Capítulo veinticinco

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Todo lo que pasó entre nosotros no tiene sentido después de todo lo que ha dicho. Sé bien que Marco no pertenece a lugares como La Posada pero huir conlleva demasiado riesgo incluso para él, en realidad para nosotros que estamos a su cargo.

Me pregunto si será capaz de huir, de dejarnos aquí cargando el peso de su exilio. Me pregunto en mitad de esa noche si debería salir corriendo a buscarlo, ir con él, contarle a Aníbal lo que estaba a punto de suceder o simplemente dejar que se vaya. Después de todo estaba encerrado allí injustamente.

Mi cuerpo me lleva a la ventana para comprobar si Marco se fue o no, pero no veo nada. Muerdo mis labios de los nervios. No quiero tener problemas, no más. Aunque si testifico que en el momento que Marco escapa me encontraba dormida, quizá pueda librarme del asunto.

Vuelvo a la cama y le doy vueltas al tema hasta quedarme dormida. Llegó un punto en el que pensar demasiado en aquel chico terminó por agotarme y caí rendida.

Al día siguiente despierto por los molestos rayos del sol que ingresaban por mi ventana recordándome la noche anterior y la conversación que había tenido con Marco. Me pregunto dónde estará ahora mismo, que tan lejos se habrá marchado, que sentirá al notarse libre.

Bajo corriendo las escaleras y lo que veo frente a mí me deja petrificada. Es Marco sentado junto a Aníbal tomando un café como si fueran mejores amigos. Ambos me sonríen, especialmente el desquiciado que me hizo creer algo que no hizo.

Me pregunto que lo habrá detenido. Tenía todas las oportunidades de ser libre.

—Preparé café—dijo llenando una taza para mí.

No hago nada. Mi cuerpo no responde ante la presencia de Marco y Aníbal parece sospechar que algo sucede.

—¿Qué sucede?—preguntó pero negué con la cabeza.

Marco, divertido, coloca la taza junto a él. Me siento dudando.

—Algo pasa—insiste mi compañero.

—Cinthia parece no haber tenido una buena noche—añade Marco.

—Si que la tuve.

Marco se divierte. Me muestra su perfecta sonrisa de costado y carcajea por dentro. Se siente bien, sabe a qué me refiero.

—No sé, pero me gusta—interrumpe el doctor.

—¿Qué?

—Esto—dice señalandonos, pícaro—Iré a levantar a los otros dos dormilones.

Una vez que Aníbal se encontraba lo suficientemente lejos;

—¿Qué pasó? ¿Por qué no te fuiste?

—¿Querías que me vaya?

—Sí, no sé—hago una pausa mirándolo a los ojos—No. Pero pensé que lo harías.

—Era el momento perfecto pero no pude. No después de lo que pasó. No podía dejarte aquí sabiendo que volverías a ese manicomio—toma mi mano—Me imaginaba libre y a ti ahí dentro, y no, no puedo dejarte. Me iba contigo o no iba a ninguna parte.

—¿De qué hablan?—interrumpe Aníbal y suelto a Marco. Emma y Austin bajan a toda velocidad.

—Le contaba a Cinthia algo que soñé anoche.—se excusa Marco. Y aunque la mentira fue perfecta, en cierto punto, lo que acababa de contarme si era un sueño para él.

―Bueno, Marco. Déjame hablar un minuto con ella―dice Abel y nos apartamos a un costado.

Nos sentamos en unos pequeños sillones marrones y mientras el psiquiatra de los chicos me cuenta de las rutinas del lugar, no puedo evitar sentir la mirada de Marco sobre mi. Me desconcentra. La voz de Abel se siente más bien como un susurro lejano hasta que veo su mano pasándose por mi cara.

―Perdón―digo.

―Decía que vamos a dividirnos a los muchachos. Estaré con Austin y Emma ahora, los llevaré a algún sitio bonito para la sesión. Tú lleva a Marco a hacer alguna actividad recreativa, lo que sea, si quiere mirar pájaros, que lo haga. Luego cambiamos. ¿Está bien?

Aunque escuché todo lo que Abel acababa de decir, no puedo quitarle la vista a Marco que está tirado sobre un sofá más largo con una camisa a cuadros que acaba de ponerse. ¿Cómo es que luce tan bien por la mañana?

―¿Te parece?―repite Abel.

―Sí, perfecto.

Esta mañana no es como la de ayer. Hoy el clima parece sonreírnos y el sol calienta nuestras cabezas.

―Vamos―le digo a Marco cuando Abel se lleva a los otros dos.

Me toma la mano por sorpresa, como si fuéramos una feliz pareja caminando por el parque.

―¡Marco!

No quiero que los demás nos vean. Trato de soltarme pero su fuerza es mayor a la mía.

―Cállate ya, loca. Deja de resistirte.

―Loco tú.

―¿No te duele algo de tanto resistirte? ¿La cabeza? ¿El corazón? ¿Nada?

Río ante sus palabras y me dejo llevar. Los demás están ya lejos para prestarnos atención, y después de todo, creo que Abel se los ha llevado juntos a propósito.

Aprieto su mano y corremos como dos desquiciados por ese sitio maravilloso que parece sacado de una película romántica. El cabello ondea por el viento y me siento realmente libre a su lado, él ríe junto a mí y deseo vivir en este momento para siempre.

―¿Qué quieres hacer?―pregunto llegando a unas rocas―¿Quieres que te deje solo o...

―¿Qué te hace pensar que quiero estar solo?―sonríe―Vamos a nadar al lago.

―¿Ahora?

―Sí, o dentro de un mes si quieres―dice haciendo rodar sus ojos―Claro que ahora. El día está perfecto.

Corre hasta el lago que está a pocos metros de nosotros. Se quita la camisa de un solo movimiento y luego desabrocha su pantalón quedando únicamente con un bóxer negro. Se lanza al agua sin meditarlo más, se sumerge en el fondo y finalmente sale a la superficie con las pestañas mojadas, hechas un montoncito.

―¡Ven!

―¡No sé nadar!

―No importa, te sostengo.

Toma mi mano guiándome a la parte menos profunda, donde hay pequeñas rocas para pisar y es ahí cuando me empuja y caigo en el agua. Grito como si estuviera muriendo pero me sostiene una vez ahí.

―¡Está helada!

―Déjate de llorisquear y sube a mi espalda.

Hago lo que me pide antes que me ponga a llorar del pánico y comienza a nadar tal cual es pescado. Me sostengo fuerte de su cuello y cintura mientras flota en círculos.

Salimos del agua con la ropa mojada y nos sentamos en unos troncos. De repente siento los brazos de Marco rodear mi cuerpo y eso, a pesar de estar húmedos, me da calor.

―¿Entonces?

―¿Entonces qué?―lo miro confundida.

―¿Puedo decir oficialmente que estás enamorada de mí?

Río negando con la cabeza.

―Es una completa locura.

―Te diría que es una locura pero a este punto ya ni sé que es normal.

―Soy tu cuidadora Marco, no lo veo correcto.

―Nunca hubo nada más morboso que lo prohibido.

No decimos nada más, todo está dicho. Incluso las cosas que no salen de nuestras bocas, son obvias y no hace falta sacarlas al exterior. Nos quedamos abrazados contemplando el lugar donde nos encontrábamos y pienso qué hubiera hecho si ese chico se iba de mi vida para siempre. Regresar a la Posada no sería lo mismo sin él.

Al cabo de unos minutos volvieron los demás e hicimos el intercambio. Abel llevó a Marco a la cabaña y yo me quedé con los muchachos en el jardín. Austin escribe una canción junto a Emma mientras doy mi opinión acerca del tema que están componiendo hasta que veo a Marco parado en el balcón de la cabaña con los ojos cerrados, a punto de caer y todos sabemos que esa caída lo mataría. 

Hilos de sangre © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora