Capítulo seis

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Nos encontramos en un tipo de sala de espera. ¿Pero a quién esperábamos y para qué? La sala poseía un enorme ventanal que daba hacia afuera, a un gran patio con verdes y árboles altos. Me sentí enjaulada en ese momento. Ver tanto gris en este sitio y luego ver esa naturaleza ahí fuera, inalcanzable, me sentí prisionera. Y no es que alguien me retenía, estaba ahí por cuenta propia pero comenzaba a pensar que terminaría pareciendo una paciente más.

—Cinthia, puedes pasar—dice el hombre que abrió sacándome de mis pensamientos.

—Estaré esperándote aquí—anuncia el guardia que me acompañó.

Confundida entré a esa oficina gigantesca. Libros y más libros. Un sillón largo, y al lado de este, un escritorio de madera con muchas pantallas. Desde aquí se veía toda la Posada, cada paso que daban los pacientes, los guardias, el personal en su totalidad, nadie quedaba expuesto. Y detrás de todas esas computadoras había un hombre bastante joven que me sonrió, como si me conociera de mucho antes. Vi felicidad en esa mirada.

—Siéntate—pide y eso hago.

Observo todo allí, chocándome con un pequeño cartel que adorna su escritorio que pone; Dominick Di Luca.

Se trata de un hombre rubio, pero no amarillo, sino ceniza. Cuenta con un par de arrugas en el rostro pero después de todo se nota joven. Cuento unos cuantos lunares grandes hasta llegar a esos penetrantes ojos azules.

¿De dónde salió este tipo?

—¿Sabes por qué estás aquí?—pregunta sin rodeos.

Me toma por sorpresa.

—Eso creo—me lamento.

—Bien, para aclaras tus dudas—comienza a explicar dando vuelta una pantalla para que pueda verla.

Es un vídeo donde me veo a mi misma olvidando cerrar el armario. Lo sabía.

—Esto jamás—recalca con enfasis—ocurrió en mi establecimiento, y si ocurre no lo dejo pasar. Y ocurrió.

La vergüenza me invade el alma y lo hago notar llevándome las manos a la cara. Hiervo por dentro de la pena. La única solución que le encuentro a esto es mi despido, o en este caso, irme por mis propios medios.

—De verdad lo lamento mucho, no se tome la molestia de despedirme, sola me iré. Gracias—termino de decir apresurada, con la voz rota hasta que el ríe.

—Espera, no te vayas—dice tecleando algo en su ordenador.—Ven.

Me acerco como ordena y veo otro vídeo. Solo que en este me encuentro corriendo al paciente que se pasea de traje por mi pabellón. Al terminar, Dominick me lanza una mirada esperando que algo salga de mi boca. Quiere explicaciones.

—¿Por qué fuiste tras él?—termina por preguntar.

—Creí que él dejó pasar a los pacientes hasta ese pabellón. ¿Qué hacía ahí sino fue él?

El hombre pone un último archivo donde podemos ver al paciente del pabellón E saliendo por una de las puertas, por sus propios medios, sin ayuda de nadie.

Aún me quedaba la duda de qué hacía el demente de traje allí, pero el vídeo sigue y me cierra la boca cuando lo veo salir de una puerta que pone "Psiquiatra".

Salía del psiquiatra y lo juzgue . ¿Entonces por qué me sonrió al verme? ¿Por qué se puso feliz de verme desesperada? ¿Lo hizo a propósito? Si era inocente, ¿Por que corrió? Estaba volviéndome loca. Ese maldito psicópata terminaría por sacarme de mis cabales.

Volví a mi silla pensando en mi destino. Ser despedida era algo que merecía, pero no quería que pasara. Sin embargo, Dominick no parecía pensar en ello. Seguía mirando su gigante pantalla.

—¿Por qué salvaste a ese paciente en enfermería?

Su pregunta me sorprende. ¿Acaso salvar a alguien moribundo está mal? ¿Debía dejarlo morir? Me preguntaba por qué todos aquí actuaban tan raro.

—Tú eres del área de limpieza, ¿Verdad?—asiento—¿Entonces por qué haces trabajo de enferma?

No negaré que Marisa pasó por mi mente en ese momento.

—No podía dejarlo morir—dije pensando si mi respuesta era la correcta para ese hombre.

—Y dime, ¿Cómo supiste qué hacer? Porque veo en el video que no había insumos.

—Estudié enfermería hace tiempo pero debí dejarlo. Igualmente hice lo que cualquiera haría, ¿no?

Dominick me escucha de pie, como si estar parado le haría comprender mejor mis palabras. Se dirigió despacio a la puerta y abrió.

—Bien, puedes irte.

¿Así tan fácil? ¿Qué pasaría con mi despido?

No podía dejar esperando a ese hombre ahí parado así que corrí a la puerta de inmediato. Me iría antes que cambiase de opinión. Del otro lado me esperaba el guardia tal como había prometido y comenzamos a bajar las escaleras. Todo fue muy extraño.

—¿Qué pasó?—pregunta curioso.

Ahora sí hablas.

—Simplemente se paró y me dejó ir—respondí más para mí misma que para él—¿Es el director?

—Escucha, Cinthia—dice tomándome de los hombros—Nunca le cuentes al personal de él, hay algunos que ni siquiera saben de su existencia. Que te haya dejado verlo es algo muy extraño.

Esas últimas palabras resuenan en mi cabeza. ¿No se deja ver?

—¿Y tú lo conoces?

—No, jamás lo ví. Solo sé su nombre.

La información que ese guardia de seguridad me brindó era extraña. ¿Por qué nadie conocía al director? ¿Por qué se ocultaba en ese piso tan alto y lejano de la Posada? Tenía miles de preguntas en la cabeza pero sabía que nadie podía responderlas.

Bajamos tranquilos hasta llegar a mi pabellón, precisamente al comedor donde algunos pacientes se encontraban comiendo la comida que preparaban los cocineros. Me apoyé en una pared y no podía dejar de pensar en ese hombre. ¿Por qué me parecía tan misterioso? Y, si no se dejaba ver ¿por qué me lo permitió a mí? Ah, también había una pregunta aún más importante; ¿Por qué no me despidió si era lo correcto?

Mis ojos se desplazaron vagamente hasta una de las mesas, donde el joven de traje hacía girar una manzana. Se lo veía perdido en alguna constelación. Ha saber que cosas le pasaban por la mente a ese lunático.

—¿Dónde te habías metido?—me saca de la nube que había formado, Lucía.—¡Deberías dejar de deambular por los pasillos y ponerte a hacer tu trabajo!—dijo subiendo el tono de su voz, captando la atención de todos allí. —Desde que llegaste no haces nada.—termina por fin mientras siento como mis mejillas se ponen rojas.

Todos esos ojos sobre mí me incomodan al punto de querer salir corriendo, y eso hago. Me dirijo a las habitaciones de los pacientes con un nudo en la garganta. ¿Qué sabe esa chica donde estaba? ¿Por qué no se mete en sus asuntos?

Un aroma a chocolate y vainilla impregna mi nariz y me percato al segundo; es él detrás de mi. 

—Asi que te la pasas holgazaneando.

—Déjame en paz.

—¿Por qué permites que te humillen? Y peor aún, en público. No deberías. —termina de decir y se mete a su cuarto.

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Nota: A partir del capítulo ocho todo se pone bueno ✨

Hilos de sangre © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora