Capítulo siete

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El día transcurre rápido a pesar de todas las tareas que teníamos pendientes. Marisa me ayudó en el pabellón y para mi suerte no volví a cruzarme a Lucía ni a ningún paciente, sin embargo, uno de ellos se paseaba por mi mente y ese era mi gran amigo que vestía bien. Lo que había dicho era cierto. ¿Por qué fui tan tonta de dejarme humillar de esa forma? Lucía ni siquiera era mi jefa para tratarme así.  A veces, cuando la pelea pasa, encuentro cientas de cosas que podría decirle a esa persona. Si tan solo fuese más rápida para responder, pero no. Huyo.

Limpio gran parte de los pabellones que nos asignaron junto a Marisa sin poder sacarme de la cabeza a ese chico insoportable. No volví a verlo en lo que restó del día.

Por la noche nos encontramos acomodando las mesas del comedor de los pacientes y es ahí cuando lo veo de nuevo. Sale de su cuarto, vestido de gala. Al pasar por mi lado parece susurrarme algo que no llego a escuchar por el barullo de los demás pacientes. No le doy importancia y vamos a nuestro comedor junto a mis compañeras.

Servimos nuestras comidas y nos sentamos a comer.

―Al parecer seguiré aquí―digo y Lucía arroja su plato en la mesa salpicando de salsa a Julieta.

―¿Qué te pasa?

―Nada.

―Mejor cálmate―aconseja Marisa.

La comida se quedó atorada en mi garganta porque Lucía no me dejaba en paz. Parecía que cualquier cosa que yo hiciera le molestaba. Incluso mi propia existencia.

―Cinthia Forero―anuncia un guardia y levanto mi mano.

―Quiere verte―dice luego de correrme a un costado.

¿Otra vez? ¿Para qué? Para despedirme, seguramente.

Llegamos a la sala de espera y veo por un gran ventanal que hay en el costado. Hay un patio grandísimo y verde, con asientos de madera y mesas que parecen haber salido de la nada.

―Ya puedes pasar―me anuncia otro hombre y entro en la oficina.

―Cinthia Forero... ―dice el hombre detrás del escritorio, leyendo en su monitor―Veinte años, nacida en bla bla bla.―tipea algo―Pensé en tu toda la tarde.

Es imposible no tensarme ante sus palabras. Él, por su parte, juega con una lapicera.

―No sabía que hacer, si despedirte o pasar por alto lo que pasó. Pero... lo pensé bien y quiero que te quedes.

¿Acaso estaba escuchando bien? ¿Provocaba una matanza y no me despedían?

―Estuve vigilándote por las cámaras y haces bien tu trabajo. Ambos sabemos que no volverá a pasar. Además, era tu primer día.

―¡Gracias! Claro que no volverá a pasar.

―¿Te gustaría un ascenso?

Eso si que no lo veía venir.

―¿Un ascenso?―digo sorprendida.

―Hiciste lo imposible por ayudar a ese hombre. Nadie más se preocupó como tú y yo busco gente que se haga cargo. Así que, ¿aceptas?

―¡Sí! Por supuesto. Solo dígame que debo hacer.

―Bien, ahora serás cuidadora, una acompañante. A partir de mañana comenzarás con un nuevo horario y nuevas rutinas pero en el mismo pabellón.―habla mientras la máquina de imprimir hace su trabajo―Te encargarás del grupo veinticinco―dice entregándome el papel con las tareas.

―¡Gracias! De verdad, muchas gracias―digo con el papel en mis manos y salgo.

Al llegar a mi habitación comienzo a leer para aprender de memoria en nuevo cronograma.

Cinthia Forero

Grupo veinticinco

Mañana:

Despertar a los pacientes.

Acompañarlos a los baños.

Acompañarlos al comedor.

Tarde:

Acompañarlos a la sala recreativa.

Acompañarlos a sala de visitas (si tienen cita)

Acompañarlos a psiquiatría (si tienen cita)

Acompañarlos al parque.

Noche:

Acompañarlos al comedor.

Eran demasiadas cosas para mi memoria. Las repito una y otra vez hasta quedarme dormida.

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Hilos de sangre © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora