Capítulo veintidós

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Llegó el momento.

La ilusión del viaje en grupo nos había embriagado la cabeza a todos, no podíamos negarlo. Estábamos juntos camino a nuestro destino, emocionados y frenéticos pero también era cierto que era la mejor oportunidad que Marco tenía para escapar. Y era real también que ya lo había intentando en una oportunidad.

Observo a Abel quien me mira desorientado. Me pregunto si en algún momento estuvo en su cabeza que su paciente podría irse corriendo en la carretera y encontrar cualquier vehículo que lo lleve a algún sitio. No sería descabellado pensar que se detendrían por él, después de todo no tenía una mala imagen. Yo misma lo subiría a mi auto sin conocerlo si lo viera al costado de la ruta pidiendo aventón. ¿Quién en su sano juicio no lo haría?

Nos levantamos de un golpe seco y salimos en su búsqueda. Si Marco realmente escapó conllevaría un problema para nosotros y yo no podía permitirme ningún desliz.

―Lo buscaré en el baño, busca por los alrededores.

Observo todas las mesas a nuestro alrededor, miro debajo de cada una de ellas, veo la barra, por detrás y me pregunto ¿qué hago buscando aquí dentro? Salgo corriendo a la calle, miro a ambos lados y no hay señal de Marco. Los autos pasan y me lo imagino yéndose en cualquiera de esos burlándose de mi. Estoy desconcertada, no quiero siquiera suponer que ya no está, que ahora se encuentra lejos de nosotros. Y no solo por el hecho de que me despedirán, sino porque, aunque sea difícil de admitir, no quiero que se vaya. Hay algo dentro de mí que lo necesita cerca. Estar en la Posada no será lo mismo si él no está. De alguna forma u otra, lo necesito.

Entro al restaurante nuevamente y Abel intenta recuperar el aire junto a los chicos.

―Se fue.

―Nos matarán, ¿lo sabes no?― se preocupa Abel y escucho su risa.

Que fácil se me hace reconocer su risa, su voz. Es un tipo de demencia reconocer a las personas por como son. Una demencia que se te queda grabada en la cabeza, porque siendo sincera, no podría reconocer a, por ejemplo, a Abel desde lejos. ¿Por qué a Marco si? No me lo quiero responder pero sé muy bien la respuesta.

Parece que nadie más lo ha escuchado a excepción de mi así que me acerco lentamente hasta donde escucho las voces. Él ríe pero no está solo, alguien más se hace oír. Está dentro de la cocina. ¿Cómo entró ahí? No lo sé, pero ahí está, hablando con una empleada. Ambos sonríen como si se conocieran desde hace tiempo y volvieron a encontrarse, como si estuvieran felices de estar juntos hasta que el maldito me ve y salgo de escena dejándolos en su burbuja. Siento sus pasos detrás y me agarra el brazo logrando que me detenga.

―¿Qué?

―¿Por qué te vas?

―No quiero ver como coqueteas.

―No...―ríe burlón―¿Estás celosa?

―¿Qué? No.

―¿No? Porque me encantaría que lo estés.

Me acorrala contra una pared para que no siga huyendo. Siento su aliento golpear mi rostro. Los labios de Marco están tan cerca de los míos que se me hace imposible no recordar sus besos, es estúpido luchar contra el recuerdo de aquella noche. Y estoy segura que él también la recuerda, pero por alguna razón, nada sucede.

―No estaba coqueteando, solo pagué el almuerzo y esa chica me reconoció. Dijo de alguna vez verme en la televisión con mi madre―dijo encongiendose de hombros. Luego plantó un beso ruidoso en mi frente como si yo fuera una niña pequeña.

Él siempre fue mas alto que yo, creo que ni siquiera con tacos alcanzaría su cabeza pero no podía quejarme, teníamos la altura perfecta para que él pueda besar mi frente y yo sentir los acelerados latidos de su corazón.

Marco corre hasta Abel y le pega una palmada en la nuca. Eso me hace reír. Hay tanta confianza entre nosotros que parecemos amigos de toda la vida, no parece que salimos de un psiquiátrico y estamos en un viaje de recreación.

―Marco ha pagado, podemos irnos.

―¿Pagó o le dejaron la comida gratis? ―dice Emma y me hace dudar.

―Jamás lo sabremos pero es mejor que nos vayamos―dice Abel.

Subimos al auto y continuamos el viaje hasta por fin llegar en menos de dos horas.

El lugar parecía haber salido de otro mundo. Había montañas con un poco de nieve en ellas, un gran lago junto a la casa donde nos quedaremos. Es un tipo de cabaña gigante que, según Abel, le pertenece a la Posada.

Intento bajar mi maleta del techo del auto pero no llego a ella, por suerte Marco se acerca y con su gran altura logra bajarla. Sonríe y la lleva dentro.

Al ingresar, los cuatro quedamos petrificados al ver toda la madera que hay en esa casa. Es enorme y repleta de muebles.

―Vamos a elegir las habitaciones―dice Emma a Austin y suben las escaleras.

―¡Solo hay cuatro habitaciones!―grita Abel mientras enciende las luces―¡Alguien tendrá que compartir!

Enseguida siento la mirada de Marco encima de mí. Una mirada pícara que es imposible evitar.

―No―le digo y ríe subiendo las escaleras.

―Compartiré la mía con Austin―anuncia Emma desde un tipo de balcón que da al living.

Al terminar de acomodar nuestras cosas en los cuartos, volvemos a la sala y nos sentamos alrededor de una mesa. Abel tiene algo que decir.

―Bien, estaremos aquí unos días, y como en la Posada, aquí también tendremos actividades. Sin embargo, están pensadas específicamente para cada uno de ustedes, según sus situaciones particulares.

―¿Podemos recorrer el lugar y luego empezar?―pide Austin.

―Déjalos descansar―animo.

Abel acepta y salimos. Hay viento afuera así que nos podemos nuestros mejores abrigos. Austin, Emma y Abel van delante hablando sin parar y comienzo a creer que todo es una táctica para dejarnos solos.

―¿Qué se siente estar de vacaciones con un par de lunáticos y un licenciado chiflado?―pregunta Marco acercándose a mí.

Me recordó a Ciro y río por ello.

―No son lunáticos. Solo necesitan un poco de ayuda, como todos.

―¿Por qué me dejaron hacer este viaje si hace unos días intenté escapar? ¿Qué les hace creer que no aprovecharé la oportunidad para salir corriendo?

Me volteo a verlo, seria. No puede complicarme la existencia de esta forma.

―Es solo una pregunta―se excusa―Aunque no negaré que lo que más deseo ahora mismo es irme corriendo.

―Bueno, no lo harás.

Llegamos con los demás que han juntado un par de troncos para formar un círculo y luego salen en búsqueda de ramas para hacer una fogata.

―Será un buen momento para contártelo todo.

Hilos de sangre © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora