Capítulo tres

1.4K 129 45
                                    

Psicópata.

Los ruidos que proviene del primer piso son cada vez más espantosos. Nadie sabe que sucede.

Nuestras miradas se cruzan por unos micro segundos y luego todo el personal de seguridad se levanta tirando sus platos al piso sin quererlo. Solo ese guardia agitado es conocedor de lo que pasa arriba pero no tiene aire para notificarlo.

Marisa, Lucía, Julieta y yo corremos detrás de ellos. Subimos las escaleras como podemos con el sandwich subiendo y bajando de nuestros estómagos.

Los gritos se intensifican al igual que los llantos. Cuando llegamos a la sala del pabellón nos encontramos con un escenario desastroso. Un paciente está tendido sobre la mesa de comidas siendo rodeado por otros cuatros que no dejan de pegarle, lo escupen y humillan. Parece estar muerto pero no lo sabemos aún. Los guardias se abalanzan sobre ellos apartándolos contra el frío y áspero suelo del lugar.

Volteo a ver a Julieta, parece estar aterrada. Lucía solo observa la situación desde un rincón esperando que la seguridad haga algo con esa gente que se volvió loca. Más loca. Marisa, en cambio, no deja de mirarme. Tengo el presentimiento que todo esto tiene que ver conmigo. Cruzo los dedos porque no sea así. No podría permitirme un desliz el primer día.

El guardia que se había encargado de darme la bienvenida se acerca a nosotras enseñándonos un palo de escoba cortado al medio repleto de sangre haciendo que cada una de las chicas pongan sus ojos sobre mí. No podía creer que mi torpeza causó ese desastre. No quería afrontar las consecuencias pero debía. Si ese hombre moría me iría de aquí y ni siquiera llevaba un día. Decepcionaría a mis padres. Yo misma estaba decepcionada.

Dos enfermeros tomaron al hombre llevándolo a enfermería para curar sus heridas aunque también otro de ellos estaba lastimado. Interiormente rezaba que siguiera con vida porque de lo contrario todo terminaría para mí. Conseguir un trabajo en Wellington no era nada fácil. Debías tener títulos extraordinarios que sorprendieran a los empleadores y no poseía eso. A decir verdad, ninguno de nosotros aquí había ido a la universidad.

De lejos pude ver al lunático de traje de mi pabellón. Aún seguía con su saco y una camisa blanca por debajo. Sus zapatos blancos bien lustrados y como era obvio, su caballo bien peinado. Estaba apoyado contra un muro lejos del escenario observando cada movimiento que se daba. Vi cuando me vió y sonrió, como si supiera que había sido mi culpa, como si estaría feliz de que todo esto hubiera pasado, como si lo disfrutara.

Uno de los guardias sostuvo al principal alborotador frente a todos.

—¿¡Cómo llegaste aquí!?

El hombre reía cual maniático. Su ropa, a diferencia de los demás pacientes que era blanco, esta era negra. Y eso solo significaba una cosa; peligro. Hombre peligroso.

-—Necesitaba diversión—responde mostrando sus dientes manchados de sarro, amarillos. Demostrando más su locura.

Mis ojos se arrastraron hasta el demente que no parecía ser paciente del lugar. Se escabullia entre las sombras para no ser visto por la seguridad y sin pensarlo dos veces corrí tras él. Algo tendría que ver con todo este desastre ya que los pacientes no podían pasar de un pabellón a otro a su antojo. Algo sucedió, y estaba segura de que él tenía algo que ver porque de otro modo, no estaría ahí disfrutando del espectáculo.

Corrí por el pasillo que creí haberlo visto, subí las escaleras pero sus piernas largas le permitían correr más rápido que a mí hasta que lo alcancé trotando hasta su habitación.

—¿¡Qué hiciste!?—grito y volteó.

—¿Tú que hiciste?—retruca.

—Si tienes algo que ver lo voy a descubrir. ¿Sabes que pueden despedirme, verdad?

Hilos de sangre © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora