Capítulo ocho

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Su nombre en mi mano.

La noche había sido larga. Aprenderse el nuevo cronograma parecía ser tarea fácil pero el cansancio que cargaba encima como una mochila me complicó prestar la debida atención. Repetí durante casi toda la madrugada cada paso que debía cumplir para hacer bien mi nuevo trabajo, que por muy extraño que parezca, había llegado tan rápido, pero no podía quejarme, pagaban mejor.

La mañana llegó tan rápido que creí ni hacer dormido en absoluto. Tenía los párpados cansados pero debía alistarme lo más rápido posible y asistir a mi turno. De un salto me despego de la cama para buscar mi nuevo uniforme en el armario. Marisa suelta una risa a mis espaldas al verme vestida de esa forma.

―¿Por qué te pones eso, Cinthia?―pregunta Julieta sentándose en su cama.

―Me pasaron a enfermería. En realidad solo debo acompañar a los pacientes.

No sé lo que es el odio porque nunca lo he sentido pero creo que debe de asemejarse a lo que Lucía sentía en ese momento porque su rostro se había transformado. Sus ojos reflejaban ira, celos, sentimientos oscuros. Y no tarda en lanzar su veneno.

―¿Cómo es posible que le hayan dado un ascenso si desde que entró hizo desastre? Por su culpa casi matan a un hombre y la ascienden―carcajea vistiéndose―Me gustaría hablar con quien esté a cargo. Llevamos mucho tiempo mas que ella aquí y nadie nos ha llamado para darnos un aumento.

Las demás callan y no responden a la queja de su compañera. No sé si pensarán igual que ella o no pero en cierto punto me hace creer que no merezco este nuevo puesto de trabajo. En algún sentido Lucía tiene razón y comprendo su enojo. Llevo poco tiempo en comparación con ellas y es real también que en mi primer día he cometido errores. Pero por alguna razón me han beneficiado y debo aprovecharlo.

―Te felicito―se acerca Julieta y me abraza.

Salimos juntas a desayunar antes que llegara la hora de despertar a los pacientes y no puedo evitar mencionar a Lucía en nuestra conversación.

―Creo que ella tiene razón.

―No le hagas caso. Siempre deseó un ascenso pero por algún motivo u otro nunca se lo dan. Solo está celosa. Y no te sientas mal por esa víbora, tal vez los dueños vieron algo en ti y consideraron que eras mas merecedora del trabajo que cualquier otra.

Sus palabras me hacen sentir mejor. Julieta ha sabido tranquilizarme desde el inicio pero imaginarme en este nuevo puesto me generaba expectativas que no sabía si podría cumplir.

―¿Sabes cuál es el grupo veinticinco?

―No, deberías verlo en la cartelera de la sala de enfermería.

Los nervios me comen por dentro, es como el primer día que entré a este lugar y solo tenía preguntas. Me siento de la misma forma y espero no cometer ningún otro error. Si vieron algo bueno en mí, quiero ser realmente digna.

Al llegar a la sala veo a varios enfermeros salir de allí con tazas de cafés en sus manos, cuchicheando entre ellos. Entro como si fuera una ladrona que no debería estar ahí pero trato de recordarme a mí misma que a partir de ahora ese sitio será uno de los que más visite. Ya no veré a Marisa o Julieta por los pasillos, o tal vez sí pero no creo tener tiempo ni siquiera de tener una breve conversación.

La habitación es pequeña, la luz del sol que ingresa por la ventana la cubre por completa dejándola totalmente iluminada, es agradable estar allí. Huele a café y papeles. Hay una péquela nevera, caja de primeros auxilios y una mesa con dos sillas. Dejo de curiosear y busco la cartelera en la pared.

Apoyo mi dedo en los números de los grupos y busco el mío. Veinte, veintidós, veinticinco. Deslizo a la derecha para ver los nombres de los pacientes que lo conforman.

Emma Varela.

Marco Ruffo.

Austin Velarde.

No confío en la capacidad de mi cerebro para recordar esos nombres así que busco una birome y los escribo en la palma de mi mano. Truco que nunca falla.

El reloj colgado cerca de mi cabeza marca las 7 AM y noto como varios enfermeros golpean las puertas de sus respectivos pacientes para levantarlos y, según el cronograma, acompañarlos a ducharse. Algunos comienzan a salir somnolientos y restregando sus ojos super preparados como si estuvieran esperando que golpeen sus puertas para comenzar un nuevo día. Ansiosos por despertar.

Miro disimuladamente mi mano tratando de recordar los nombres. El verdadero problema era encontrar sus habitaciones. Sin embargo, algunos empiezan a salir de sus cuartos sin ayuda de sus cuidadores, pienso que quizás alguno de ellos sea de los míos y me faciliten el trabajo.

―Emma...―digo esperando que la chica escuche su nombre y una joven levanta su mano entre todos los demás.

Bien. Uno.

―Austin y Marco siempre salen después de mí. Vamos a esperarlos a su sector.―dijo y nos dirigimos al modulo de hombres.

Me alegraba que esta chica me ayudara. Seguro sabía que era mi primera vez. Agradecía que fuera amable. Esperamos pocos minutos hasta que Emma habla.

―Ahí está Austin.

De uno de los cuartos sale un chico bastante joven, probablemente de diecisiete años. Su rostro era como el de un niño, pelo enrulado y negro como un pequeño arbusto. Pecas repartidas por todas partes dándole un aspecto tierno.

―Marco siempre tarda en salir. Tenemos que esperar termine de pasarle la lengua a sus zapatos―hace una pausa―Aunque nunca entendí porqué permiten que se vista así.

¿Zapatos? Frunzo el ceño.

No.

Mi mente se queda en blanco y mis ojos no quieren rotar hasta la habitación de ese lunático. ¿Será posible?

¿Sería real la mala suerte? ¿La coincidencia?

Muerdo la piel interior de mi boca y acaricio mi sien cuando lo veo salir con un sweater amarillo y un pantalón de vestir blanco. ¿Por qué esos colores cuando todo es tan gris? Comienzo a creer que su único objetivo aquí es llamar la atención, ser siempre el protagonista. Parece un patito. No. Parece un maldito chiste. Tanto así que me sale una carcajada de dentro, como si mi alma estuviera riendo ante la situación.

Lo veo sonreír burlón. Sabe muy bien que soy su nueva cuidadora. Sabe perfectamente que no me esperaba que él fuera el maldito Marco Ruffo. No noto asombro en su rostro, solo diversión y ganas de sembrar caos.

Su estúpida sonrisa es como un revolver apuntándome directo al pecho.

―¿Nos llevarás a desayunar o vamos a seguir mirándonos?

Su molesta pregunta hizo que caiga en la realidad. Debía llevarlos a los baños asi que eso hago, no pierdo más tiempo. Debo estar a la altura de los demás acompañantes. Emma y Austin ingresan y los espero fuera.

―Si necesitan algo llámenme, soy Cinthia.―digo y espero cruzada de brazos.

―No lo puedo creer―me sobresalta Marco con su característico acento francés.

No sabía que aún se encontraba detrás de mi. Al voltear me sorprendo cuando toma mi mano y lee los tres nombres en ella. Este chico me haría la vida imposible, se burlaría de mí durante todos los días de mi vida, eso podría jurarlo. Se la quito de inmediato.

―No puedo creer que tengas mi nombre en tu mano. 

Hilos de sangre © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora