Capítulo quince

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Si por besarte...

Se lo ha pensado. Ha pensado si era buena idea abrir la puerta y finalmente lo hizo. Me dejó entrar en esa habitación donde podía ser él mismo sin que nadie pudiera juzgarlo.

Siento su agarre en mi brazo y la fuerte presión con la que lo aprieta. Mis ojos se deslizan hasta los suyos y me sorprende verlo de esa forma. Marco siempre se ha visto con un cutis perfecto pero esta vez llevaba un fuerte golpe que dejó morado su ojo izquierdo, seguido de un pequeño pero contundente corte y sangre seca pegada a la piel. Me pregunto de inmediato que le habrá pasado, con quien tuvo esa pelea y mientras observo su rostro en ese momento hipnótico no puedo entender como a pesar de que le arruinaron la cara se vea tan bien. Hoy con un traje azul marino y como siempre sus zapatos brillantes.

Ambos parecemos salir del trance cuando oímos un ruido de fuera y me suelta. Aún así no dejo de mirarlo. Marco es como una obra maestra que no puedes descifrar, que lleva consigo un misterio oculto, que debes mirar más allá de lo superficial para captar algo aún más profundo.

―¿Qué te pasó?―pregunto por fin apoyando suavemente mi mano en su mejilla.

Me aparta la mano y pienso que quizás le duele demasiado, pero se acerca. Casi que se abalanza sobre mí sin dejar de mirar mis labios. Mi corazón late como nunca y teniéndolo así de cerca me embriaga al segundo con su aroma.

No entiendo que pretende. Sus ojos se ven tan inocentes que en cierto punto me provoca lástima. No comprendo por qué alguien con esa mirada tan pura puede estar en un sitio como este. Cada vez está más cerca, a centímetros de mi boca y lo entiendo. Quiere besarme, pero no, no está bien. Me alejo rápido. Este hombre realmente está loco. Puedo perder mi trabajo, y tampoco quiero perderme la salida por culpa suya.

No niego que besarlo era lo que más deseaba en ese momento pero no se podía. No era correcto. Volteo para irme pero su voz detrás de mí me interrumpe.

―Mírame y dime a los ojos que no sientes lo mismo.

Salgo corriendo de la habitación. Escapar de las situaciones que me provocan pavor es uno de mis hábitos favoritos. Cuando no puedo enfrentar a alguien o algún acontecimiento, solo corro, me voy de ese sitio. Y eso hago. Cierro la puerta con fuerza dejando a Marco parado en medio de su cuarto con el beso flotando en el aire.

―¡Si por besarte tuviera que recibir mil golpes y estar encerrado en un agujero durante días, lo haría igual!―grita.

Me dirijo al baño, necesito refrescar mi rostro, siento que va a estallar de lo rojo que se ha puesto. Siento vergüenza y al mismo tiempo felicidad. Marco me ha llamado la atención desde el día uno pero besarlo y tener ese tipo de relación estaba mal. Yo era una empleada y él un paciente. Sin embargo, me veo en el espejo y noto mi pecho subir y bajar y me doy cuenta que realmente lo deseaba y es ahora cuando quiero salir corriendo a buscarlo.

―Estás loca―me digo a mí misma frente al vidrio y me percato de que no estoy sola.

―¿Qué te hizo darte cuenta de eso?

Es Lucía. Refriego mi cara hostigada por esa mujer y sus estúpidos comentarios. No respondo.

―¿Día difícil?

Solo asiento con la cabeza. Cuantas menos palabras cruce con esa chica, mejor.

―Alégrate, al menos no estás limpiando baños.―termina y se va.

Aún con los comentarios de esa mujer, no puedo evitar pensar en lo que acababa de suceder.

"Mírame y dime a los ojos que no sientes lo mismo" "¡Si por besarte tuviera que recibir mil golpes y estar encerrado en un agujero durante días, lo haría igual!"

Sus palabras resuenan en mi cabeza.

¿Qué sentía Marco? ¿Qué sentía yo?

Jamás me había puesto a pensar en lo que llevaba dentro pero en ese momento entiendo lo que pasa en mi interior cuando lo tengo cerca, cuando lo miro a los ojos y siento ese "algo" que no puedo explicar, cuando me estruja el corazón con tal solo sentir su aroma. Se trataba de un sentimiento hermoso pero imposible. ¿Cómo podría enamorarme un paciente? Es loco de solo pensarlo así que llego a la conclusión que ignorarlo sería la mejor decisión.

Arreglo mi cabello y salgo. Camino por las habitaciones para llegar a la sala de rehabilitación y escucho risas que provienen del cuarto de Marco cuando paso por ahí. Me detengo. La risa es de Lucía.

―Sabes que siempre has sido el que más me ha llamado la atención―dice entre sonrisas. Lo sé porque su voz suena extraña, no es igual que siempre, como si estuviese enojada, ahora parece feliz.

¿A Lucía le gusta Marco y está disfrutando de hablar con él?

Me quedo a oír que responderá Marco pero no dice nada, o al menos no se escucha su voz. Necesito interrumpir ese encuentro, necesito entrar ahí dentro y con la excusa perfecta de llevar a Marco a rehabilitación, ingreso.

Lucía sonreía y se mordía el labio mientras Marco hacía algo en su escritorio pero volteó a verme cuando la puerta crujió al abrirse. Me mira atónito, en su mirada veo súplica y está a nada de decir algo cuando un guardia de seguridad aparece detrás de mí.

―Cinthia, te necesitan arriba―notifica.

Eso significaba una cosa; ver al director. Doy una última mirada a Marco y Lucía y salgo. Voy con miedo. Me pregunto que quiere el director de mí. Pienso si estos días he hecho mal mi trabajo pero no. Aunque hoy si llegué tarde. Una vez dentro, Dominick me recibe con una sonrisa y me ordena sentarme.

―¿Cómo te va en este nuevo puesto?

―Bien, de a poco me adapto mejor.

―¿Si? Los pacientes despertaron antes que tú.

―Lo sé, lo siento. Fue por lo que sucedió anoche, me descontroló el sueño. Sé que no es excusa pero no volverá a pasar.

―Bien, tranquila ―dice ordenando algunos papeles de su escritorio―Otra cosa, como sabrás hoy es Viernes, es decir, mañana deberías salir―escribe algo en su computadora.

―Sí, así es.

―Te hice llamar para informarte que no podrá ser.

¿Cómo que no saldré? Llevo una semana en este manicomio, necesito ver la luz del maldito sol.

―Pero debo ver a mis padres.

―Lo que sucede es que alguien intentó escapar anoche y por protocolo de seguridad nadie sale ni entra. Me entenderás, Cinthia, no puedo permitir que anden los locos sueltos.

―Lo entiendo pero debo entregarle el dinero a mis padres.

―Puedes enviarlo por correo.

―No puede dejarme sin salida―digo resignada.

―Son las reglas del lugar pero si no te adaptas puedes buscar otro trabajo. Aunque en Wellington es difícil encontrar empleo.

―Está bien.

―No creas que es algo personal. No eres la única que se queda sin salida este fin de semana.

Se acerca a mí en tan solo un segundo que no noté el momento en el que se puso de pie. Pone sus manos en mis hombros y los aprieta. Me siento tensa ante su agarre.

―Si quieres puedo encargarme de darles el dinero a tus padres. Envío tu sueldo de esta semana por mi correo personal.

Su idea no es mala pero cuando comienza a acariciar mi cuello se congela todo mi mundo y es difícil pensar en otra cosa que salir corriendo. 

Hilos de sangre © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora