecho, algo me quemaba por dentro y no sabía si era irá o una profunda tristeza.

Marco esperaba una respuesta de mi parte pero ¿era correcto arruinar el momento contando lo que pasó?

—Cindy...

—Creo que asesinó a mis padres—digo por fin agarrando mi cabeza.

—¿Qué? ¿Quién?

—Dominick.

—No entiendo nada, Cinthia. ¿Quién carajos es Dominick?

—El director de la Posada, al parecer mis padres le debían dinero a ese tipo, y es por eso que estoy aquí, le pertenezco ahora, es lo que arregló con mis padres.

Cada palabra que salía de mi boca dolía como una punzada en el corazón.

Marco niega con la cabeza una y otra vez, se renueve incómodo en el asiento y comienza a golpear el asiento delantero. Sé que esta historia es tan similar a la suya que la habrá sentido como propia. Saber que ambos podemos estar pasando por lo mismo me provoca escalofríos. ¿Qué clase de maldición es esta?

—¿Estás segura?—dice después de un rato.

Me encojo de hombros. No sé si lo que dijo ese hombre es verdad pero como le dije a Marco;

—Todo encaja.

—¿Y por qué nunca ví a ese tipo?

Esa es una pregunta que todo el personal e incluso los pacientes del lugar se hacían a diario. Pocos tuvieron el privilegio de conocerlo, aunque de privilegio no tenía nada. Ese hombre arruinó mi vida en todos los sentidos.

Al instante recordé la foto que ese bastardo tenía con la madre de Marco. Si ella lo conocía, era probable que él también. La saco de la oscuridad de mi bolsillo. Está doblada y humeda.

—Encontré esto en su oficina. Es él con... tu madre.

Marco toma la foto en sus manos tan cuidadosamente como si de un bebé se tratara. Sé que quiere verle bien la cara a ese criminal y lo hace a duras penas con las luces de la calle.

El rostro de Marco, a pesar de que se lo veía sacado de quicio, ahora se le notaban todas las venas del cuerpo, su respiración era agitada cada vez más hasta el punto que comienza a llorar de una forma inconsolable y su puño se cierra en un instante.

—¿Estás segura que este tipo es el director de la Posada?

—Sí, ¿lo conoces?

Marco suelta la foto y se desespera. Toma su cabello con las manos y lanza un sonido de ahogo, de desesperación. Golpea todo el interior del auto con fuerza que nunca imaginé poseía.

—¿Qué pasa?—pregunto asustada.

—Amigo, ¿qué sucede?—se mete Lucas luego de un buen rato en silencio. Marco le lanza la foto.

—¡Es Alessandro! ¡Es el desgraciado que asesinó a mi madre! ¡Dominick y Alessandro son la misma puta persona!—se ahoga y no puedo evitar temblar—¡Y todo este tiempo estuve bajo el mismo techo que ese maldito! Él mismo me encerró en su manicomio—ríe con lágrimas en el rostro—me vió la cara de imbécil todos estos años.

—Mierda, Marco—dice Lucas golpeando el volante.

—¡Y encima tiene el descaro de tener una foto con mi madre!—grita con la garganta ya desgarrada y abre la puerta del coche listo para tirarse pero Lucas es rápido y se detiene.

Marco baja corriendo y llora en medio de la carretera dando gritos desgarradores para luego hacerse una bolita en el suelo. Lucas trata de consolarlo y yo, yo me siento terrible por mostrarle esa imagen. Aunque si no la veía jamás sabría de la existencia de Dominick, nunca hubiera sabido la terrible verdad, pero verlo roto en medio de la calle, sufriendo como lo hacía, me partía en dos.

—¡Voy a ir a buscarlo!—se decide Marco pero por suerte Lucas lo agarra. Volver a la Posada sería una completa locura. Más para él.

—¡No puedes volver, Marco! Ya encontraremos la forma de hacerlo pagar por todo, te lo juro, pero para eso te necesito libre, y ella también—dije Lucas y ambos me miran. Me siento apenada aunque no voy a negar que si lo necesito, no podría afrontar esto sola.

Estoy paralizada con los pies sobre el asiento sin dejar de abrazar mis piernas. Me siento pequeña e indefensa y no dejo de mirar por la ventana a Marco mientras habla con su primo. Charlan un buen rato hasta que por fin Lucas parece haberlo tranquilizado.

[...]

Llegamos a una casa lejana algo abandonada con el tejado roto pero era el lugar perfecto para quedarse, necesitábamos descansar. Irónicamente, Lucas nos había conducido hasta un pequeño pueblo alejado de todo lo demás llamado San Lucas.

—Pueden ducharse y tomar mi ropa de ese closet—dice Lucas y asiento sonriéndole. Es un chico muy amable, me alegra que esté con nosotros.

Luego del baño estamos todos más tranquilos.

—Esperemos que se calmen las aguas para movernos de aquí—dice Lucas.

—Necesito ver a mis padres, necesito saber si están vivos.

—No puedes ir, sabe que irás a comprobar si viven o no y te agarrará de nuevo.

—Es mi familia, Marco.

—Iré yo—se ofrece Lucas para mí asombro—Solo dime dónde es.

—¿Estás seguro?

—Sí, tranquila, estuve cerca de la Posada todo este tiempo y jamás me vieron.

Luego de explicarle dónde vivían mis padres Lucas salió, y a pesar de ser tarde y estar un poco lejos, no le importó. Y cuando se fue el silencio se apoderó de la pequeña casa. Marco se sentó en un sofá sin dejar de mirar por la ventana a la tienda de enfrente.

—Lo siento.

—¿Qué?

—Me siento pésima por mostrarte esa foto.

Él se acerca a mí lentamente.

—Si no me la mostrabas jamás me hubiera enterado—dice tomando mi mano.

—¿Cómo es que un hombre controla a todos?

—No lo hará por mucho más, pero tú tranquila, estaremos bien.

Marco se acuesta a mi lado abrazándome por la espalda. Todo se siente tan bien cerca de él, me siento protegida y amada. Sé que está sufriendo y no poder hacer nada me altera por completo.

Al cabo de unos minutos siento quedarme media dormida pero el ruido que provenía de afuera nos puso en alerta nuevamente. Eran sonidos muy lentos, casi inaudibles. Parecían ser pasos, alguien se acercaba a la puerta.

Marco me ordena ocultarme y de un cajón saca un arma. Está listo.

Hilos de sangre © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora