Capítulo once

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Por mí.

El silencio de Marco me preocupa. Me inquieta no saber que hace ahí dentro encerrado, ni siquiera sabemos como logró encerrarse. Todos esperamos detrás de la puerta esperando una respuesta de su parte.

―Marco, solo di algo―insiste Abel.

Luego de unos segundos se escuchó su increíble acento francés.

―Estoy bien.

Respiramos aliviados. Los guardias se retiran no sin antes indicarnos que los llamemos en caso de que Marco no quiera salir por mucho tiempo.

―Hay días en los que Marco no quiere salir del cuarto, decae―me explica su psiquiatra―Es como si esa persona burlona y desinteresada que finge ser se va y muestra quién es verdaderamente, y sus sentimientos mas sinceros salen a la luz. Es por estos episodios que me doy cuenta, él no está bien.

¿A dónde se fue ese chico burlón que no deja de molestarme? ¿A dónde fue el Marco que me sacó a bailar? ¿Dónde quedó el niño que pedía un beso antes de dormir? Me arrepiento de no habérselo dado, aunque lo decía en broma.

―¿Qué le pasa?

―No puedo contarte eso, Cinthia. Ya lo hará él en algún momento, si así lo desea. Solo puedo decirte que es uno de los pacientes con tratamiento más avanzado. Es uno de los pacientes más desgarrados que tuve la oportunidad de tratar.

Escuchar eso me parte en mil pedazos. Pensar en Marco como una persona desbordada de tristeza no es algo fácil de hacer. No cuando se la pasa molestando y jugando con los demás. Se me complica imaginarlo dentro de su cuarto llorando, ni siquiera creo que llore.

Trato de olvidarme el tema y llevo a los demás a desayunar.

―Cindy, te noto procupada―dice Emma sacándome de mis pensamientos―Es por Marco, ¿verdad?

―Me preocupa que no desayune.

―No te molestes en llevarle comida al cuarto porque cuando se encierra en su jaula no quiere comer.

―¿Pasa seguido?

―No pasa seguido, pero cuando lo hace no quiere salir en todo el día―dice Austin. Me sorprende incluso que se una a nuestra conversación.

―¿Saben que le pasó? Abel no quiso decirme.

―No sabemos, él nunca habla de eso. La única persona que sabe es el doctor.

La recreación pasa rápido. Emma dibuja como siempre mientras escucha la letra de Austin. Sin Marco no es lo mismo, es más aburrido, mas tedioso. Necesito salir corriendo de ahí. Me urge verlo.

―¿Puedes quedarte solo con los muchachos? Debo hacer algo―pregunto a Abel y asiente.

Corro hasta el comedor y sirvo comida para Marco. No puede quedarse sin comer, no conmigo como cuidadora.

―Marco, sé que no saldrás hoy pero por lo menos come algo. Te traje un postre porque ya no había comida. Ah y una manzana, sé que te gusta.

Quiero entrar dando patadas y verle la cara. Necesito tenerlo cerca. Y no se me ocurre otra cosa que meter el ojo por la ranura de la puerta. Apenas puedo verlo dando vueltas como un fantasma. Viste una remera gris, triste y descolorida. Un pantalón suelto y rasgado y su cabello sin peinar. No es él, no es el Marco que conocí. Apoyo mi espalda contra la pared esperando una respuesta pero se hace desear.

―Recuerda lo fuerte que eres y lo bien que te ves hoy aunque no lo creas―sonrío ante mis palabras porque no hay nada mas verdadero que eso―Dejaré aquí la comida por si quieres.

Dejo la bandeja en el piso y al volver al comedor en busca de algo más para comer choco con un paciente que no había visto nunca. Silba apenas me ve.

―Hola, Barbie.

―¿Necesitas algo? El horario de la comida ya pasó pero si quieres puedo buscar alguna cosa.

―¿Por qué no te pasas por mi cuarto más tarde?―dice riendo, mostrándome sus dientes amarillos.

Frunzo el ceño. Me pregunto dónde estarán los cuidadores de este joven y cuando volteo buscando a alguien veo a Marco corriendo hasta el chico, hasta que llega a él y empieza a golpearlo. ¿De dónde ha salido? Lo golpea en la cara una, dos, tres, cuatro veces y caen al suelo hasta que se acercan más pacientes y comienzan a gritar eufóricos. Todo se descontrola.

―Marco, déjalo―pido pero no se detiene. Se convirtió en un animal.

Los guardias llegan de prisa y los separan. Arrojan a Marco a un lado y al joven de otro.

―¡Le faltas el respeto de nuevo y te corto los dedos! ―grita Marco apuntándolo con el índice mientras personal de seguridad se lo lleva a rastras. Su mano está cubierta de sangre.

Corro hasta él pero no lo alcanzo. En cambio, choco con Abel que viene corriendo hasta mi.

―¡Salió!―brama sorprendido.

Ahora mi único temor es que no lo castiguen por defenderme.

―¡Salió por ti! Salió para defenderte.

―Lo castigarán.

―Lo dudo. Vamos a ver si lo llevaron a su cuarto.

Al llegar ahí está, con la puerta abierta y un guardia junto a él.

―Sal, por favor. ―ordena Abel y se va.

Me alegra ver la bandeja vacía y la manzana terminada a un costado.

―Gracias―me dice.

―¿Estás bien?―pregunta el doctor.

―En verdad estás loco.

Aníbal me reprende con la mirada.

―No iba a dejar que ese infeliz te humille así. Desde aquí escuché lo que decía.

―Gracias. Pero te podía pasar algo.

Se encoge de hombros. Realmente no le importa. Luego de charlar con él, lo dejamos descansar.

―Esto es un avance, Cinthia, salió del cuarto y lo hizo para defenderte. Definitivamente le haces bien. ¿Y sabes? Ya creo saber que cambió a Marco.―sonríe―Solo te pido que pases más tiempo con él.  

—¡Cinthia!—grita Marco desde su cuarto como si algo realmente malo estuviera pasando ahí dentro.

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Hilos de sangre © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora